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La Voz REDACCIÓN

PONTEVEDRA

Las Rías Baixas se han convertido en víctimas del desarrollismo urbano. Las zonas de la comarca de Arousa y de la ría de Pontevedra no se han librado de ello

20 feb 2020 . Actualizado a las 21:01 h.

Las Rías Baixas se han convertido en los últimos años en la víctima del desarrollismo urbanístico, que llevaron el ladrillo al borde del mar dejando imágenes, en algunos casos, de verdadero feísmo. La industria naval, las urbanizaciones a pie de playa o la mejora de infraestructuras han cambiado la cara de una ría a la que se suman más de 150.000 habitantes todo el año y que se duplica en los meses estivales. Hay rincones que todavía guardan la esencia, pero hay otros muchos ejemplos de feísmo.

El nudo de la autovía de Marín es el más reciente de todos. En el verano del 2012 y después de unas largas obras se inauguró un nudo junto a la ría de Pontevedra para distribuir el tráfico a Marín y hacia la variante de Bueu y evitar de esa forma atravesar la localidad marinense, además de dar servicio a celulosas. La infraestructura da servicio a unos 120.000 habitantes de la comarca, pero la infraestructura cubrió de hormigón la costa a las puertas de la capital del Lérez.

La carretera que te lleva a Sanxenxo también tiene buenos ejemplos de feísmo. La parroquia de Raxó, al igual que el centro de Sanxenxo, sucumbieron al desarrollismo urbanístico. También la playa de Silgar fue una de sus principales víctimas. Allí, muchos propietarios de casas y fincas de la zona vendieron sus parcelas y los constructores convirtieron la la línea de costa en bloques de viviendas, que perdura hasta hoy.

Hace más de una década se arrasó el alto de A Granxa, también en Sanxenxo, para construir en dos bolsas de suelo un millar de viviendas que nunca se llegaron a levantar. Además de estas dos urbanizaciones, en punta Festiñanzo, a unos 150 metros de al costa, también se preveía construir unos 260 chalés en la época de Catalina González en la alcaldía. Las dos operaciones dotaron en su momento al Concello de Sanxenxo de 20 hectáreas en el litoral para levantar viviendas.

Muy cerca de este punto, en Raxó, Poio, vivió una situación similar con un exceso de construcción en primera línea de costa. Pero tampoco la PO-308 es ajena al feísmo. Una de las últimos símbolos de esta época fue la demolición hace ocho años de el edificio de A Piolla, un esqueleto que volvía a tapiar la ría de Pontevedra entre la carretera de la costa y un pequeño acantilado.

Al otro lado de la ría, los rellenos del puerto de Marín supusieron otro golpe a la localidad. Se le ganaron al mar más de 300.000 metros cuadrados amparándose en el desarrollo de la economía gallega y de la localidad del Morrazo. La plataforma vecinal de Os Praceres impulsó un litigio que todavía tuvo este verano su último capítulo con el informe pericial elaborado por el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia. Sin embargo, la plataforma de Os Praceres entiende que buena parte de los rellenos que se hicieron en su día en la ría frente a Estribela, y en que están actualmente en recinto portuario, incumplen la legislación y que, por tanto, habría que derribarlos.

Pero no solo en la ría de Pontevedra azota el feísmo. La comarca de Arousa también sufre graves ejemplos de monstruosidades hechas por el mal gusto del ser humano o por la baja consideración que en su día dieron los vecinos al patrimonio histórico.

Un desarrollismo mal entendido transformó para mal, entre las décadas de los años 60 y 90 del siglo pasado, amplios espacios en la orilla sur de la ría de Arousa. La aniquilación de la mayor parte de la memoria arquitectónica de Vilagarcía, con una política de rellenos masivos y destrucción de edificios históricos, constituye, probablemente, su ejemplo más duro.

Pero los zarpazos del feísmo abren cicatrices a lo largo y ancho de todo O Salnés, incluso en aquellos lugares que mejor han sabido conservar sus trazados urbanos tradicionales, como es el caso del casco antiguo de Cambados. La forma en la que ha crecido San Vicente, en O Grove, o los centros urbanos del propio O Grove, A Illa o Vilanova de Arousa dan testimonio elocuente de este fenómeno.

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