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José Varela FAÍSCAS

SANXENXO

25 jul 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada vez que observo el reclamo turístico que Sanxenxo difunde pródigamente no puedo evitar pensar en la promoción engañosa: los afiches y anuncios -más propaganda que publicidad- presentan espacios naturales vírgenes del municipio cuando el núcleo duro turístico sanxenxino es el ocio masivo, pretencioso y adocenado. Aflora en este reclamo la dicotomía Mr. Hyde-Dr. Jekyll que tenemos interiorizada: compartimos la idea de belleza que encierra esa costa salvaje e incontaminada bañada por un mar limpio, pero habitamos urbanizaciones abigarradas y comprimidas. Sanxenxo no es más que una gota en el océano de estulticia en el que pululamos. Si observamos el desarrollo urbanístico de Ferrol -sin duda un trasunto de su evolución sociológica-, resulta evidente cómo hemos ido abandonando los espacios urbanos más nobles y valiosos para ocupar, alborozados y orgullosos, unos ensanches inhóspitos, impersonales y diseñados bajo el único principio del lucro inmediato de unos pocos. Si exceptuamos a un puñado de vecinos letrados y sensibles que rehabilitaron algunos de los lugares más entrañables de la urbe como residencia, la idea de esa migración a barrios anodinos era en su día la encarnación de la modernidad. Por fortuna, si bien de manera lenta y a veces impuesta por las circunstancias, va abriéndose camino la recuperación, la rehabilitación, de zonas desdeñadas irracionalmente. Ferrol Vello, Canido, más tímidamente la Magdalena… recuperan vida. Parece que el proceso todavía está en sus inicios. Es como si la cordura fuese madurando, como si estuviésemos en el envero de una fruta. Ojalá fuese cierto que nunca es tarde, y la razón llegue a alcanzar su punto de sazón.