El jarrón chino tenía corona

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

05 dic 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En un país con un historial de libertades colectivas todavía minúsculo, Felipe González se convertía en el año 1996 en el tercer ex presidente de la restauración democrática española con la convicción histórica de que también tenía que aprender a dejar de ser. Enseguida se colocó en la escena como un jarrón chino, extravagante como referencia doméstica en un país más de botijos, pero muy adecuado para entender la idea de sí mismo que tenía Glez cuando las urnas le retiraron: exótico, valioso y difícil de colocar en la rutina. Pronto encontró el hombre la manera de hacerse un hueco en el menaje habitual y ahí lo tenemos ahora con los otros tres ex presidentes, con los que forma un cuarteto bien interesante para entender cuatro maneras diferentes de ser un político español.

Pero lo que no vimos venir cuando Felipe hizo popular sus metáforas de porcelana era que el auténtico jarrón chino estaba en Zarzuela, convencidos entonces como estábamos todos, él incluido, que aquel rey se iba a morir con la corona en la frente, aunque fuese por romper una tradición familiar. Nada hacía presagiar entonces que el Juan Carlos I campechano, inviolable e impune iba a acabar con sus huesos en una dictadura de millonarios árabes, convertido en un jarrón de la dinastía Ming que escribe memorias, reinterpreta la historia a su antojo y emite mensajes al pueblo como si todavía fuera alguien. Las monarquías y su legendaria capacidad de adaptación dependen mucho de «el rey ha muerto, viva el rey» y cualquier variación de esta máxima representa un marrón dinástico de narices, porque la física no ha resuelto que dos cuerpos distintos puedan ocupar el mismo espacio. Alucina ver a Felipe VI buscándole sitio a su jarrón, y al jarrón convencido de que está en el centro de una mesa indigesta.