San Pedro: Vuelve pronto, hace frío

DENÍS E. F.

SANTIAGO CIUDAD

denis e.f.

Multicultural y abierto en su ritmo diario, la mayoría de sus gentes halan de la cuerda del compromiso constantemente

13 mar 2018 . Actualizado a las 00:17 h.

Nuestro interior es vulnerable, nuestra máscara parece irrompible, los estereotipos creen ganar a los ideales. El disfraz nos impide ser libres a causa del espanto que produce el rechazo en una sociedad cada vez más fragmentada que se quiebra a causa del orgullo. Se diluye el respeto y el interés entre ciudadanos porque se tenga o no, se sea o no, se pueda o no, produce desaliento ver cómo ideales y promesas desaparecen como arrastrados por la lluvia.

Santiago no es una balsa de aceite, siempre han pasado «cosas», buenas y no tan buenas. Esto ha causado enfado e inquietud, pero si destilamos sentimientos, llegaremos a ver que el amor por la ciudad no ha cambiado un ápice; como en uno de sus barrios, el de San Pedro, donde, sin esperar nada a cambio y con cariño, se le da la bienvenida al vecino recién llegado, al viajero antes de completar su camino o al visitante sonriente que no sabe dónde comer. El barrio protege y defiende colectivamente el compromiso, plantándole cara al miedo.

El cruceiro de San Pedro delimitaba la zona urbana a principios del siglo XIX. A medida que la muralla fue desapareciendo, sus calles fueron integrándose totalmente en la morfología de la ciudad. Como puerta de acceso de la ruta castellana y del Camino Francés, la vía que ahora comprende las rúas de Concheiros y San Pedro amalgama la mayoría de los establecimientos mercantiles y hosteleros.

Multicultural y abierto en su ritmo diario, su conjunto de calles y edificios está vertebrado por la rúa homónima, donde la mayoría de sus gentes halan de la cuerda del compromiso constantemente.

En el barrio podemos encontrar de todo caminando desde la Porta do Camiño hasta la avenida de Lugo, sin olvidar las calles que rodean su columna vertebral, la bellas rúas de O Rosario y Bonaval, la «abrazada» Rúa do Medio, las silenciosas de Os Lagartos, Campo do Forno, As Chufas, Santo Antonio o As Fraguas, las mágicas de Belvís y Costiña do Monte o las que subrayan la topografía, Quiroga Palacios, Batalla de Clavijo, Costa do Vedor, Angustia, Home Santo y Betanzos.

Los espacios de Bonaval, Belvís, la Praza do 8 de Marzo, el Museo do Pobo Galego, el Centro Galego de Arte Contemporánea y la residencia de la tercera edad aseguran que su vivaz ritmo de contrastes proseguirá. Estas son, en parte, el corazón y la razón de Compostela.

En la calle nocturna, la levedad de las paredes y el silencio de las esquinas vacías nos contemplan sin que estemos presentes. Cuando un paso suena, las ventanas se entornan y las persianas caen, un miedo que balbuceamos irracionalmente asoma como un tópico de película, contrapunto de la verdad y de la falta de conciencia práctica por no ver en lo desconocido algo bueno. Nada sabemos de ellos, ni siquiera sus rostros. Aunque fuésemos nosotros mismos volviendo al hogar, miraríamos desde lejos antes de salir huyendo. Una pena capital que no merece seguirnos ahogando, tan repentina como el frío que se cuela por debajo de la puerta cuando sopla el Norte.