No solo orcas: de un incidente a lo Moby Dick a las acrobacias de Anduriña en la ría

Marcos Gago Otero
MARCOS GAGO PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA

XOAN CARLOS GIL

Los grandes cetáceos impregnan leyendas y dejan su rastro en el pasado remoto de la comarca

21 sep 2020 . Actualizado a las 10:24 h.

Las orcas que este verano se han paseado por todo el litoral de las Rías Baixas y más allá han trastocado la habitual calma de las aguas pontevedresas. No solo por lo inusual de su aparición, al menos el grueso de las gentes del mar no las recuerdan hasta que empezaron a dejarse ver por aquí de unos años a esta parte, sino también por su interacción con varias embarcaciones. Los destrozos causados en el timón de una y los ataques o juegos, depende de cómo se mire, que sufrieron algunas otras más, han revolucionado las redes sociales. Las orcas avistadas este verano entre Ons y Fisterra, según explicó en su momento la Coordinadora para o Estudo dos Mamíferos Mariños (Cemma), son migratorias. Pasan el verano comiendo atún en el golfo de Cádiz y emigran al norte pasando por las Rías Baixas hacia un destino desconocido.

Y sin embargo, por muy espectaculares que haya sido su avistamiento, no hay duda de que se trata de animales que infunden respeto, por imprevisibles. Son animales salvajes en el mar, que es su hábitat. Ahora bien, no es este el único ataque documentado de cetáceos a embarcaciones de la comarca. Hay uno, con un desenlace mucho más sombrío, que acabó con un naufragio y la muerte de dos marinenses en 1691. Un ataque a lo Moby Dick. Lo registró el cura que enterró sus cuerpos y tan impresionado quedó con el suceso, que hizo una larga anotación en el libro de defunciones de la parroquia de Santa María del Puerto. «Vino una ballena y saltó encima del barco y los llevó al fondo, y allí quedaron muertos». Conciso, el párroco Fragueiro añadió que los cuerpos de Manuel Blanco y Antonio Trabazo se rescataron dos días después. Dejaron viudas: Lucía Blanca y Clara Rodríguez.

Unos tres siglos después, con Galicia bajo el cruel manto del fuel del Prestige, otro cetáceo, en esta ocasión perfectamente identificado como una ballena yubarta, se refugió en el puerto de Marín del chapapote que asfaltaba playas y enlutaba el océano. Cemma registró científicamente este inusual episodio, que quedó imborrable en la retina de aquellos que vieron al enorme ejemplar dando brincos por las mañanas frente a Portocelo. Se le puso el nombre de Anduriña y se fue un día tan sigilosa como llegó, dejando tras sí un buen recuerdo.

Barcos arousanos, a arponazos, hachazos y tiros contra una ballena que se escapó 

Un barco de Vilaxoán que se encontraba faenando una madrugada del mes de octubre de hace un siglo en el interior de la ría de Arousa, entre A Illa y Vilagarcía, se topó con un cetáceo que unos calificaron de ballena y otros de cachalote. Fuese lo que fuese, era de grandes dimensiones e intentaron cazarlo. Cuentan las crónicas de la época, que el animal parecía herido y estuvo a punto de varar en la punta de O Esteiro, en Vilanova. Los tripulantes del barco contaron como, «con gran asombro», vieron aquel cetáceo surgiendo del agua. Le lanzaron el rizón del barco, para ver sí lo empujaban a tierra, pero se les escapó, tomando rumbo al norte.

No era un sueño, ni la imaginación de los tripulantes de la lancha de Ramón Martíñán, porque a las nueve de la mañana la ballena reapareció «a pocas brazas del puerto», en Vilaxoán. Al verla, cuantos se encontraban en el muelle se lanzaron a los barcos y se inició una infructuosa persecución por mar que siguió mucha gente desde tierra. El animal volvió a burlar a sus perseguidores.

Por la tarde, volvió a ser avistado entre Boiro, A Pobra y Rianxo. El propietario de los astilleros de O Chazo logró acercársele y los cronistas de la época relatan que le disparó cuatro tiros y le clavó un arpón y una trencha. La ballena recibió una verdadera lluvia de objetos lanzados desde los barcos. La ballena, que debía tener más vidas que un gato, volvió a escapárseles tras recibir hachazos, cuchillazos y golpes con objetos de todo tipo, con más de una herramienta clavada en el lomo. Volvió en dirección sur por la ría arousana y los barcos de Vilaxoán, que la esperaban, reanudaron la persecución. Sin embargo, cayó la noche y le perdieron el rastro frente a A Illa.

