Trump, presidente de Gaza
OPINIÓN
Dejar de matar siempre es un buen plan. Desde esta perspectiva, el plan de paz de Trump para Gaza es un buen plan. Lograr un amplio respaldo diplomático para dejar de matar siempre es un buen plan. Desde esta perspectiva, el plan gestado por Kushner, Witkoff y Blair con el mundo árabe para Gaza también es un buen plan, pero frágil.
Netanyahu lo está aceptando a regañadientes. Hamás no lo ha rechazado y, tras un intenso debate con sus facciones, ha pedido algunos ajustes con el objetivo principal de no desarmarse. La lucha armada es una «cuestión existencial» para Hamás, como afirmaron a Xinhua. Salvo Irán y ciertas voces de extrema derecha y extrema izquierda, el plan ha concitado un consenso general, más llamativo que esperanzador. Los incentivos para hacerlo descarrilar son muy suculentos.
La polarización y la mercantilización de la violencia y del sufrimiento humano que genera el conflicto más complejo del planeta, junto con la escasa concreción del plan, no invitan al optimismo. En abstracto, contiene muchos puntos clave: a corto plazo, para detener la barbarie —el fin de la guerra, la devolución de los rehenes, la retirada de las tropas israelíes, la desactivación de Hamás—; y a largo plazo, para la sempiterna aspiración del Estado palestino. Se reconoce, genérica pero expresamente, «la autodeterminación y la creación de un Estado palestino […] como la aspiración del pueblo palestino». ¿Pero qué Estado palestino?
El plan prevé el despliegue de una fuerza internacional de estabilización, que debería tener protagonismo árabe y musulmán. La clave está en que «Gaza será gobernada por un comité palestino tecnocrático y apolítico […] compuesto por palestinos cualificados y expertos internacionales», pero controlado por una junta de paz presidida, casualmente, por Trump. Este órgano gestionará, también casualmente, la financiación para reconstruir Gaza «hasta que la Autoridad Palestina haya completado su programa de reformas y pueda retomar el control de Gaza». Largo nos lo fía…
No es la mejor fórmula, pero quizá sea la menos mala en este momento. Obviamente, Gaza no puede ser gobernada por Israel, por ser fuerza ocupante. Tampoco puede ser gobernada solo por palestinos, debido a la profunda división política entre Hamás y Fatah, que ha deteriorado gravemente las condiciones de vida de la población gazatí, según el Centro Palestino de Derechos Humanos. Peor aún, Hamás ha convertido Gaza en uno de «los lugares más peligrosos del mundo para personas LGTBI», según Naciones Unidas.
Los múltiples intentos de lograr la paz entre palestinos e israelíes y de crear un Estado palestino se cuentan por fracasos. Este plan puede correr la misma suerte, convirtiéndose en una coartada para Netanyahu. Ahora bien, si tiene éxito, seré el segundo en pedir Nobel de la Paz para Trump, después de él mismo.