La imagen que daba de comer a un asilo

Fina Ulloa
fina Ulloa OURENSE / LA VOZ

OURENSE CIUDAD

Álvaro Vaquero

Los cacos saquean la hornacina de san Antonio en la que los ourensanos dejaban donativos para los ancianos de Rairo

27 ago 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La historia del asilo de ancianos San José ha estado siempre unida a la precariedad económica. El centro, creado por la congregación de las Hermanas de los Ancianos Desamparados para acoger a los mayores que no disponían de recursos económicos ni de familia dispuesta a darles cobijo en esa etapa final de la vida, ha subsistido durante nada menos que 140 años. Y lo ha hecho gracias a la solidaridad y el apoyo de los ourensanos a la labor de esta congregación que inició su tarea pidiendo puerta a puerta para mantener esa asistencia y a la que en el año 1956 le salió una alidada gestada desde la colaboración vecinal: la Asociación Amigos del Asilo.

En esa entidad, impulsada por Raquel Santamarina, se organizaban las personas que, voluntariamente, querían echar una mano a las monjas en las tareas cotidianas -ayudando a dar las comidas, en el lavado de la ropa o en la limpieza- y desde ella se promovieron un grupo de canto, una tuna y una compañía de teatro que actuaban en festivales y actos benéficos para recaudar fondos. Buena parte de ellos se destinaron a hacer una enfermería, baños o un comedor para mejorar las antiguas y precarias instalaciones en las que se cobijaba a estos ancianos. Con otros se fueron comprando elementos que facilitaran la tarea, como la primera lavadora o el primer coche.

Pero había otro canal de financiación esencial para el funcionamiento del centro: la imagen de san Antonio y las limosnas que atraía. «Siempre ha sido el pan de la casa», dice gráficamente sor Isabel, la actual responsable de la congregación, para explicar que lo que salía de allí daba para cubrir los gastos de alimentación de los residentes y las monjas. Originariamente ubicado en el edificio de la avenida de Buenos Aires, los devotos pidieron que no se trasladase cuando se construyó el nuevo asilo, que comenzó a funcionar en 1996 en Rairo. Y ahí, en esa calle céntrica de la capital ourensana, ha continuado la imagen de san Antonio hasta ahora, en una hornacina a pie de acera en la que es frecuente ver a personas que se paran frente a él.

Tradición unida a los exámenes

«La gente sigue yendo a pedirle o a agradecerle cosas; o simplemente a rezar», cuenta sor Corona, una de las monjas más veteranas de la congregación en Ourense, cuando se pregunta qué tipo de personas sostienen esa devoción en la ciudad.

Una devoción que no se ciñe a los más mayores. «Se puede ver a gente de todo tipo y edad, pero hay una tradición estudiantil y vienen muchos jóvenes en época de exámenes», señala un vecino de la zona. Quizá esos estudiantes desconozcan el destino que se da al dinero que dejan caer en la ranura, pero los de mayor edad saben que esa imagen es la forma para hacer llegar sus aportaciones al asilo, ahora a desmano del centro neurálgico. Solo así se explica que, a pesar de que las recaudaciones en otros limosneros sean cada vez más pequeñas, aquí se haya logrado mantener. «Un mes con otro, podían ser unos seis mil euros», apunta la superiora.

Pero esa tendencia cambió a principios de este año. Desde enero la recaudación apenas alcanza los mil euros. Las monjas ya habían sido alertadas en otras ocasiones por los vecinos de la zona de la visita de ladrones de forma ocasional a la hornacina, pero hasta este 2017 esas mermas eran esporádicas y de escasa entidad.

Ahora parece evidente que algo ha cambiado y que ya no se trata de la labor de algún raterillo oportunista que aprovecha su paso por la zona, sino de profesionales que la han identificado como un punto de cosecha permanente. «Al principio, como la ranura era muy grande, se hizo una más pequeña; pero no funcionó. Los vecinos que los ven, e incluso les llaman la atención para ver si se marchan, nos cuentan que usan algún tipo de cable con imanes o incluso vierten algún líquido», relata la superiora. La congregación no ha interpuesto denuncia, pero han decidido cerrar el limosnero «porque la gente está muy enfadada; sienten que les roban un dinero que dejan ahí para un fin concreto y no llega a donde ellos quieren; y nos piden que hagamos algo».

La imagen, se queda

Aunque las Hermanas de los Pobres Desamparados han decidido cerrar ese punto de donativos, según la superiora «la imagen, se queda». «Representa el objeto de devoción de los vecinos y ahí estará para quien quiera acercarse. No sería justo traerla para aquí, tan lejos, pero tampoco queremos que piensen que nos da igual lo que pase con ese dinero que ellos aportan», señala sor Isabel. A partir de ahora, quien quiera ayudar al asilo San José con alguna aportación, tendrá que desplazarse hasta Rairo, donde en la actualidad las 18 monjas que integran la comunidad y 36 trabajadores contratados atienden a 190 personas; la mayoría con pensiones mínimas o incluso sin recurso alguno «porque en esta casa ellos son los que tienen prioridad en las plazas», explica.