La vida desgraciada desde niña de Noemí, la mujer de 33 años a la que mataron en Pontevedra

María Hermida / Cristina Barral PONTEVEDRA / LA VOZ

PONTEVEDRA CIUDAD

Noemí Rodríguez, de 33 años, a la que mataron en el lugar de Cunchidos, en una infravivienda en la que residía.
Noemí Rodríguez, de 33 años, a la que mataron en el lugar de Cunchidos, en una infravivienda en la que residía.

Hija de una indigente, tuvo una infancia durísima. Aunque la hirieron con arma blanca, murió a causa de los golpes que le propinó el homicida

23 may 2023 . Actualizado a las 18:56 h.

«Pacifista, anarquista y si alguien se mete conmigo, doy ostias». Esta, respetando la ortografía original, es la frase con la que se presentaba en sus redes sociales Noemí Rodríguez Ferreira, la mujer de 33 años a la que mataron en la madrugada de este lunes en Cunchidos, una lugar de Pontevedra limítrofe con el municipio de Marín. La incoherencia que relata en esa frase, ser pacifista y a la vez dar bofetadas, es un buen reflejo del caos que reinó en su vida desde que era una niña y que la acompañó hasta su muerte en la casa en la que residía. Explicar su pasado ayuda a entender su presente y el hecho de que viviese como okupa en una infravivienda plagada de basura y hedor a heces y pis. 

Todo empieza en Pontevedra, en 1989, el año en que Noemí nació. Su madre, Macarena Rodríguez, aunque conocida como Malena en Pontevedra, donde vivió mucho tiempo en infraviviendas, pensiones o en la calle, contaba hace un tiempo a este periódico que había tenido a su bebé, a Noemí, de soltera y que nadie le había ayudado a salir adelante. La niña se debió criar en un contexto bien desfavorable, en la indigencia. De hecho, cuando la pequeña tenía seis años, un padre Franciscano abordó en la calle a la madre y le dijo que iban a abrir un comedor social en Pontevedra y que allí les darían de comer. Acto seguido, la pequeña y su madre pasaron a comer diariamente en esa entidad y estuvieron años y años haciéndolo porque nunca tuvieron suficientes ingresos para un plato caliente en otro lado, tal y como Malena siempre contaba. 

Fue pasando el tiempo, ambas vagaron de un sitio a otro, ora en pensiones ora en pisos o infraviviendas. Y, como la madre contaba hace ya unos años, Noemí acabó «yendo por su lado». Se veían a veces en el comedor social de Pontevedra, pero la relación no siempre era cordial ni estable. De hecho, a finales del 2021, la madre señalaba que apenas veía a Noemí, aunque ambas seguían yendo por San Francisco a buscar víveres para subsistir. 

La víctima tuvo distintas parejas, algunas también usuarias del comedor social y en el convento de San Francisco, a la hora de comer, protagonizó trifulcas con alguno de estos hombres. Señalan que aparentemente su carácter era afable y educado, pero que era habitual que acabase enmarañada en conflictos, a veces ligados al consumo o trapicheo de drogas. 

Sea como fuere, la relación entre madre e hija debió acabar arreglándose en algún momento porque, hace algo más de un año, ambas acabaron residiendo como okupas en Cunchidos, en la infravivienda donde mataron a Noemí. ¿Cómo dieron con ese lugar? Se supone que las llevó hasta allí Esteban, pareja de Noemí, que lleva unos diez años pululando por esa casa, aunque en algún momento se marchó porque estuvo en prisión. Los vecinos fueron testigos de discusiones entre madre e hija y de cómo a veces se bañaban en una tina en el patio de la casa, en pleno invierno. «Te daba dolor de corazón verlas así desnudas con tantísimo frío y bañándose igual en la calle», contaba una vecina. 

Vivían en un lugar plagado de cachivaches y basura, con unas mantas haciendo las veces de puertas. A veces, parecía que cocinaban algo, porque acudían a las casas de los vecinos a pedir ajos o sal. Pero en otras ocasiones pedían que les diesen comida. Hace un tiempo, la madre se terminó marchando de la casa. Le dijo a una trabajadora social que solía ayudarle que se iba porque su hija Noemí había entrado en prisión y ella «se había quedado tirada». Servizos Sociais se puso manos a la obra porque, según explican distintas fuentes, la mujer comenzaba a tener su salud muy deteriorada y urgía encontrarle un sitio digno para vivir. Le dieron plaza en una residencia de mayores, en Cerdedo-Cotobade, donde sigue. 

