El discreto adiós del pub Corzo

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns SANTIAGO

SANTIAGO

PACO RODRÍGUEZ

El local, que abrió en 1969, pierde la licencia hostelera y será un almacén

10 oct 2021 . Actualizado a las 02:09 h.

El pub Corzo ha cerrado sus puertas con la misma discreción con la que sobrevivió medio siglo en un bajo de Xeneral Pardiñas. La pandemia ha funcionado como una eficaz sordina para amortiguar la desaparición de negocios que llegaron con el agua al cuello y a los que ya no les alcanzaba para ver en el horizonte un nuevo amanecer más ecológico, más digital y mucho más coñazo. Es difícil explicar el tránsito por la movida compostelana de un garito tan singular, porque sin llegar a estar nunca de moda logró aguantar desde 1969. Sin apenas cambios en su decoración, consiguió darle la vuelta al calendario, y las moquetas, los retratos de artistas y las luces tenues reflotaron de su desfase crónico para convertirse en vintage. Mantener esa estética fue un ejercicio de fe, como guardar en el trastero una cazadora vaquera con borrego con la certeza de que algún día volverán a llevarse.

La resistencia al tiempo fue su mayor mérito, una medalla que hay que ponerle al que fue su promotor, Jesús Oitavén. A Suso hay que reconocerle algunos impactos en varias generaciones, porque suya fue la iniciativa de abrir el pub Búho en 1965, en las galerías Viacambre, donde surgió el primer epicentro del ocio en la capital en los años 60 y 70. Un entorno que acabó degradándose y que no llegó a tiempo para impulsarse con la tremenda ola noctámbula de la siguiente década. Cerró en 1980.

También dirigió durante años los recreativos La Camelia, que tenían una inconfundible banda sonora con las bolas de billar chocando, la caja de resonancia de los futbolines y las sintonías de fondo del Galaxian (los marcianitos). Los ochenta en vena con aroma a gimnasio cerrado, un ambiente que poco tenía que ver con el Corzo, un local de gente mayor «especialmente selecta», decía Oitavén en una entrevista en La Voz a mediados de los 90. Las preguntas se las hacía José Luis Alvite, que fue el que elevó al pub a una categoría superior a la que solo puede llegar la imaginación y las conversaciones imposibles con el barman Tino Landeira: «Aquella noche en el Corzo había tanto humo de fumar que se podía esquilar el aire. ¿Sabes, Tino, muchacho, que llevo treinta años esperando que baje las escaleras una de esas mujeres por las que vale la pena entrar al cielo por la puerta del presidio?». Irrepetible.

El olor de las montañas de colillas de seis centímetros de Ducados que dejaba el mejor fabulador que tuvo la noche compostelana aún se podía olfatear en la última etapa del pub, dirigida por Ricardo Vázquez. Llegó en mayo del 2019 con un currículo bajo el brazo que encajaba como un guante, tras 44 años en el Don Juan, y le dio una vuelta a las tapicerías y la iluminación, pero su breve resurrección tuvo más que ver con esa lucidez última de los moribundos. Con el covid se muere definitivamente como espacio hostelero, porque ha perdido la licencia y se ha convertido en almacén y futuro escaparate de una joyería de lujo, que tampoco es un mal final.

El local desaparece tras una trayectoria sin pena ni gloria, pero se cobra una pequeña venganza. Aquellos que en los 80 y 90 decíamos que se trataba de un desguace para adultos piterpanescos y divorciadas sin remedio acabamos siendo mucho antes la chatarra que moldea los sofás delante del televisor los sábados por la noche. «Lo triste es la nostalgia de quien vive sin esperanza», le susurraba Suso a Al.