Victoria Seoane: «Tengo 90 años, ojalá tuviese 60 para poder seguir trabajando en el nuevo negocio»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

Victoria posa ante la firma de comidas preparadas que su familia tiene enfrente de la tienda que ella llevó durante décadas y que ahora conduce su hija. Desde el otoño todo se juntará en la misma acera bajo el nombre de Artesanos Victoria.
Victoria posa ante la firma de comidas preparadas que su familia tiene enfrente de la tienda que ella llevó durante décadas y que ahora conduce su hija. Desde el otoño todo se juntará en la misma acera bajo el nombre de Artesanos Victoria. PACO RODRÍGUEZ

La fundadora del clásico ultramarinos del Hórreo que solo cierra «tres días al año» repasa una intensa vida ligada a este negocio familiar. Avanza los cambios que llegarán en otoño

07 jul 2020 . Actualizado a las 00:20 h.

Pocos compostelanos habrá que, ante la falta de algún alimento, no hayan recurrido un domingo a la tienda, de horario amplio, que regentaba Victoria Seoane en el Hórreo y que ahora conduce con equiparable empuje y atención una de sus dos hijas, un ultramarinos convertido casi en «servicio de guardia», como reconoce la fundadora. «A muchos seguramente les sacamos de algún apuro», comenta divertida a sus 90 años mientras repasa una vida ligada a un negocio familiar.

«Nací en 1929, un año muy crítico también», explica con una memoria que sorprende. «Llevo toda la vida en la que era y sigue siendo la calle más ancha de Santiago, la mejor», evoca orgullosa sobre una arteria en la que ya se habían establecido sus padres con un negocio de carrilanas (hoy empresa Seoane) con cuya gestión continuó -junto a alguno de sus hermanos- y con una lechería que transformó en una tienda. «En los propios autocares se traían a Santiago desde las aldeas cercanas distintos productos como frutas, hortalizas… Muchos agricultores paraban aquí y me preguntaban ‘hoxe quererás leituga?'»... Así empezó todo», rememora con nostalgia sobre un ultramarinos que dio sus primeros pasos en los cincuenta del siglo pasado y que poco a poco, y con una entrega sin límites por parte de Victoria, se hizo un hueco en la vida económica de la ciudad.

«Siempre fui muy trabajadora. Estaba aquí de sol a sol», reconoce la santiaguesa mientras subraya con una sonrisa cómo ya a primera hora, cuando se ponía detrás del mostrador, «me olvidaba de todo. Me volcaba en el negocio». Una «dedicación disfrutada, y no sufrida», como puntualiza Luisa, una de sus hijas, con la que logró que su tienda diese un enorme servicio a sus vecinos. Echa la vista muy atrás y revive, por ejemplo, «las largas colas que se formaban por las tardes hace 40 años para conseguir pan caliente». Los favores prestados a todas horas también contribuyeron a agrandar su tirón. «Recuerdo a pasteleros que trabajaban de noche y que se quedaban sin huevos. Llamaban a la puerta a las 04.00 horas y yo bajaba a dárselos», relata Victoria sobre unos años en los que no había descanso. «Solo libraba tres jornadas: Navidad, Año Nuevo y el día del trabajador. Ni cuando una vez se nos cayeron de noche las estanterías y todo olía a coñac, cerramos», detalla antes de ilustrar con más ejemplos un esfuerzo que el Concello le reconoció en el Día da Muller Traballadora. «Salía poco. Casi no conocía la ciudad», rememora. «Un cliente, de una autoescuela, me insistía en su ilusión de que me sacase el carné de conducir. Le dije que no tenía tiempo», incide riendo mientras salta al otro negocio familiar. «Tiré de chóferes, primero de mis hermanos, y luego de mi marido, con el que me casé a los 28 años», apunta sobre un perfil personal que también rompió moldes.

«Recuerdo a pasteleros que trabajaban de noche y que se quedaban sin huevos. Llamaban a la puerta a las 04.00 horas y yo bajaba a dárselos»

Reconoce que en su casa siempre predominó el «gobierno de las mujeres». Mira emocionada a ambas hijas y, muy familiar, comparte su mayor satisfacción. «El domingo comemos todos juntos, con mis nietos y un bisnieto, y para mí es la fiesta mayor. Somos todos una piña», acentúa.

Con una salud envidiable para su longeva edad, revela un anhelo. «Solo pido poder ver abierta la nueva tienda», destaca sobre la próxima etapa de un ultramarinos que, sin moverse del Hórreo, sí sufrió una mudanza. Hace más de veinte años, y por unas obras en el inmueble -en el piso de arriba está su casa-, se reubicó al otro de la calle. Fue en el 2018 cuando la familia adquirió, además, un servicio de comidas preparadas que había enfrente. A partir del próximo otoño el proyecto se instalará, ya todo junto, en la acera donde nació. «Tengo 90 años, ojalá tuviese 60, treinta menos, para poder trabajar y ayudar a mis hijas en el nuevo negocio», asegura con pesar mientras admite que hoy en día ya no va por la tienda. «La veo desde mi ventana y me entretengo», enfatiza con humor.

Con tiempo para vacaciones, algo que hasta hace poco no se permitió, y para disfrutar de la lectura o de la playa en Porto do Son, su afán, aún así, no cesa. En casa no abandona la cocina ni sus empanadas de pollo con setas, una de sus recetas más recordadas. Su hija lo confirma: «No hay día en que no pregunte si hay algo que aún pueda hacer».