Un soñador que sabe que apenas le queda vida

María Hermida
maría hermida PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

emilio moldes

No está enfermo. Pero recalca que aunque llegue a cumplir muchos años «siempre serán muy pocos»

16 sep 2017 . Actualizado a las 08:54 h.

«Me queda poco tiempo de vida». No es raro que David Neira (Pontevedra, 1978) le espete esa frase a sus amigos y familiares. Lógicamente, todos se quedan de piedra pensando en algo dramático. Pero, antes de que se angustien, con un sarcasmo bien característico, David les aclara: «Tengo casi 40 años, así que como mucho me quedarán otros 30, 40 o 50 años de vida, no mucho más. Eso es poquísimo tiempo», suelta. Quizás sea por ese convencimiento suyo de que la vida es breve, él ha ido haciendo todo a la carrera. O no todo, pero sí muchas cosas. Sin haber cumplido los 40 años todavía, es padre de dos adolescentes, probó distintos oficios, empezó a estudiar una carrera, la dejó y ahora la retomó y ha hecho en los últimos tiempos lo que para él es como haber tocado el cielo: escribió una novela, La travesía del Fénix.

Todo empezó en el instituto. En plena adolescencia, David empezó a hacer sus pinitos como escritor. Se le dio entonces por la poesía. Y le gustaba, vaya si le gustaba. Pero tuvo un final de bachillerato convulso, una época de rebeldía que le hizo repetir, y se fue al traste su sueño de estudiar periodismo porque no alcanzaba la nota de corte. Probó suerte con los estudios de psicología, pero su situación familiar le obligaba a compatibilizarlo con el trabajo y la cosa no salió bien. Acabó dejando la carrera y se empleó como camarero, como estibador, dependiente o, posteriormente y durante años, en el sector de la automoción. El caso es que dejó aparcada la escritura. E incluso durante años también las lecturas que tiempo atrás le daban aliento, sobre todo la poesía de Pablo Neruda.

Un día, hace no demasiado tiempo, todo cambió. ¿Por qué? Por nada y por todo a la vez. Después de pasar por un divorcio, de perder inesperadamente y de forma dramática a un antiguo amigo o de sufrir problemas de salud, decidió tomarse en serio «que la vida es breve». Y se puso a escribir. Antes había leído un libro de Eloy Moreno, del que se quedó prendado. Tal fue su fascinación por el autor que incluso puso rumbo a Alarcón para participar en una ruta literaria que oferta este escritor. Allí, además de encontrarse como pez en el agua, sintió que la vida le vomitaba encima historias que debían ser contadas. «Yo había ido a una simple ruta literaria y me encontré con una persona que me contó una historia personal durísima, que pasó a formar parte de la novela que luego escribí».

Ya de regreso a Pontevedra se puso a escribir. Dice que arrancó con una disciplina militar, echando muchas horas al ordenador. En cuatro meses, La travesía del fénix había tomado forma ya y estaba lista para ser editada.

«Por fin acabo algo»

Lo que sintió cuando puso el punto y final a su novela lo resume bien esta anécdota: «Yo he empezado muchas cosas, reconozco que voy siempre muy rápido y cuando terminé de escribir esto sentí que algo había cambiado, que había llegado a la cima de algún sitio. En la dedicatoria que le hice a mi padre le puse ‘al fin acabo algo’». Efectivamente, tal y como le escribió a su padre, David logró terminar la obra. Pero, en realidad, lo que hizo fue empezar una nueva vida. Porque está dispuesto a seguir escribiendo. ¿Hasta cuándo? No quiere hacerse esa pregunta de momento. Por ahora, asegura que tiene historias y ganas de contarlas. Al preguntarle cómo se sostiene su economía tras dejar su empleo y embarcarse en el mundo literario, señala: «Te adaptas a muchas cosas, yo experimenté la sensación de volver a compartir piso, por ejemplo, y es maravilloso».

Y así sigue, dispuesto a resistir. Se ha tatuado en el brazo la palabra resiliencia, que el diccionario define como la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o una situación adversa. Dice que él ha adquirido esa capacidad. Y que lo único que le importa es seguir viviendo «el poco tiempo que queda».

La muerte trágica de un viejo amigo fue un punto de inflexión para empezar a escribir