Perplejo

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO

21 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Gran espacio en el polígono de Costa Vella. Cadena con presencia al menos en toda España, con un centenar de tiendas como esta. Personal agradable. Venta también por Internet, donde aseguran tener un catálogo de ocho millares de productos. Y justo el que yo quería no está en las estanterías, así que hay que echar un ojo al catálogo y encargarlo. Para empezar, tarda la friolera de quince días, y eso es algo corriente. «¡Caramba, ni que viniera de una alejada provincia china!». Sonrisas. Facilito mi nombre, mi mail y mi móvil para que me avisen (que ya tenían de alguna compra anterior), me dispongo a dar media vuelta y la mujer me pide ocho euros como garantía. Quedo perplejo. Ya no porque mi artículo no llegue ni a los 40 y que pidan el 20 o 25 por ciento de su importe. Me lo explica. Estoy a punto de dar los buenos días y enfilar la puerta. Mis neuronas me recuerdan que necesito de verdad ese producto, que tendría que empezar a dar vueltas para encontrarlo, que tengo mucho trabajo pendiente y que ni siquiera vivo en Santiago. Acepto. Tengo que aceptar. Abro la cartera y paso la visa.

Me parece un atraco a tiempo parcial. Me los rebajarán, claro está, del precio final -¡solo faltaría!-, pero el objeto que pido es algo normal, no algo extraordinario que la empresa tenga que jugarse el balance del año. Una muestra de desconfianza absoluta. Con el rabo entre las piernas tengo que decir que es intolerable. ¿Se imagina ir a un restaurante, pedir la comida y que el camarero le diga «sea tan amable de pagarme el 20 por ciento por adelantado, antes de que yo haga el encargo a la cocina»?

Por lo menos el comercio electrónico es más aséptico y no se pasan estos bochornos.