Cuatro lápices, una blusa y una barra de pan

DENÍS E. F.

SANTIAGO CIUDAD

DENÍS ESTÉVEZ

El comercio tradicional confiere personalidad inequívocamente compostelana a una zona vieja muy viva

04 jun 2018 . Actualizado a las 10:31 h.

En ocasiones, los cambios que suceden a nuestro alrededor a lo largo de los días nos hacen ver la realidad con ojos llorosos. El mundo muta, tornando el color de los recuerdos y marcando contrapuntos en la memoria. Como un ser vivo, los espacios habitados cumplen años; sus negocios y hogares se regeneran con nuevos inquilinos o, en el peor de los casos, sufren una pausa de puertas cerradas que puede durar décadas.

La ciudad histórica se ramifica entre calles y callejones estructuralmente inamovibles, reflejo de una historia de piedra perenne ajena a los cambios modales o políticos e internamente activa debido a la presencia de nuestros proyectos vitales. Sin embargo, sufre una enfermedad silenciosa, lo deshabitado, artífice de una realidad que lo desfigura, porque «las casas sin gente y la gente sin casas» están creando un remolino centrífugo que nos lleva hacia la periferia, convirtiendo lo histórico en una cáscara atractiva pero sin alma.

La realidad está graduada entre un amargor trágico y una dulzura esperanzadora. La zona vieja está viva, muy viva, como podemos observar en uno de sus tramos más populares, el eje Preguntoiro, ágora de los pregones, Caldeirería y Orfas. Tres calles en una que confieren una presencia y una personalidad inequívocamente compostelana. Bandera contemporánea como zona comercial, es un tramo exquisito, siempre relevante, donde podemos ver la historia mercantil de la ciudad entre mercerías, panaderías, bazares, papelerías, tiendas de ropa y calzado y cien variables más. Desde que Compostela creció por primera vez, allá por el siglo XII, esta arteria intramuros nos hace creer en la ciudad primordial como una gran obra pública, logro de sus ciudadanos y de la todopoderosa Iglesia, quien, por aquellos siglos, controlaba casi en su totalidad los menesteres urbanos y rurales.

Si venimos desde A Coruña por la carretera nacional y nos adentramos en la urbe, atravesamos el corazón histórico. Esta es una de las razones por las cuales las tres rúas, llamadas «cinco calles» en un punto concreto, hayan visto tanto y aún les quede tanto por decir en los siglos venideros.

La traslación que ha condicionado su día a día podríamos traducirla con un ejemplo, los antiguos almacenes de El Pilar, maravilla de la modernidad del viejo mundo para jóvenes y adulto que cerró sus puertas hace más de dos décadas. Una casa majestuosa, «de alta alcurnia» en sus orígenes, que albergó el primer Círculo Mercantil y recientemente transformada en un auditorio privado, hasta cierto punto causa de preocupación para el ciudadano, que ve como el capital siempre vence y obtiene lo que quiere. En todo caso, la metamorfosis del edificio imprime más personalidad a la zona y mantiene viva una llama que, por momentos, parece languidecer.

Las metáforas que transcribimos son, sin lugar a dudas, las páginas más elocuentes de nuestras íntimas novelas. A modo de puente entre lo real y sus enigmas, suponen un perfecto punto de inicio a estudiar, porque lo metafórico trasciende la letra escrita y a su autor. El sentimiento de lo oculto, creador de historias nunca narradas, la verbalización de lo secreto en la intimidad.