Es necesario mirar con prismáticos el legado de Souto Paz

Xosé manuel cambeiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

ABRALDES

17 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

«Santiago ten que ter unha corporación máis unida. Os cidadáns pedímoslles aos nosos representantes que unan esforzos e cheguen a acordos». La frase es de Evaristo Nogueira en una declaración efectuada a este cronista en julio. Carecería de sentido que expresara este desiderátum en la primera corporación democrática, porque justamente ahí se practicó el ideal expuesto por el hasta hace poco decano de los abogados.

No es imposible traducirlo al siglo XXI, pero sería preciso cambiar muchos puntos y comas, porque la era política actual es una época non sancta que no permite tal cercanía colaboradora entre las formaciones. Souto Paz, recientemente fallecido, ha sido un caso insólito entre los mandatarios desde que se instauró la democracia municipal.

El deseo de Nogueira de que el alcalde de Santiago sea hoy un Souto Paz es tan difícil como aprender chino en una semana. Y no es por las agrias dialécticas que se estilan en las intervenciones actuales. Quienes hayan disfrutado de la ocasión de asistir a un debate de la primera corporación puede dar fe de las reñidas discusiones, con acentos ideológicos diferentes, que volaban en los plenos como dardos afilados.

Y, sin embargo, todos los grupos arrimaron conjuntamente el ascua a la sardina de la ciudad, con responsabilidades de gobierno compartidas y consensos a espuertas. La gran suerte de Compostela, como escribió Xerardo Estévez, es que José Antonio Souto inaugurase la democracia en Santiago. Y al frente de una corporación de alto nivel. Eso sí, hubo que vencer los recelos de la bandera «comunista» izada en Raxoi (era la de la ciudad) y la extrañeza de que Pasín pasase de perseguido a jefe de los policías. Y que las monjas de un convento del norte de la ciudad, un día que el edil fue a visitarlas, le buscasen el rabo de diablo. Menos mal que no se lo encontraron.

Souto Paz fue el alcalde más concordante, conciliador y bonachón de la democracia gallega. No lo estimó lo suficiente el Gobierno, que le hizo oler en bandeja el Patronato, se lo retiró y luego le condujo al calvario. Todo el mundo coincide en que la dimisión por el incumplimiento de un compromiso es una especie prácticamente extinguida, salvo que un día reaparezca como la vistosa culebra de la isla Clarión. Fue el broche de oro a la diáfana honestidad del exregidor.

Real Patronato

Hubo que aguardar una década para que el sueño del Real Patronato se transformase en realidad, bajo el mandato precisamente de un amigo del exalcalde fallecido. Xerardo Estévez. En esa época despuntaron brotes verdes de consenso que se plasmaron en la gran institución y en su órgano ejecutor, el Consorcio.

Este último es una rara avis de toma de decisiones consensuada. Y puede perdurar si no se resquebrajan las columnas administrativas de Madrid y San Caetano. El propio estatuto de la capitalidad, que Souto Paz saludaba de lejos, se tradujo en la era Bugallo en institución con aplastante unanimidad. Aunque no con aplastantes recursos. Pero la política cotidiana bajo el mismo pabellón del interés compostelano, no bajo la bandera de conveniencia, es misión fatigosa. Y es, desde luego, prácticamente imposible que todo el abanico ideológico se reparta las áreas de gobierno. Souto Paz queda lejos. Hoy ocupan escaños ediles que ni siquiera había nacido en el primer mandato. Y Martiño Noriega correteaba con tres años y mandilón por una guardería, sita en la zona del actual Auditorio, cuando Souto blandió el bastón de mando. Ya entonces gobernaba con brío sus juguetes.

«Souto fixo honor ao seu apelido e foi un home de paz», dice Pancho Candela. En la corporación actual nadie se apellida Guerra y eso es esperanzador. Aguarden a que lleguen los presupuestos. En el inicio de un nuevo curso, el mensaje de Souto, y el deseo del honorable ciudadano Nogueira, deberían inyectar en la vena corporativa honestidad y generosidad. Y una política que, a través de los diferentes prismas ideológicos, busque el bien de la ciudad y no el bien del partido y el mal del rival. En ese marco aparentemente beatífico caben oposición seria, denuncias y críticas higiénicas. Souto dixit.