Borja Iglesias: «De niño yo perseguía el autógrafo de futbolistas en Lavacolla, impacta que hoy me paren a mí»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

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El delantero santiagués Borja Iglesias visitó su ciudad la semana pasada, justo antes de incorporarse a la pretemporada del Betis
El delantero santiagués Borja Iglesias visitó su ciudad la semana pasada, justo antes de incorporarse a la pretemporada del Betis Xoán A. Soler

El máximo goleador del Betis durante la pasada temporada recuerda sus inicios en el patio de La Salle. Admite divertido que no todos conocen su origen santiagués: «Me ha pasado pararme alguien en la calle y decirme: "¿Pero tú qué haces aquí?"»

15 jul 2021 . Actualizado a las 02:29 h.

El pasado fin de semana, días antes de incorporarse a la concentración del Betis, el santiagués Borja Iglesias, uno de los delanteros que finalizó la pasada liga en mejor momento, no falló a su cita con su ciudad. «Después de cada temporada me gusta volver a casa y este año me apetecía más, sobre todo por mi abuela», destaca con su habitual sonrisa y cercanía, con la que se ganó el cariño de muchos seguidores, también compostelanos. «Los más futboleros saben que soy santiagués, pero me ha pasado pararme alguien en la calle y decirme: "¿Pero tú qué haces aquí?"», añade divertido. «Me fui a la cantera del Valencia con 14 años», aclara el ariete de 28 al repasar una infancia en la que sus recuerdos están ligados a su familia, a sus amigos -«mantenemos el mismo grupo»- y al fútbol.

Fue en su barrio de O Castiñeiriño y en su colegio donde dio sus primeros toques. «El patio de La Salle fue probablemente el sitio en el que más horas invertí jugando al fútbol. Recuerdo que salíamos de clase corriendo para encontrar la mejor zona en él. Jugar en una portería de verdad y no en una montada con chaquetas era nuestra máxima ilusión», remarca. «Nos reíamos, porque en el centro tenías que pagar una tasa por desgaste de gravilla. Con las veces que yo me tiraba o me caía, los que sufrían era el chándal y mi rodilla», incide al rememorar sus inicios en el equipo escolar de fútbol sala. De ahí saltó al de fútbol en el Santiago, donde coincidió con Marvin Passi, el hijo del que fue centrocampista del Compos en Primera. «Sigo mucho al equipo actual porque, además, tengo amigos en él», desliza antes de volver atrás. «De pequeños nunca descansábamos. Entre un partido y otro íbamos a Área Central a seguir jugando con un balón de espuma hasta que nos lo requisaba el de seguridad o lo perdíamos. No sé cuánto dinero habrán gastado mis padres», acentúa al agradecer la entrega de su familia. «Me llevaban a Lavacolla a ver a jugadores. Perseguía su autógrafo por la terminal. Tengo archivados en una carpeta algunos como el de Zidane o Kluivert. Una vez mi madre paró a Thiago Motta y al acabar de firmarle le preguntó quién era para que yo no tuviese que acertar su nombre», sostiene riendo. «Un encuentro que me marcó fue el de Fernando Torres. Habló mucho con nosotros. Aún guardo una foto y, una vez, cuando yo ya estaba en Primera y él interactuó en Twitter en una entrevista mía, se la envié. La admiración que le tenía se intensificó por cómo me trató fuera del campo. Intento acordarme de eso cuando alguien se acerca a mí, aunque eso no lo fuerzo, lo disfruto», explica. «De niño yo pedía sus autógrafos, impacta que hoy me paren a mí», reflexiona al repasar una trayectoria que creció en el Celta, Zaragoza, Espanyol o Betis, equipos en los que dejó y deja huella tanto por sus tantos como por su forma de ser o su compromiso con diversas causas. «Los futbolistas tenemos un gran altavoz y cuando hay algo que no respeta valores que veo indispensables intento manifestarlo con respeto. Con ciertas cosas hay que estar por encima de las críticas. Recibí comentarios que no me cuadraban, como cuando me pinté las uñas de negro en contra del racismo, pero al ver también la cantidad de gente que se volcó, fue un orgullo. Me gusta ver a jugadores que dan su opinión o que comparten más aficiones», sostiene sin esconder las suyas, como son los videojuegos o la música. Fue, precisamente, a raíz de escuchar la canción Panda durante su época en el Celta B cuando a este equipo se le conoció como el Panda Team y, a él, como el Panda, un apodo que coge fuerza. «Me encanta cuando en Sevilla veo a niños con la cara pintada así», recalca al aludir a su equipo, con el que jugará en la Europa League y en el que aspira a mantener su reciente explosión goleadora. «Me parece increíble que me pregunten por la selección, solo con que se vea esa posibilidad soy feliz», enfatiza.

De nuevo sobre Santiago, aclara que aspira a repetir el campus que impulsó en el 2019 y al que frenó el covid. «Es bonito disfrutar con los niños de tu ciudad», resalta sobre un vínculo que también muestra cuando marca. «Si tras un gol hice una a con las manos fue por la Fundación Andrea. Mi padre trabaja en el hospital y conozco su gran labor», subraya. «Cuando lanzo un beso a la cámara es para mi chica o mi familia. Ellos logran que sea como siempre fui. Muchas veces al jugar me viene el recuerdo de lo mucho que disfruté aquí», evoca.