Cuarenta años bajo el sol de A Lanzada

Alfredo López Penide
López Penide SANXENXO / LA VOZ

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Elisardo Vidal apuesta por productos frescos comprados en el día y por los que cultiva en su huerta

27 jul 2017 . Actualizado a las 07:45 h.

«Nunca me he puesto rico a cuenta de esto». A sus casi 74 años -los celebra el próximo mes de noviembre-, cinco hijos, varios nietos y un bisnieto en camino, Elisardo Vidal Sampedro, hace honor al apelativo de su familia: «El Alegre». Un apodo que se ganó su tatarabuelo por lo bien que cantaba -«saliendo de la escuela le dijeron: ‘¡Mira que chico tan alegre!’. Y yo sigo siendo el Alegre»- y con el que bautizó el chiringuito que regenta en la playa de A Lanzada, en Sanxenxo. «Llevo con esto cuarenta años, veintidós con otro cerca de la escultura del cormorán y dieciocho con este. Soy el quiosquero más antiguo y el más viejo, además».

Si uno busca en Internet información se sorprenderá por la cantidad de comentarios que ensalzan el tomate de sus ensaladas, los pimientos o incluso las patatas fritas con las que acompaña al churrasco u otros platos del menú. El secreto realmente no lo es, ya que Elisardo Vidal lo desvela a todo aquel que le pregunta: «El tomate nuestro es de casa, el pimiento es de casa y parte de las cosas que ofrezco son de casa y por esto tengo los precios que tengo. Son muy aceptables y la gente viene», apunta.

Pero es que además, este quiosquero oriundo de Sanxenxo, aunque reside en Dena (Meaño), remarca que su filosofía se asienta en la premisa de «todo lo que doy es fresco». De este modo, diariamente, recorre lonjas, carnicerías y mercados buscando la materia prima que ofrecerá en el Kiosco Alegre, una búsqueda que, en más de una ocasión, le ha llevado a trasladarse hasta A Coruña para encontrar la sardina que se ajustaba a sus necesidades. «Todos los días voy a buscarla. No te compensa mucho -confiesa aludiendo al margen económico que puede obtener-, pero detrás de la sardina van el vino y otras productos. Mi manera de trabajar es esta». Y por sus palabras, y después de cuarenta años, no parece que tenga mucha intención de cambiarla.

«Estoy jubilado, pero me doy de alta para trabajar tres meses», aclara cuando se le pregunta si por su edad no está cansado o no preferiría dedicarse a otras actividades. «A mi me gusta esto y, más bien, es una afición. Tengo a diez o doce personas trabajando y creo que ellos están contentos conmigo y yo con ellos», aclara, asegurando que lo que más le gusta es «el ver feliz a la gente y poder servirla como yo quiero y puedo. Es la alegría más grande. No es el dinero porque necesidad, aunque siempre hay, estoy más o menos regular situado... Simplemente, trato de hacerlo lo mejor que puedo». En definitiva, su apuesta es la de «dar calidad y que la gente esté muy contenta».

¿Y famosos? ¿Han pasado famosos por el Alegre? La respuesta es afirmativa, aunque el propio Elisardo reconoce que, en algún caso, no fue consciente de su presencia hasta que ya habían pagado y se habían ido: «Han pasado muchos y algunos que no me he dado cuenta porque estaba a otras cosas», contesta mientras señala que, entre los políticos, recuerda a Xosé Manuel Beiras, y entre los artistas, a Millán Salcedo, de Martes y Trece. «Lo tengo en una foto conmigo», resalta.

De igual modo, en cuatro décadas dirigiendo este chiringuito, «he visto de todo. Hay que tener un poquito de paciencia con alguna gente», incide, si bien matiza que todo se compensa con el rostro de la mayoría de sus clientes cuando les sirve. «Es una alegría. Para mí es un orgullo muy grande». En este punto, deja claro que esto no evita que a las diez y media de la noche, normalmente, se cierre la cocina para que sus empleados puedan descansar.

Elisardo es consciente de que cuando se retiré definitivamente desaparecerá una forma de entender este tipo de negocios de temporada. En su caso, además, no va a haber relevo generacional, ya que sus cinco hijos tienen otros trabajos y «no quiero sacarlos de ahí». Es propietario, además, de una churrasquería y un hostal que «están cerrados» y que tiene intención de vender, ya que asume que serían un lastre insostenible para las economías de sus hijos. «No pueden aguantarlos», remarca.

Su historia es la historia de un empresario hecho así mismo, un quiosquero que trabajó durante años como mayordomo en barcos mercantes donde aprendió parte de su oficio y que se ha convertido en toda una institución en A Lanzada. «Era el que operaba la faneca y la medusa. Luego vino Protección Civil, pero fue a mi cuenta porque estuve por el mundo adelante en barcos», señala para explicar que, junto con otro vecino de la comarca ya fallecido y que se desplazaba en un carro tirado por un burro, era de los pocos que entonces sabían como actuar frente al veneno de estas dos especies. «Han hecho un libro y todo en el que decían El brujo de la playa, por mí y por otros que había aquí».