Amargo despertar

SANTIAGO

28 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Este desgraciado año 2020, que algunos han tachado del calendario y dado por muerto, todavía puede arrearnos un último y definitivo zarpazo. Del 2021 ya hablaremos, aunque nos apunte con el fusil. Este año encara el último tramo esparciendo penuria desde el suelo, como esos personajes del cine malo de acción, siempre capaces de lo peor en los últimos estertores. No sé si vivimos un tiempo distópico, que es la gran cursilería, pero sí muy triste y pintoresco. Lo que nos angustia no es la abrumadora oscuridad del momento, sino el convencimiento de que no hay nadie que vaya a encender la luz. Es como si nos quedásemos atrapados en el ascensor en un edificio del quinto pino un día de huelga. Si tuviese un familiar en coma y la suerte de que despertase de su largo sueño, le contaría que estamos en otoño y pronto volverá a llover, que el Gobierno de Japón ha vuelto a la caza de ballenas, que Messi casi se larga del Barça después de veinte años en el club, pero no sabría cómo explicarle que han muerto en España más de 30.000 personas, miles de ellas en residencias de mayores. Le diría que lo de las mascarillas es por los malos olores de las últimas obras del alcantarillado, o una recomendación del Gobierno para que hablemos menos, que gritamos mucho en los bares, o tal vez le contaría que es una moda, como cuando aparecieron las riñoneras aquel infausto verano, y ya se sabe que las modas, como las epidemias, son impredecibles. Pero no sé si sabría cómo explicarle que muchas tiendas de su ciudad se han convertido en improvisadas mercerías que venden una suerte de bragas y calzoncillos para taparse la boca.