Las dos empiezan por p. Y cada vez se parecen más. Política y pataleta. Que el nivel de quienes se dedican a eso del servicio público ha caído en picado en las últimas décadas es algo tan evidente que da miedo. Pero si creíamos que quienes nos representan no podían sorprendernos es porque somos demasiado inocentes. De la situación del Concello de Ourense se quitan las ganas de hablar, viendo como la ciudad se va desmontando, como si fuera un edificio en ruinas, comido por el tiempo, la desidia y hasta las silvas. Pero hay más. Esta semana no se llegó a celebrar la reunión entre la alcaldesa y la teniente de alcaldesa de Ribadavia y el presidente de la Diputación. La regidora socialista denunció que querían imponerle en la reunión al portavoz municipal del PP en la capital de O Ribeiro, al que PSOE y Ribeiro en Común desalojaron hace unas semanas con una moción de censura. En realidad, el popular iba a participar como lo que es, vicepresidente de la Diputación (otra cosa es la vergüencita que dan esos cambios de sillón, que no les da tiempo a algunos ni a pasar 24 hora de frío).
¿Que no fue elegante ni empático convocarlo a la reunión, aunque tenga responsabilidades en la materia? Seguramente. ¿Que a lo mejor fue meter el dedo en el ojo? Probablemente. ¿Que una representante institucional, que manifestó su preocupación porque el del PP fuera a salir también en la foto, no puede renunciar por una cuestión de formas a un encuentro en el que iba a poner sobre la mesa las necesidades de todos (ojo, de todos, voten a quien voten) los vecinos de Ribadavia? Evidentemente. Haberse sentado a hablar, le pesara a quien le pesara, o haber rechazado al final de la reunión la fotito, para dejar claro el malestar institucional, habría demostrado capacidad de estar por encima de ciertas cosas y, sobre, todo de estar al lado de sus vecinos. Porque recuerden, unos y otros, que la política no es un patio de colegio. Resulta que es una cosa muy seria.