Pareja en la vida y en el taller: las joyas que Marta y Camilo diseñan nunca se repiten

Nieves D. Amil
nieves d. amil PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Marta Caruncho dirige junto a su marido el taller de joyería Caruncho&Kodina, en Pontevedra
Marta Caruncho dirige junto a su marido el taller de joyería Caruncho&Kodina, en Pontevedra CAPOTILLO

Este matrimonio de pontevedresa y catalán comparte trabajo y diseño desde que se conocieron hace treinta años en la desaparecida escuela de joyería de Pontevedra

29 mar 2023 . Actualizado a las 15:46 h.

Marta Caruncho habla de su oficio con cariño, el mismo que pone en cada una de las joyas únicas que hace cuando se sienta en su banco de trabajo. Estudia al cliente, le gusta hablar con él para que cuando llegue el momento de entregar la pieza nada falle. Nunca lo ha hecho. Muchos de sus compradores se han convertido en amigos, de esos que tanto en persona o a través de las redes, donde ha encontrado un nicho infinito de clientes, están siempre atentos a sus creaciones. Lleva más de treinta años diseñando y haciendo joyas junto a su marido Camilo Codina en Carunho&Kodina, pero es ella quien se sacude la timidez mientras su otra mitad está en el taller.

Se enamoraron haciendo joyas. Él era su profesor en la antigua escuela que había en Pontevedra y ella una alumna que quería convertir su ojo para el arte en su forma de vida. De ese amor nació la empresa, tres hijos, un gato, un perro y una cobaya con la que comparten la vida. Tres décadas dan para mucho, pero cuando Marta echa la vista atrás recuerda cuando en 1992 montaron su primer taller en el segundo piso del edificio donde está Natas D’Ouro. En sus palabras se ve el cariño con el que recuerda ese inicio del camino. De ahí, saltaron a la calle Real. «Era nuestro primer local a pie de calle. Tenemos taller y venta al público, pero lo más fuerte siempre fue el taller», recalca Marta, mientras hace un rápido repaso por su trayectoria. Hace un año que se mudaron a la calle Rosalía de Castro.

Son unas de las víctimas del derribo del edificio de las Galerías Oliva. Hacía tres años que habían remodelado un bajo que se había convertido en una extensión de su hogar. Tenía luz, ventilación y una pequeña salida a una zona ajardinada. Un sueño para ellos hasta que un día Pilar González, de la cafetería de las galerías, les comentó lo que estaba ocurriendo. La propiedad no les había informado.

Marta y Camilo se vinieron abajo unas horas. Pero pronto se plantearon las únicas opciones posibles. «Nos miramos y pensamos, o lloramos o nos tomamos una copa de vino, pero tenemos tres hijos y no había tiempo de lamentos», reconoce Marta. Es valiente y siempre piensa «¿qué puede salir mal? Tener que cambiarse. Pues listo». Nunca se vino abajo por tener que cambiar de ubicación y al día siguiente se pusieron manos a la obra hasta encontrar el nuevo local. «De todo se aprende, lo haces más por las bofetadas que por los años», advierte. En cuando lo acondicionaron, se mudaron. Esa vida nómada nunca le hizo perder clientes. «Cuando estábamos encima de la tienda de Bimba y Lola, en la calle Peregrina, había unas escaleras para subir y a veces, bajaba a atender a la puerta», explica con nostalgia. Y es que buena parte de ese séquito de clientas se han hecho mayores con ellas. «Las chicas se convirtieron en mamás con carrito y las señoras, en abuelas, a las que les costaba subir escaleras», comenta.

Así que cuando a Marta y a Camilo les tocó mudarse por última vez tenían claro que la accesibilidad era una obligación. Y no solo por sus clientes, sino también por el padre de Marta, del que fue una especie de «hada madrina» hasta que falleció. Sería el único paso atrás que daría en su vida, uno tan grande que le permitiese volver a tener a su padre al lado. Tras haber pasado por media docena de ubicaciones han encontrado su rincón en la calle Rosalía de Castro. Ahí dan vida a nuevas joyas o transforman las piezas viejas de oro en algo exclusivo.

Las redes, un mundo nuevo

Su fuerte sigue siendo el taller, pero las redes sociales le dieron un impulso que Marta desconocía. «El 98 % de las ventas son a través de Instagram y del taller», reconoce. Cerca de ocho mil seguidores en esta red social confirman su tirón. Es ahí cuando habla con los clientes, ve cómo son y su cabeza echa a volar para ajustar los gustos del que compra o encarga. Sus joyas han traspasado las fronteras gallegas. Bruselas, Canarias, Madrid o Castilla son algunos de los destinos a los que vuelan las piezas de la firma Caruncho&Kodina. La carga de trabajo le ha llevado a reorganizar su horario comercial para poder dar salida a los encargos. «El otro día vinieron a recoger unas reparaciones y no las teníamos hechas. Vimos que no podía ser y ahora cerramos al público los martes y un par de tardes para trabajar en el taller. No veas la cantidad de trabajo que sacamos adelante», comenta Marta.

En estos treinta años han hecho miles de joyas. Ninguna igual. Aunque le pidan la misma no es capaz de repetirla idéntica. Dice, entre risas, que no apunta lo que hace. Solo crea. «Eso es lo que me gusta», apunta. Oro, plata, latón, piedras preciosas... Todo es válido para diseñar lo que le inspiran los clientes. ¿Sus preferencias? A Marta y a Camilo les gusta hacer todo tipo de joyas, pero si tuviese que poner el pero a algo, sería a los broches. No acaba de encontrarle el gusto. Prefiere preparar unas alianzas para una boda y personalizar sus piezas. «A veces me enseñan fotos para que vea como es el estilo de la persona. Me gusta entablar esa relación con ellos», reconoce.

En una carrera tan extensa es difícil quedarse con una joya. Pero Marta pronto responde a cuál es la que siempre recordará. Y la enseña en una fotografía. Hace unos años, una amiga suya estaba muy enferma y su vida corría peligro. «Vino su marido y me dijo que le hiciese algo, lo que fuese para animarla. Diseñé una sortija en oro, plata y con un cuarzo rutilado. Lleva inscritas las iniciales de sus tres hijos, la fecha de su boda a un lado y una medallita del ángel de la guarda», recuerda con enorme cariño. Hoy, Carla y su marido Jorge siguen siendo unos compañeros de vida «estupendos» y ella sigue luce su joya más especial.