«Polas drogas, estiven quince anos sen ver a miña nai. E esperou ata que saín»

María Hermida
María Hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

A LAMA

Comenzó a consumir en la adolescencia y en el año 2018, ya rondando la cincuentena, logró iniciar el proceso de rehabilitación.
Comenzó a consumir en la adolescencia y en el año 2018, ya rondando la cincuentena, logró iniciar el proceso de rehabilitación. ADRIÁN BAÚLDE

Fue toxicómano, estuvo en la cárcel y se buscó «a ruína». Ha salido del infierno, tiene trabajo y trata de reconstruir su existencia

27 ene 2022 . Actualizado a las 15:02 h.

La mascarilla que le tapa el rictus serio no impide ver la ilusión en sus ojos. Quizás sea emoción, que estaría justificada porque va a viajar con su memoria al infierno en el que vivió por culpa de las drogas y a narrar cómo ahora, frisando la cincuentena, abraza la nueva vida que logró construir. Podríamos dar su nombre y sus señas. Pero él y Rexurdir, la asociación que le acompañó en su camino para dejar de ser toxicómano, saben que desvelar su identidad tendría un peaje laboral y social en Pontevedra. Así que llamémosle simplemente José. Seguramente sea lo único ficticio que hay en su historia.

Todo empieza en plena adolescencia y en una ciudad portuguesa. Primero fueron unos porros y luego, directamente, probó la heroína. «Empecei a traballar moi pronto, traballei no téxtil e na construción. Tiña cartos e tamén tiña amigos que consumían... e un día fumei heroína, logo empecei a pincharme... e xa seguín así», explica. Consumía primero los fines de semana, luego a diario... Corrían finales de los años ochenta y él asegura que no era consciente del peligro. Mal que bien, mantenía su vida en apariencia ordenada. Estuvo cinco años enganchado y trabajando «como se nada pasara».

Su madre, al cabo del tiempo, sospechó lo que sucedía porque una vecina que tenía un hijo toxicómano le dijo que José tenía comezón en el cuerpo y que eso también le pasaba al suyo por culpa de la droga. José negó todo. Y ella le creyó, hasta que en la colada vio una jeringuilla y se le cayó la venda. Ahí, su vida estaba ya a punto de saltar por los aires: «Marchei eu da empresa porque non podía máis. Quedaba a durmir entre as máquinas, tiña mono seguido», explica.

Quiso parar, cambiar su rumbo. Y comenzó por mudarse de país. Dice que llegó a España limpio y que consiguió mantenerse así varios años. Consiguió distintos empleos, conoció a una mujer, se enamoró y tuvo dos hijos... parecía que esa podía ser la oportunidad para dejar atrás su calvario. Pero no lo fue. Refiere algunos reveses vitales que, un día, le llevaron a volver a consumir. Luego, afirma sin titubeos: «E aí si que me busquei a miña ruína». 

El segundo enganche

La cocaína y la heroína volvieron a marcar su hoja de ruta. Recuerda los viajes diarios a O Vao y esa sensación de que toda su vida «ía ser a mesma merda». Al principio trabajaba recogiendo chatarra y tenía con qué mantener su adicción. Luego acabó robando cobre y mendigando. Un día, mientras aparcaba coches en una calle de Pontevedra, le detuvieron. Tenía que pagar por un robo de cable cometido años antes. Y así fue cómo pasó 21 meses en la cárcel de A Lama.

Reconoce que «para dicir a verdade, ata consumía alí dentro», y que cuando salió siguió igual. Recuerda que le pesaban muchas cosas. Sus hijos, el haberles fallado tanto. Su madre, a la que le perdió la pista totalmente durante años. Y él mismo, esa sensación de que nunca iba a tener una vida tranquila. Un día, se llevó un golpe que lo cambió todo. Fue un batacazo contra una cristalera. Pero también contra aquella vida que se le había hecho imposible: «Ía andando pola rúa tan colocado que choquei contra o cristal dunha tenda».

Acabó en el hospital, donde le dieron el alta a los pocos días. Esa estancia hospitalaria le hizo pensar. No se quitaba de la cabeza la amabilidad con la que lo habían tratado. A los pocos meses, en el año 2018, decidió intentar, con la ayuda de la metadona, dejar las drogas. «O corpo non me respondía, atopábame moi mal. E un día, por iniciativa propia, funme para o hospital», explica. Allí no anduvieron con medias tintas. Le dijeron si, claramente, quería intentar cambiar de vida. Y él dijo sí sin mirar atrás. Pesaba entonces 62 kilos y, un día, entró en coma. Cuando despertó, pesaba solo 49.

No fue fácil. Ni rápido. Pero sí eficaz. Rexurdir le acompañó y le brindó la oportunidad de vivir en un piso con otras personas en proceso de rehabilitación. Dice que fue lo mejor que le pudo pasar. En el 2019 salió de esa vivienda siendo otra persona.

Le ayudaron a buscar un trabajo, que aún mantiene. Y por su cuenta trató de recomponer las costuras de su existencia. Volvió a contactar con sus hijos. Y, sobre todo, llamó a su madre: «Xa non sabía o teléfono nin o nome da rúa, porque cambiara. Busqueina no Facebook. Estiven 15 anos sen ver a miña nai. E esperou ata que saín. Cheguei pola porta e foi como se a vira a semana anterior, acolleume cos brazos abertos», cuenta con emoción. Desde entonces, no deja de viajar a verla. Le queda camino por andar para acercarse más a sus hijos. Pero lo quiere recorrer. No olvida dónde estuvo, porque es la mejor manera de no volver.