Una defensora de los caballos libres llamada Sarah

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

cedida

Es bióloga, pero encarrila su presente y su futuro laboral a su fascinación desde niña: los equinos

15 jun 2017 . Actualizado a las 17:28 h.

Sarah, Sarah Bott -recalca la importancia de la h final de su nombre que un funcionario del registro civil mutiló y que ella defiende a capa y espada- un día vio un caballo. Era ella pequeñísima. Tanto, que ni siquiera hablaba. Lejos de asustarse ante aquel animal que a ojos de un bebé debe resultar gigantesco, Sarah le indicó a sus padres con la mano que quería acercarse al equino. Lo acarició, lo vio de cerca... y prendió la llama. Comenzó la fascinación de Sarah por los caballos. Ella tiene ahora 24 años y una titulación de Bióloga. Pero su presente y su futuro laboral se encaminan, como no podía ser de otra manera, al mundo equino. ¿Qué hace? Se formó para poner en práctica el coaching con caballos. Asimismo, acaba de terminar un curso de educadora equina. Y, ante todo, se define como una defensora a ultranza de los caballos libres. «Es que ellos son felices fuera, en libertad, no en las cuadras. Y no les gusta vivir solos, son animales de manadas, necesitan compañía», señala Sarah cargada de energía.

La entrevista con Sarah se hace a distancia. No en vano, aunque ella es de Bora, en Pontevedra, está ahora mismo en Plasencia. Se marchó allí a seguir formándose como educadora equina. Y posiblemente a partir de septiembre establezca allí su puerto base para colaborar con un centro ecuestre en el que se siente cómoda «porque los caballos están muy libres». Pero vayamos al principio. Sarah nació en una casa anclada en la naturaleza de Bora. Y de su infancia recuerda, sobre todo, que sus padres siempre le dejaron tomar decisiones. «Si no les parecía bien me lo decían, pero siempre procuraban que decidiese cosas», indica. Su ilusión desde cría era convertirse en veterinaria. Pero cuando le tocó elegir carrera reconoce que tuvo miedo: «Empecé a pensar en la responsabilidad que supone que la vida de un animal esté en tus manos. Y al final opté por estudiar Biología, que también me interesaba mucho». Cursó los estudios en Santiago, salvo un año que se marchó de Erasmus a Alemania, la tierra de su padre. Allí descubrió que no es lo mismo hablar alemán desde pequeña que ponerse a estudiar en la lengua germana. Pero, aún así, vino contenta con la experiencia: «Me gustó muchísimo y al final le cogí el truco y tiré hacia adelante con el curso», cuenta.

Necesitaría tres vidas

Sarah reconoce que necesitaría tres vidas para poder hacer todas las cosas que le gustan. De hecho, en medio de la carrera, hizo una pequeña pausa para formarse a la vez en otras cosas. Se puso con un curso de educadora canina, otro de monitora de tiempo libre y empezó a bregarse en materias como la etología equina, para conocer como se comportan los caballos en libertad. Finalmente, remató los estudios universitarios. Y, ya sí, se centró en el tema equino. En el País Vasco aprendió a hacer

coaching

acompañado con caballos. ¿Qué es? Ella lo explica bien: «Se trata de ayudar a las personas a mejorar sus habilidades sociales o a conseguir metas que les son difíciles acompañando el trabajo que hacen con caballos. Tienen que montar a caballo, hacer un determinado circuito, responder a preguntas y con distintas técnicas y gracias a la ayuda del animal, que es maravilloso leyendo la mente humana y observando el comportamiento del jinete, se va viendo qué dificultades son las que no le dejan a uno alcanzar su objetivo o las fortalezas con las que cuenta para tirar hacia adelante...». ¿Funciona? Sarah indica que su experiencia le dice que sí. Y anima a probarlo.

Ahora mismo, en Plasencia, hizo un curso para saber más sobre los animales que tanto le fascinan «por su enorme sensibilidad y su habilidad para enseñarnos cosas». Volverá en unos días a Pontevedra y, en septiembre, previsiblemente, volverá a este lugar para trabajar en el centro ecuestre. En medio, le queda un ajetreado e intenso verano.

Se ríe al contarlo. «Es que realmente necesitaría tres vidas, me gustan demasiadas cosas», indica. Y el vivo ejemplo es lo que vivirá este estío. Le concedieron una beca Erasmus Plus y durante diez días se marchará a Rumanía a participar en un programa de habilidades para la empleabilidad. Luego, cogerá la mochila y se irá a Cuenca, donde se convertirá en monitora de un campamento de Greenpeace. Y es que Sarah también es voluntaria de esta organización desde hace tiempo. A mayores, en su libreta de asuntos pendientes tiene hacer escalada, mejorar su técnica haciendo fotografías o aprender a soplar vidrio como lo hace su padre. «Me gusta todo», insiste.