Mientras aquí caía como un mazo sobre la mesa en la que humeaba el café, en Madrid se había convertido en un chorro de datos espeluznante: el 80 % de los jóvenes de hasta 20 años conoce OnlyFans. Uno de cada diez conoce a alguien en su entorno que tiene un perfil y el 2 % ya tiene una cuenta. El 2 %, como bien subraya Antonio Rial Boubeta, son miles de jóvenes que creen que OnlyFans es un modo rápido y limpio de ganar dinero.
La sociedad ha comenzado a normalizar la explotación sexual porque en vez de producirse en polígonos o en pisos, está al alcance de un clic en plataformas blancas y modernas. Eso, y que el cuerpo no es más que una mercancía con la que comerciar y sacar beneficio.
Los datos siguen fluyendo y sobre la mesa se desparrama una conversación intensa que fluctúa entre el estupor y la necesidad de respuestas, de buscar soluciones a la hipersexualización, el porno como educación sexual y la violencia cotidiana. Los posos se acumulan en el fondo de la taza igual que las preguntas. Si es cuestión de educación o de política (o si no son la misma cosa), si se puede frenar en lo individual una situación que surge de la colectividad, si la brecha generacional se ha ensanchado en los últimos 20 años. Y por qué. Sobre todo por qué hemos dejado a un lado el espíritu crítico.