La partida de ajedrez de la pandemia

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

VICKIE FLORES

04 ago 2021 . Actualizado a las 10:16 h.

Apenas niños, somos peones. Ojalá diese igual negros o blancos, pero no es así. Las blancas llevan ventaja. En el ajedrez y en la vida, también. Como peones tanteamos un paso, o dos, los más atrevidos, cerca de nuestras madres. Es la infancia que puede ser feliz o un horror como cualquier etapa. Al crecer aprendemos ciertas reglas y somos como potros, caballos más o menos salvajes, sabemos ya saltar a otras piezas, u a otros piezas. Podemos ir adelante y atrás. A un lado o al otro. Vamos creciendo, y cumpliendo.

Luego nos convertimos en jóvenes alfiles. Con los deberes hechos, somos capaces, y rapaces, de cruzar todo el tablero. De comer aquí y allá. Arrogantes. Todo parece fácil y consumible Saludamos desde la diagonal de los aviones de bajo coste y algunos se convencen de que el mundo es su reino. Son décadas de esplendor, donde tenemos mil preguntas y diez mil respuestas. Nada nos asusta. Estamos llenando sin saberlo las mochilas para alguna noche, insomnes, recordar.

Llegan, y pesan, los años. Somos adultos que se vuelven robustos como torres. Algunos somos padres y tenemos que enseñar a nuestros peones que los pasos se empiezan dando de uno en uno, de un escaque a otro. Nos volvemos vulnerables. Ya lo éramos cuando alfiles, pero la arrogancia hacía invisibles los problemas. Como torres con mayor o menor altura, calculamos más, con el compás de la inteligencia y con el manual de lo aprendido, si merece la pena cruzar en línea recta de un salto al otro lado del tablero. También disfrutamos de otra manera, porque se nos va grabando que la partida de la vida llegará a su fin. Vemos a nuestros padres encorvarse o los enterramos. Arribamos en los últimos lances, a la vejez, como reyes del tablero, otra vez pasos cortos. Buscando protección, como cuando éramos peones. Los que tienen bien la cabeza notan el divorcio entre su cuerpo lento y su mente ágil, de reina. La reina en nuestras cabezas es capaz de cruzar todo el tablero y volver sin inmutarse. Poderosa. Volátil. La más valiosa. Los recuerdos así nos lo reafirman. Pero esa seguridad, esa agilidad, solo es en nuestras cabezas. Somos monarcas, sí, pero a un escaque del desguace. Del jaque mate. Y así se va la vida, en una única partida. No hay revancha. Y lo peor es que no lo sabemos bien hasta el final, cuando es demasiado tarde para volver a ser peones.

O por lo menos así era hasta que llegó la pandemia y tiró el tablero. Juego revuelto. Nos igualó en el dolor. Nos enseñó que un alfil puede perderlo todo por un virus. De la misma manera que una torre o un caballo. O las blancas y las negras. Para jugar la partida completa, saboreando cada etapa, hay que cuidarse. Y no se dejen vencer por el otro virus, el virus del cansancio, por la fatiga pandémica. Algún día este pelotón de fusilamiento será un mal recuerdo del que aprender para jugar nuestra partida de ajedrez con educación, amabilidad y cortesía, con gentileza. Ay, qué poca gentileza hay en estos tiempos de la peste y cuánto enseña esa palabra.