La pandemia nos ha retratado. No somos una potencia digital. Y tardaremos bastante en serlo. Hay dos hechos que lo permiten constatar. Primero, el fracaso de la aplicación Radar COVID, promovida por el Gobierno. Estaba bien planteada y, al menos en el plano teórico, lo tenía todo para haber ayudado a controlar los contagios en las diferentes olas. Pero tardó en estar listo y no logró una implantación masiva, por falta de promoción efectiva, por desinterés ciudadano y por las cosas de la bendita España descentralizada.
El segundo hito ha llegado con la lógica fiebre por los certificados de vacunación. Ese carné que permitirá, entre otras cosas, ir a dentro de los bares, es más fácil de conseguir en formato físico y haciendo colas que en digital. Y eso dice muchas cosas.
Llevamos varios años sacando y renovando un DNI que también es electrónico, con claves y todo, pero cuyo uso como tal no se ha consolidado entre la población. En su lugar ha crecido el empleo de los certificados digitales, pero su adquisición, instalación y manejo no son lo suficientemente sencillos para ser mayoritarios. En Galicia tener uno ni siquiera permite conseguir el código que te acredita como vacunado. Hace falta pasar primero, físicamente, por tu centro de salud. ¿Se comprende? Tal vez, pero no se entiende.