«Diego padece esclerosis múltiple. Depende de mí y, mientras yo pueda, no irá a una residencia»

Margarita Mosteiro Miguel
Marga Mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

XOAN A. SOLER

Esther Tubío reclama, desde febrero, que le reconozcan el máximo grado de invalidez a su marido, encamado en su domicilio de Santiago

09 sep 2023 . Actualizado a las 21:06 h.

Esther Tubío y Diego Rey Ponte tenían una vida normalizada hasta el fatídico 18 de junio del 2020. Un poco antes, él se había quedado en el paro. «Pero no podíamos imaginar que lo peor no había llegado. Nuestra felicidad era plena, nuestra hija tenía 18 meses». Aquel día, Diego, «sin ningún síntoma previo», se sintió mal y se cayó en el callejón que lleva de San Clemente a la rúa das Hortas. «Le llevó un mundo llegar a casa. Vivimos en Hortas, pero nadie le ayudó. La pandemia volvió a las personas más egocéntricas», relata Esther. Su marido tenía entonces 45 años. «Desde el primer momento sospeché que era esclerosis. No lo ingresaron hasta el 7 de julio. Le temblaba una pierna y decían que era por nervios. Cuando por fin le hicieron una prueba neurológica, le pusieron nombre a lo que le pasaba». Esther asegura que, «buscando en internet, y por lo que me decían amigos y conocidos, sabía que era esclerosis antes de que lo dijeran los médicos. El apellido se lo pusieron en septiembre: esclerosis múltiple».

Dos años después, el único contacto que Diego tiene con el exterior es a través de la ventana de su habitación. En los dos últimos meses, relata Esther, «su enfermedad avanzó mucho. Diego depende totalmente de mí. No puede hacer nada solo, pero mientras yo aguante, no irá a ninguna residencia. Estoy agotada, pero no voy a tirar la toalla, voy a pelear hasta el último minuto». Esther no reclama ayudas económicas directas: «Solo pido aquello a lo que tiene derecho».

Actualmente tiene un 75 % de dependencia, grado 2, y desde el pasado mes de febrero están pendientes de que «reconozcan que se trata de un gran dependiente. La excusa que ponen es que tienen una lista muy larga». Esther no cuestiona que muchas personas estén en espera, pero alerta de que «Diego empeora día a día. Con la declaración podré acceder a un préstamo para adaptar nuestra casa a su situación». La mujer lamenta que «todas las cosas que se van consiguiendo son gracias a la presión de amigos, a pelear y pelear. Es agotador. Tiene derecho a la gran invalidez, y es increíble que tenga que acabar llevándolo a la justicia para que le concedan algo a lo que tiene derecho. No voy a detenerme».

XOAN A. SOLER

Esther quiere que un neuropsicólogo vea Diego, porque «como es lógico, dada su situación, está muy deprimido. Pero no vale un psicólogo general». Además, aunque sabe que no mejorará, reclama más sesiones de fisioterapia: «Puede ralentizar el proceso de la enfermedad. Podría darle más tiempo de vida, y en mejores condiciones». Actualmente recibe un tratamiento experimental, pero «hay que ayudarlo con otras cuestiones».

Esther es su «cuidadora habitual. Cotizan por mí, y se supone que Diego tiene que pagarme. Es como una burla. Recibe 73 euros al mes. Menos mal que tiene una paga aceptable». Diego trabajó en Renfe «era el equivalente a un azafato de avión. Iba en el tren Coruña-Barcelona-Coruña, y alguna vez hasta Madrid». Es evidente que, con la situación de Diego y con una niña de 4 años, Esther no puede trabajar fuera de casa. «Cuando tengo que hacer alguna compra o alguna gestión, tiene que quedarse solo», explica.

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«Somos una familia vulnerable»

Cuando su vida saltó por los aires, Esther no se quedó parada. Consiguió la declaración de familia vulnerable, y «fuimos tirando». La familia de Diego es de Argentina: «Sencillamente, no están». Esther agradece el apoyo de «los amigos, que son nuestra familia». Cuenta que este jueves «vendrá un amigo de O Grove para sacar a Diego de la cama. Lo llevarán a la calle en silla, mientras yo desmonto la habitación, monto la cama articulada y la grúa que me presta Cáritas hasta que pueda comprarlo todo. Pero son unos 3.000 euros». Otros amigos se llevan a la niña al parque o la recogen cuando Esther no puede. «Tiene 4 años y este verano vio por vez primera el mar. Fui y volví rápido, porque Diego se angustia pensando que pueda pasarme algo».