Tres amigos repiten la misma foto en el monte Pedroso de Santiago más de medio siglo después: «A los 15 años subimos andando y ahora en coche, pero ¡nos juntamos!»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

Cedida por Chema Ríos

Los tres vivían de niños en la rúa de San Pedro en unos años en los que subir al Pedroso era «una aventura». La vida los fue separando, sin perder nunca la amistad. Este pasado septiembre volvieron a reencontrarse en lo alto del monte compostelano

07 oct 2025 . Actualizado a las 11:35 h.

Fue un salto en el tiempo, del que, emocionados, no dudaron en dejar constancia pública en sus redes sociales. «Para los tres, amigos desde niños, era una asignatura pendiente... Desde que teníamos 15 años no nos habíamos vuelto a juntar en el monte Pedroso», explica el ginecólogo de profesión, y fotógrafo y músico aficionado, José María, Chema, Ríos. «La vida nos llevó a cada uno por un lado; a mí, a A Coruña; a Paco González (el de la izquierda de la foto), a Ferrol. Carlos Otero, el del medio, es que el más continúa por Santiago», explica Chema Ríos, evocando cómo se forjó su amistad.

«Los tres vivíamos en la compostelana rúa de San Pedro, en donde mi familia se había instalado cuando yo tenía 10 años. Yo nací en Laguna de Duero, en Valladolid, pero mi padre, veterinario, obtuvo una plaza en Santiago y nos mudamos. Trabajaba, y vivíamos, en el número 114 de esa calle. En el mismo portal había una peluquería, que llevaba la madre de Carlos. Al otro lado de la acera, en el número 109, vivía Paco. Los tres crecimos juntos... Carlos y yo estudiábamos en el colegio La Salle y Paco en el Minerva, en el actual Peleteiro», añade, y rescata anécdotas.

«A Paco muchos lo conocíamos en Santiago como 'Paco mil pesetas', porque, estando una vez en el colegio, y castigándole la profesora sin recreo, a él se le ocurrió decirle que le daba mil pesetas si le liberaba del castigo. Estando otro compañero —también castigado— presente, lo contó», evoca sonriendo, y aún ilusionado por la reciente «xuntanza».

«Cuando éramos niños subir al Monte Pedroso era una aventura. No se ascendía por carretera, como se puede hacer ahora, sino monte a través. La imagen es de finales de la década de los 60. Nosotros teníamos 15 años. Nos había acompañado mi hermano, que tenía 13, y que fue quien nos hizo la fotografía. A mí, un año antes, a mis 14, me habían regalado mi primera cámara. Era una máquina Kodak Instamatic. Ya en esos años me encantaba la fotografía. A los 11 hacía fotos imaginarias con una cámara de juguete. A esa edad también tenía ya claro lo que quería ser en el futuro. Admiraba al médico de familia que venía a casa con su maletín y solucionaba todo», recuerda Chema, quien, con los años, estudiaría Medicina en la USC, antes de su posterior traslado a A Coruña.

«A lo largo de las décadas los tres mantuvimos la amistad. Nos vimos en otros sitios, y siempre hablábamos de que teníamos que repetir esa foto, pero, al no estar los tres en Santiago, siempre es más difícil... Este pasado septiembre nos lo propusimos, y mereció la pena», realza, bromeando con que hubo diferencias. «A los 15 años subimos andando y ahora en coche, pero ¡nos juntamos! Quedamos ya arriba», admite entre risas.

«Repetimos la foto sentados en la misma roca aunque en la reciente foto nos situamos un poquito más a la derecha. Esta se tomó con una cámara Canon reflex, de distinta focal, por lo que creo que se aprecia Santiago más de lejos… Tras publicar las imágenes en redes, muchos comentarios se centraban en lo que cambió Compostela... Desde arriba eso también se aprecia, ahora con muchos más edificios…», reflexiona, razonando aún así que, pese a las diferencias que se atisban desde lo alto, es al recorrer el casco histórico compostelano cuando más se da cuenta de lo que mucho que mudó la localidad en la que creció de niño.

«Mi madre aún vive en Santiago. Cuando vengo a visitarla y recorro la Rúa Nova o la del Vilar es difícil no pensar en las tiendas que había antes, en aquellos ultramarinos… Antes era todo muy familiar y tranquilo. El bullicio solo llegaba con los 30.000 nuevos universitarios que cada septiembre u octubre arrancaban el curso. En la ciudad nos conocíamos todos... Ahí es donde más veo la diferencia», constata Chema Ríos, quien nunca dejó su afición por la fotografía, publicando en el 2017 el libro Santiago invisible, un homenaje fotográfico y literario a la ciudad que le vio crecer.

«También noto que nosotros tres crecimos mucho», comenta entre risas, y feliz por el reencuentro que, anhela, repetirán. «A esta última quedada no pudo venir mi hermano. Cuando de niños fuimos al Pedroso nos habíamos hecho una foto en un cruceiro que había bajando. El otro día vimos que seguía igual... En esa imagen salía él. Nuestra idea es volver y repetir también esa foto», avanza con nuevo entusiasmo.