Café Bar Arume: una historia de resistencia hostelera en Compostela

Patricia Calveiro Iglesias
Patricia Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

Javier Pardo, en el Café Bar Musical Arume, donde tratan de «salir a flote» ofreciendo conciertos cinco días a la semana. Él y su mujer sueñan con llenar también el local por las tardes y tientan la hora de la merienda con chocolate con churros y postres caseros. Además, organizan comidas y cenas para grupos pequeños (su aforo es de 52 personas), «siempre con música en vivo y precios asequibles», destaca la pareja de hosteleros.
Javier Pardo, en el Café Bar Musical Arume, donde tratan de «salir a flote» ofreciendo conciertos cinco días a la semana. Él y su mujer sueñan con llenar también el local por las tardes y tientan la hora de la merienda con chocolate con churros y postres caseros. Además, organizan comidas y cenas para grupos pequeños (su aforo es de 52 personas), «siempre con música en vivo y precios asequibles», destaca la pareja de hosteleros. PACO RODRÍGUEZ

Los planes se le torcieron a Javier y Mariela, en la economía y la salud. A punto estuvieron de cerrar el negocio, pero encontraron a su alrededor una red de manos tendidas para ayudarlos a salir del bache

04 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si nos detenemos a escuchar, a nuestro alrededor encontramos grandes historias de resistencia. Detrás de la sonrisa de un comerciante o de la persona que está al otro lado de la barra, hay muchas veces un mar de preocupaciones. ¿Cómo llego a final de mes? ¿Qué más puedo hacer? En esta tesitura se encontraron Javier Pardo y Mariela Ríos, una pareja felizmente casada que abrió en el 2018 un bar con la única idea de ser felices. Llevaban toda la vida trabajando por cuenta ajena, él en la hostelería y ella entre este sector y el del turismo (los últimos 13 años, en el aeropuerto). Con el Café Bar Musical Arume, en el casco histórico de Santiago, «pretendíamos cumplir un sueño, no hacernos ricos», destaca la compostelana, quien además de tener «un don en el trato humano», es una maestra repostera y «artista de las quiches», dicen sus clientes. El barcelonés —afincado en la capital gallega desde hace más de 35 años y picheleiro ya de corazón— es conocido por llevar en el ADN su pasión por la hostelería y la música.

Todas esas cualidades las trasladaron a su negocio, un lugar con las paredes plagadas de discos, con actuaciones en directo de miércoles a domingo y donde la cultura es el plato fuerte, ya sea en forma de concierto, de micro abierto (cada viernes) o exposiciones. Pero no bastó para que las cuentas cuadrasen tras las primeras olas pandémicas y unos cuantos reveses en la salud. «El local llevaba tiempo funcionando bien como cafetería, especialmente en los desayunos. Mariela tiene una mano impresionante con la cocina e intentamos ofrecer repostería casera y sana, pero no solo las típicas tartas, también cruasanes, palmeras... todo hecho por ella. También se llena esto los días de conciertos, con artistas ya consagrados y otros que están empezando. Estábamos comenzando a recoger la cosecha sembrada. Entonces, llegó el estado de alarma y nos echó encima una mochiliña de deudas que no nos damos quitado», cuenta Javier. Y, para colmo, se sumó la inflación y los percances en su salud: ya sea una operación de brazo justo en la semana de las fiestas del Apóstol -cuando más caja podían hacer- como le pasó a él; o una complicación médica que se alarga demasiado en el tiempo, como la de ella. «Por sus problemas de salud solo abrimos por las tardes, hasta que la puedan operar y se recupere, pero hemos perdido las mañanas. Cuando las podamos recuperar, todo se resolverá al doble de velocidad», dice su marido.

Con semejante panorama, estuvieron a punto de tirar la toalla, confiesan, pero se encontraron una red de manos tendidas, dispuestas ayudarlos a salir del bache. Si siguen abiertos, aseguran, es «gracias a la paciencia y a las facilidades que nos ha dado la casera y conseguimos zafar a base de amigos, y de mucho trabajo. Y nos encontramos con personas como Nuria Pereira, directora del instituto europeo Campus Stellae. Cuando más negro lo veíamos todo se asomó como un rayo de luz para buscar una salida, hablando de nuestro caso a los medios de comunicación y sopesando ideas. Estamos en un estado de economía lamentable, pero de esperanza envidiable», comentan entre risas.

Están dispuestos a sacar al Arume adelante, «con el respaldo de muchos amigos que vienen todos los días para apoyarnos», y la ilusión de seguir programando, ser felices y hacer felices a los demás. Necesitan que el público no solo vaya a escuchar música, sino que consuma también mientras ocupa sus mesas para poder pagar los sueldos de los artistas y los suyos propios. «Cuando te separas un par de metros de tus preocupaciones, la gente te da otra perspectiva. Estamos volcadísimos en pelear y sacar esto adelante para poder renovar el contrato de alquiler el día que se acabe, o buscar un local más grande», indica Javier, porque «estamos luchando siempre con la capacidad que tenemos, con un aforo de 52 personas». Mientras tanto, tratan de «salir a flote» empleando todas sus armas y sueñan con ver lleno su local por las tardes, a la hora de la merienda, tentando a la parroquia con su chocolate caliente con churros y postres caseros. Además, organizan comidas y cenas para grupos pequeños, aderezados «siempre con música en vivo y precios asequibles», destaca esta pareja de hosteleros. 

A la pareja le gusta decir que el Arume (con entrada por la plaza de Fonterrabía y la rúa Bautizados) es «ese sitio de las primeras oportunidades para los artistas que están empezando, una plataforma para su debut, para que den sus primeros conciertos o actuaciones cuando ya tienen un repertorio que ofrecer. Pero, además, aquí te encuentras también a un músico de noventa y pico años tocando la armónica cada semana y los jóvenes se quedan embobados viéndolo. Es un sitio donde exponer arte, en donde tenemos abiertas nuestras puertas a la fotografía, pintura, poesía, música... en la medida de nuestras posibilidades», destacan.

Y, aunque se hizo bastante popular un cartel que tenían a la puerta del bar en el que se anunciaban como un «espacio libre de reguetón», aclara Javier que «en realidad no tenemos nada en contra, pero tampoco a favor» del género. «A lo mejor mañana viene alguien que hace reguetón y nos quedamos enamorados», continúa un hombre en cuyo bar cuelgan discos de Nina Simone, Gene Vicent, Otis Redding, Django Reinhardt, Linces Pop o Lightnin' Strikes.