Un atentado hundió en Marín los últimos balleneros gallegos 

Era el 27 de abril de 1980 cuando un estruendo en el puerto de Marín causó alarma en la localidad. Se trataba de un atentado con bombas, contra dos barcos vacíos, que supuso la puntilla a la industria ballenera española. En aquel extraño suceso, por el que nadie ha sido juzgado y cuya autoría todavía no está clara, se hundieron en un intervalo de una hora los balleneros Ibsa I e Ibsa II. Un tercero fue desatracado y llevado hasta la dársena militar de la Escuela Naval para su custodia. En este tercer caso no se encontró ningún artefacto explosivo, aunque la operación no fue tan inocua como podría pensarse. El Ibsa II estalló después de que se hubiese movido al III, así que sí hubo un riesgo de un suceso mucho más trágico que la pérdida de chapa y pintura.

Los marinenses, que curiosos se acercaron al lugar del siniestro, pudieron ver la silueta de las dos embarcaciones en el muelle viejo, semisumergidas, con un aspecto entre melancólico y ruinoso. Su hundimiento supuso el último capítulo de una industria que ya no agonizaba, sino que estaba técnicamente muerta. Desde entonces y con España adherida a la moratoria de caza de la ballena, los arpones dejaron de lanzar su carga mortal. La época de la caza de los grandes cetáceos había acabado y se abría una nueva era, donde primaban la protección ambiental y el estudio de las especies antes acosadas por los siete mares.

En la actualidad, cuarenta años después, la ballenas siguen fascinando a los gallegos como lo hicieron sus antepasados, aunque por motivos distintos. La Coordinadora para o Estudo do Medio Mariño (Cemma) y el Bottlenose Dolphin Research Institute (BDRI) han avanzado en el estudio de las poblaciones de cetáceos en Galicia. Y en su ámbito de interés están desde los arroaces de las rías, que tanto sorprenden a los turistas, hasta los gigantes más grandes del planeta.

Un atentado hundió en Marín los últimos balleneros gallegos 

Era el 27 de abril de 1980 cuando un estruendo en el puerto de Marín causó alarma en la localidad. Se trataba de un atentado con bombas, contra dos barcos vacíos, que supuso la puntilla a la industria ballenera española. En aquel extraño suceso, por el que nadie ha sido juzgado y cuya autoría todavía no está clara, se hundieron en un intervalo de una hora los balleneros Ibsa I e Ibsa II. Un tercero fue desatracado y llevado hasta la dársena militar de la Escuela Naval para su custodia. En este tercer caso no se encontró ningún artefacto explosivo, aunque la operación no fue tan inocua como podría pensarse. El Ibsa II estalló después de que se hubiese movido al III, así que sí hubo un riesgo de un suceso mucho más trágico que la pérdida de chapa y pintura.

Los marinenses, que curiosos se acercaron al lugar del siniestro, pudieron ver la silueta de las dos embarcaciones en el muelle viejo, semisumergidas, con un aspecto entre melancólico y ruinoso. Su hundimiento supuso el último capítulo de una industria que ya no agonizaba, sino que estaba técnicamente muerta. Desde entonces y con España adherida a la moratoria de caza de la ballena, los arpones dejaron de lanzar su carga mortal. La época de la caza de los grandes cetáceos había acabado y se abría una nueva era, donde primaban la protección ambiental y el estudio de las especies antes acosadas por los siete mares.

En la actualidad, cuarenta años después, la ballenas siguen fascinando a los gallegos como lo hicieron sus antepasados, aunque por motivos distintos. La Coordinadora para o Estudo do Medio Mariño (Cemma) y el Bottlenose Dolphin Research Institute (BDRI) han avanzado en el estudio de las poblaciones de cetáceos en Galicia. Y en su ámbito de interés están desde los arroaces de las rías, que tanto sorprenden a los turistas, hasta los gigantes más grandes del planeta.