Desconcertados, que los eduque la tele

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

POOL. David Castro / El Periódico

24 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Dejemos que se eduquen a monte. Qué más da. Solo se trata de la educación. Para muchos sabios, la piedra angular sobre la que se edifican las personas. Pero a los políticos les da igual. La ley Celaá ha sido aprobada por un voto. El capítulo fundamental de la existencia de las chavalas y chavales de este país decidido por un único voto. ¡Claro que era necesario cambiar la Lomce! Otra ley impuesta y ni siquiera desarrollada del todo. Pero era el consenso lo que necesitábamos. El sagrado consenso. Ponerse de acuerdo, por una vez. No queríamos que el futuro se decidiese de nuevo por el peso de los bandos, el poder de las trincheras. Me da igual un lado que el otro. Esa frase conocida que dice que, si crees que la educación es cara, prueba con la ignorancia. Pues eso. Todo el tiempo y los recursos que empleamos en educar a nuestros hijos es escaso. Pero hemos empezado por cargarnos el primer recurso, el fundamental: que al fin en España tuviésemos una ley educativa dictada por los que de verdad saben de educar, que son los profesionales, y asumida por todas las fuerzas políticas. O cuando menos, para no soñar demasiado en voz alta, por una mayoría aplastante de las fuerzas políticas. Pero no. España siempre tropieza en la misma piedra. No hay que perderse en la letra pequeña de la nueva ley. Lo grave es que su aprobación por la mínima ya haya provocado a unos y a otros, que la imagen vuelva a ser el cuadro de Goya, A palos, en el que dos españoles hacen lo que más nos gusta: molerse, ponerse a parir. Es un nefasto comienzo para una ley que terminará sepultada, como todas las siglas de las anteriores. No son leyes educativas, son sopas de letras partidistas. Las de antes y las de ahora. ¿Por qué nos cuesta tanto ser razonables? Ya sé que ahora estaba en juego aprobar los presupuestos del Gobierno (la continuidad de Sánchez). ¿No les da reparo hacer política con los niños? Así estamos. Sigamos adelante, pues. Que los chavales sean pequeños salvajes educados en la jungla de las redes sociales, en el desierto lleno de espejismos de Internet, donde el porno está solo al toque de un clic. Que aprendan valores en los programas tan edificantes que triunfan en el prime time de este país. Que descubran el amor de la mano de First Dates o de La isla de las tentaciones. España, el país con los horarios más disparatados y con el tiempo de oro de las televisiones cerca de la medianoche. Para que las hijas y los hijos escuchen en familia los desparrames de los tertulianos en los encendidos debates (encendidos por insultos y descalificaciones, no por las ideas) de supuestos programas estrellas. Dejemos que las crías y críos de esta España nuestra se salven con Sálvame. Que los formen y deformen las más famosas cacatúas televisivas. Mucho mejor las pantallas que lo vomitan todo, sin control de los profesores, que las pizarras. Somos un país especializado en autodañarnos. En castigarnos. En fustigarnos. En mirar para otro lado. Menos mal que están ahí las madres. Que son las que educan de verdad a la mayoría de niños. Como dice Manuel Vilas en su poema: «No las ves que están agotadas, que no se tienen en pie, que son ellas las que sostienen cualquier ciudad, todas las ciudades. Esperan a sus hijos a la salida del colegio. Trabajan en todas partes». Las madres, que sostienen también a nuestros pequeños.