Esta orden implica que Manolo no puede acercarse al lugar donde tenía su casa, porque está a tiro de piedra de la vivienda de su vecina y denunciante. Sí puede acceder a la parte de abajo de la finca, donde pasa el día junto a sus cabras, gallinas y el perro. Pero cree que va a tener problemas: «Teño pánico a acabar no cárcere, veño aquí polos animais e porque non teño outro sitio máis que este galpón, pero veño con moito medo. Durmir, xa non durmo aquí, estou de prestado», indica. Sus vecinos (decenas de personas de toda la parroquia) hicieron el domingo una asamblea para apoyarlo y en esa reunión indicaron que, a su juicio, Manolo «ten máis de víctima que de acosador». Los paisanos quieren ayudarle a que, por lo menos, pueda salvar los muebles que ahora mismo están a la intemperie. Amén de manifestarse a diario para visibilizar el conflicto que hay en la aldea, donde más vecinos fueron denunciados por la misma mujer por causas distintas. Pero Manolo, por ahora y a cuenta de la denuncia por abusos, no puede acercarse a recoger esos muebles. Dice que la policía se brindó a acompañarle próximamente para que pueda hacer esas labores sin quebrantar la orden de alejamiento. Y a esa esperanza se agarra, porque tiene miedo de que una tormenta de verano arruine los pocos enseres que le quedan.
Manolo no le ve buen final a su historia. Insiste en que se ve en la cárcel y que por su cabeza no pasa nada bueno. De hecho, tras años negándose a poner denuncias, ahora sí quiere luchar para que también le derriben la casa a su vecina y denunciante. Dice que «se a miña caeu, a dela tamén». Y espeta: «Que miren ben este tema. A casa xa vai alá, pero isto que teño agora enriba é unha acusación terrible. Que a investiguen».