Bicis y coches

Cristóbal Ramírez

OROSO

16 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El amigo J. es artista. Músico. Un alma sensible, tipo muy activo y alegre. Muy respetuoso con los demás. Un tipo que cualquiera querría tener por vecino porque si surge algún problema echará una mano a su resolución aparcando el conflicto.

Pero resulta que J anda mucho en bicicleta por Sigüeiro adelante, en cuyas cercanías vive. Y no solo eso, sino que a veces lleva a su hijo pequeño en una silla detrás de él. Y ahí empieza el calvario. «Sé que no está bien, pero a veces tengo que subirme a la acera, porque si no me aplastan los coches». En Sigüeiro hay una cierta afición a la bicicleta, a lo cual contribuye que a Dios gracias esté sin asfaltar la pista que bordea el Tambre, lo salva y continúa hacia el propio Sigüeiro por el lado compostelano. Un paseo de notable alto. De manera que la mayoría de la gente que va conduciendo un coche es respetuosa. Pero quedan australopitecus vestidos y calzados que creen que el asfalto es suyo y que una bicicleta es un estorbo y un peligro que procede conjurar a golpe de claxon. Y ya ven a mi amigo J. dando pedales en zona de curvas, con un iracundo mameluco al volante atrás y buscando donde apartarse para que su hijo tenga un esplendoroso futuro. O al menos futuro.

Cierto es que la geografía no ayuda. Esto no es Dinamarca, donde el punto más alto está a 171 metros sobre el nivel del mar (el Pedroso, sobre 460). Cierto es también que el Concello de Oroso va a la vanguardia en eso de hacer sendas para peatones y ciclistas, pero es el momento de esforzarse y aumentar el número de kilómetros seguros. Porque lo que sí es seguro es que esos bárbaros -hay que repetir: una minoría- no van a desaparecer de la noche a la mañana. Por desgracia.