Noemí, tras haber pasado o no por prisión (su madre dijo que sí), debió de volver a esa infravivienda con su pareja, Esteban, un hombre que también tiene antecedentes policiales pero que no es el detenido por su muerte, sino que hoy mismo, horas después del suceso, ya volvía a estar en esa casa marginal en la que residían. Los dos solían salir cada mañana en la misma bicicleta, él delante y ella detrás, y recorrían algo más de un kilómetro hasta el aparcamiento ubicado frente a la Escuela Naval de Marín, donde ambos hacían de aparcacoches. Esta mañana, en ese párking, una silla permanecía vacía en medio y medio de la explanada. Un jubilado que los conocía perfectamente, señalaba: «Ahí estaban ellos dos siempre, el chico y la chica. ¿Quién se imaginaba que la podían matar?», decía en referencia a la fallecida Noemí.

¿Qué pasó para que la matasen? Los altercados eran continuos en esa infravivienda en la que vivían en medio de multitud de cachivaches, desde carritos del supermercado a bicis viejas pasando por numerosa basura. Se les oía gritar, entraba y salía gente y no era raro que la policía tuviese que acudir allí, aunque no es el único domicilio de ese barrio al que van con frecuencia los agentes. Hace unos años ocurrió el episodio más grave, que se quedó en la memoria de todo el vecindario, pero aún no vivía Noemí ahí. En esa ocasión, otra mujer, que se supone que también era la pareja de Esteban, parece que acabó malherida. 

Desde ese episodio, los jaleos, fiestas y discusiones continuaron, tanto antes de llegar Noemí como después. Por eso, en la madrugada de este lunes hubo algún vecino que, aunque escuchó gritos pidiendo auxilio, ni se inmutó. «Otra pelea más», pensaron todos. Pero, entre las cinco y las seis de la madrugada, un hombre de mediana edad que iba a trabajar a la descarga de pescado se topó a la pareja de Noemí, con Esteban, en la calle, desesperado buscando ayuda. Entonces, entró en la casa y, al parecer, se encontró con la escena del crimen: con Noemí tirada en el suelo y con otra persona, un varón portugués de 50 años, al lado, totalmente ensangrentado y diciendo en voz alta «fódase pa, fódase, pa». El vecino salió de allí descompuesto, se lo contó a sus compañeros de trabajo y llamaron a la policía. 

Al amanecer, cuando la noticia comenzó a correr como la pólvora en una empinadísima y angosta calle donde todo el mundo se conoce, los medios policiales ya habían tomado la vivienda en la que se produjo el crimen. Mientras la policía científica trabajaba, los vecinos intentaban recordar el nombre de la víctima. Y no eran capaces. Porque, aunque la veían a diario con Esteban y con un perro, la relación era mínima. «Iban a lo suyo», dicen los lugareños. Nadie sabía quién podía ser el hombre portugués que estaba con ellos y que supuestamente mató a Noemí, pero no les sorprendía en absoluto que permaneciese allí o que acudiese a reclamarles algo, porque era algo que ocurría con frecuencia. La policía descartó desde el primer momento que se tratase de un caso de violencia machista, ya que el hombre portugués y la víctima no mantenían una relación. Su pareja, con la que el año pasado anunciaba en las redes sociales que iba a ser su «futuro marido» era Esteban, que también estaba en la casa y que salió corriendo a la calle pidiendo auxilio. 

El triste aviso de la muerte de Noemí viajó hasta la residencia donde está su madre, que frisa los 68 años y es prácticamente la única familiar que tiene la víctima. Mientras tanto, el cadáver fue trasladado para la pertinente autopsia. Al parece, la mujer, aunque tenía heridas de arma blanca, murió a causa de los golpes recibidos. Su cuerpo estaba destrozado tras la paliza que le provocó la muerte. Horas después del suceso, una trabajadora social que conocía perfectamente tanto a Noemí como a su madre, concluía: «Es una pena, pero por desgracia, se veía venir».