¿Será efectiva la vacuna en los mayores?

Antonio Pose / Raimundo Mateos TRIBUNA

OPINIÓN

María Pedreda

14 abr 2021 . Actualizado a las 08:29 h.

Es conocido que el riesgo de desarrollar una forma grave del covid-19 aumenta con la edad. Por este motivo, los centros americanos para el control de las enfermedades (CDC) y la OMS recomiendan que los adultos de 65 años de edad o más sean uno de los grupos prioritarios para recibir la vacuna. Es una medida importante para ayudar a evitar contraer la enfermedad, o al menos prevenir sus formas graves o incluso su propagación. Pero en estos momentos parece que contar con la cantidad suficiente parece demorarse en el tiempo, a la vez que las comunidades están recibiendo las dosis de forma irregular. Estas son las razones por las que la OMS y las autoridades sanitarias han decidido establecer grupos de riesgo a la hora de desarrollar la enfermedad en estadios más graves y/o que podrían convertirse en focos de propagación en caso de contagio. 

Tras vacunar a aquellos profesionales sanitarios y no sanitarios que estaban en la primera línea de actuación, había que decidir cuáles eran los siguientes. En este punto se presentaron discrepancias. EE.UU. apostó por aquellos profesionales de los servicios públicos que se consideran imprescindibles y además tienen un estrecho contacto con la población, pero la mayoría de los países optaron por el grupo de personas de mayor edad, considerando como tales a los mayores de 80 años. Estos son más propensos a desarrollar una forma grave de la enfermedad, pero no solo por la edad, y esto es importante, sino por las comorbilidades asociadas a su situación. La cronicidad asociada a la edad avanzada constituye una mezcla explosiva para el desarrollo de formas graves de cualquier infección y muy especialmente en el caso del covid. Si a esto unimos el hacinamiento que pudiera existir en alguno de los centros en los que estas personas habitan, nos podemos dar cuenta de la dimensión del problema.

Nuestra comunidad, siguiendo indicaciones del Gobierno central y de sus asesores, optó por iniciar la vacunación en los centros sociosanitarios, inoculando tanto a los residentes como a los profesionales que allí trabajan. Es sabido que estos centros funcionan en muchos casos como hospitales de crónicos y allí conviven personas muy mayores y otras que además padecen enfermedades crónicas, lo que hace que la respuesta a las infecciones sea menor y la diseminación muy rápida. Así se ha conseguido vacunar en un tiempo récord a todos los residentes de estos centros.

La sorpresa fue cuando apareció el primer brote en una residencia de nuestra área que afectó a decenas de mayores que ya habían recibido la segunda dosis de la vacuna. ¿Algo se había hecho mal? Pues no lo creo, la razón es simple: en medicina no hay ninguna vacuna con una efectividad de un 100 %, por mucho que nos lo digan, porque en medicina no existe el 100 %. Las vacunas se han mostrado seguras en este grupo poblacional y con pocas reacciones secundarias. Pero, ¿qué hay de la eficacia? En ensayos clínicos se han incluido a personas mayores de 80 años, pero no de forma mayoritaria, y se ha visto que en este grupo minoritario ha sido efectiva y segura. El problema es que la inmunidad en las personas mayores se deteriora y la respuesta es más lenta y menor, y muy especialmente la inmunidad celular, y esto afecta también a la respuesta a las vacunas.

Sabemos que la vacuna protege incluso a los mayores, pero no sabemos por cuánto tiempo, y desde luego ignoramos si el tiempo de respuesta sería igual o más corto en las personas muy mayores y muy especialmente en aquellas que asocian algún tipo de cronicidad. Una forma de asegurarnos de su eficacia sería hacer un seguimiento periódico y aleatorio de la respuesta inmunitaria dentro de nuestras residencias para ver qué nivel de anticuerpos maneja la población vacunada y saber si realmente mantiene anticuerpos neutralizantes que les protegerán de la enfermedad.

La cuestión se complica más si tenemos en consideración que muchos de nosotros ni siquiera desarrollamos anticuerpos, pero estimulamos nuestra inmunidad celular, que nos defendería igualmente y permitiría la generación de anticuerpos de forma inmediata, si fuera necesario, al contacto con el virus. En las personas muy mayores esto parece menos probable.

Desde la semana pasada se está vacunando en nuestra área a personas de 60-65 años y de 75-79 años, aunque sin tener en consideración la presencia de enfermedades crónicas asociadas, con el fin de priorizar. Por tanto, no se vacunarán antes los enfermos oncológicos, aunque parece bastante lógico que así fuera.

Afortunadamente parece más importante el número de vacunados que su calidad, con el fin de conseguir la ansiada inmunidad de rebaño, que según los expertos no alcanzaremos hasta inocular al 70 % de la población. Esto nos permitiría un mínimo grado de relajación siempre que el virus no sufra mutaciones mayores que las vacunas no sean capaces de cubrir, una probabilidad que aumenta conforme la pandemia se prolonga en el tiempo y sin ningún medicamento realmente eficaz para combatir el virus.

Si a todo esto añadimos los diferentes tipos de vacunas de los que disponemos, alguno de los cuales parece que puede entrañar un riesgo añadido (mínimo, en todo caso), nos daremos cuenta de la complejidad que conlleva la infección que tenemos entre manos, que ha puesto en jaque no solo nuestro sistema de salud y nuestra economía, sino incluso nuestra supervivencia, y muy especialmente la de nuestros mayores.

En este complejo contexto, un sector de personas mayores sienten temor, quizás unos por el retraso en ser vacunados, quizás otros porque temen que ninguna vacuna sea lo suficientemente segura. Quizás los numerosos ejemplos de maltrato deparado al colectivo de mayores durante la primera ola de la pandemia estén detrás de todos estos temores. Creemos que este miedo solo se puede combatir con dos ingredientes: una información rigurosa y ágil por parte de las autoridades sanitarias, y la toma de medidas de protección justas y transparentes para con el amplio colectivo de personas mayores, que les devuelvan la fe en nuestros sistemas sanitario y social.

Esperamos y deseamos que las vacunas sean igualmente efectivas en los mayores con cronicidad, pero solo el tiempo nos dirá hasta cuándo, y mientras tanto deberemos seguir manteniendo las únicas medidas que realmente se han mostrado eficaces en la lucha contra la diseminación de la enfermedad: uso de mascarilla, ventilación, limpieza de los locales y aislamiento. Con ellas hemos, eso sí, eliminado la gripe común.