Los mundos del deporte tienen muchos vericuetos. De los más complejos, los que rodean a las grandes estrellas mundiales, que interesan a millones de aficionados, a marcas comerciales y gobiernos. Se me ve venir, al margen del titular, en dirección a Novak Djokovic, con padre y con madre que no se van a apartar del foco que señala a su vástago casi constantemente.
Lo de Australia ya lo han visto por activa y por pasiva a lo largo de los últimos días. Pero no me resisto a subrayar un par de frases. Son de Srdjan, progenitor del tenista serbio, y recorrieron como la pólvora medio mundo: «Mi hijo es el Espartaco del nuevo mundo que no tolerará la injusticia, el colonialismo y la hipocresía». No contento con eso, también apostilló: «Nole se ha convertido en el símbolo y en el líder del mundo libre, de las personas pobres y necesitadas». Más tarde llegó lo de: «Es como si hubieran intentado matar al mejor deportista del mundo con 50 balas en el pecho», desmentido por el propio padre. Alguien ha sobredimensionado todo esto y no fue un deportista.
Nosotros vivimos en el polo opuesto, en el de Xurxo Cid. Claro, es que este ourensano de 1988 juega al hockey sala —o hierba— y no es lo mismo que llenar el Rod Laver Arena o la Phillipe Chatrier. Desde los 6 años juega en el Barrocás y es fiel a su club de siempre pese a los cantos de sirena. No en vano, ha sido el máximo goleador de los cuatro últimos campeonatos de España y fue el quinto del último europeo, en el que ascendió con la selección y sus paisanos Manu Prol o el técnico Oliveira. Deporte, en serio.