«Los relojes tienen que ser perfectos»

OURENSE CIUDAD

Odilio Fernández en la sala en la que comprueba los diamantes
Odilio Fernández en la sala en la que comprueba los diamantes MIGUEL VILLAR

Odilo Fernández coincide en nombre y oficio con su padre y con su abuelo. Es la tercera generación de una familia de joyeros artesanos, especialista en relojes y también en solitarios con diamantes

09 ago 2022 . Actualizado a las 05:01 h.

Odilo Fernández (Ourense, 1967) es, junto a su hermana María, la tercera generación de la joyería El Cronómetro, situada en pleno casco histórico de la ciudad de As Burgas. Ha heredado su nombre de su abuelo y de su padre, con los que comparte también la misma profesión: es un artesano de las joyas. «Mi abuelo aprendió el oficio en la aldea de Gundiás, en Nogueira de Ramuín. Luego se fue a Cuba, donde abrió su propio taller en 1911 y en 1928 regresó a casa y creó este lugar que hoy mantenemos sus nietos», dice.

La principal diferencia con sus antepasados es que Odilo y su hermana decidieron estudiar Gemología. «Antes las piedras se diferenciaban a ojo, la experiencia era suficiente para saber distinguirlas, pero ahora eso ya no es posible por el perfeccionamiento de las falsificaciones, así que cuanta más formación, mejor», explica. En la joyería, Odilo mantiene intactas las piezas icónicas con las que comenzó su abuelo. Por eso se encarga él mismo de hacer el reloj emblema de la casa, que lleva el nombre de El Cronómetro. «Hacemos como mucho unos siete al año porque, la verdad, es que no podría ni calcular las horas que invertimos en ellos», dice. Habla en plural porque este ourensano trabajó mano a mano con su padre hasta mayo, fecha en la que falleció a los 97 años, precisamente mientras estaba absorto avanzando en un reloj en el taller. «Noto muchísimo su ausencia porque estaba aquí siempre y tenía un pulso impecable», confiesa emocionado. Cuando su abuelo abrió el negocio, un reloj costaba por lo menos tres sueldos de aquel momento y duraba toda una vida. Eso es lo que Odilo se ha empeñado en mantener. «En las joyas no buscas la perfección, buscas la belleza y la armonía; sin embargo un reloj tiene que ser perfecto para no fallar», afirma. Construye él mismo la carrura, la caja y también las asas de oro a las que se enganchan las correas. «Lo más difícil es el bisel, porque hay que conseguir que encaje en el cristal, que también hacemos nosotros», confiesa. Hace la esfera, esmalta los números, recorta las agujas y luego coloca la máquina suiza.

La joyería está especializada en diamantes, que son de procedencia sudafricana pero llegan desde Amberes, por eso lo que más fabrica Odilo en su día a día son solitarios de pedida. Una vez seleccionado el tamaño y el tipo de piedra que quiere el cliente, llega el momento de hacer la alianza. «Lo primero es preparar el metal. Nosotros compramos oro puro de 24 quilates y luego hay que mezclarlo para variar su color. Lo fundimos al menos dos veces para conseguir la textura justa y luego se mete en una rielera de la que sale en forma de barra», explica.

Ese riel resultante lo van pasando por una laminadora para perfeccionarlo y de ahí vuelve el trabajo a mano. «Con lascas, martillos y limas vamos redondeando esa barra y después aplanándola», continúa el joyero ourensano. Por último toca añadirle, a través de fundición, las garras donde se va a engarzar el diamante, afianzar la piedra y pulirla para que brille como nunca antes. Aunque si queremos un resultado que irradie luz hay que escoger el platino. «Es muy exclusivo y difícil de conseguir porque funde a 1.700 grados, más del doble que el oro. Es un metal blanco puro», termina.

Exclusividad

Realiza unos siete relojes al año y hace joyas en platino, el metal más valioso

Precios

El de los solitarios empieza en 1.800 euros y el reloj, en oro, cuesta 5.000