Consumada la expulsión de cuatro de los seis concejales del grupo municipal socialista de Santiago, el partido que la forzó de forma cuestionable en sus principios e incomprensible en la ejecución tiene por delante dos de sus años más difíciles, por no decir los que más —los restantes del actual mandato— para tratar de convencer a la sociedad compostelana en general, y a sus perplejos simpatizantes y votantes, de que ha hecho lo correcto. Que no ha sido peor el remedio que la enfermedad. Sí, los concejales estaban divididos e iban por libre, como por libre estaba acostumbrado a ir el grupo municipal, lógico epicentro del socialismo compostelano más que la dirección local cuando hubo bicefalia y con un liderazgo incuestionable y cohesionador en Raxoi, rol que dejó vacante Bugallo con su huida tras perder la alcaldía. Hasta ahora, después de nueve meses de sangría sin interrupción anunciada desde esta misma columna en junio del año pasado, no han trascendido razones que estén a la altura del desastre consumado. Es más, el «garantista» proceso disciplinario interno dejó, puertas afuera, la sensación de que la oficialidad socialista fue hilvanando sobre la marcha, sin la destreza de un sastre avezado, un traje a medida para una sentencia final escrita de antemano. A la vista está que los ejecutores no calcularon bien las consecuencias, como pusieron negro sobre blanco, con sus firmas, destacadísimos socialistas gallegos, desde el expresidente Touriño hasta alcaldes de la zona como Blas García o Anxo Arca; otros militantes, seguramente por no echar más leña al fuego o por apartarse de la diana, han permanecido callados. En todo caso, la sentencia final no está escrita aún, y es la que dictarán las urnas en poco más de dos años. Mucho va a tener que trabajar el partido en la reconstrucción para no verse reducido a la irrelevancia, y es dudoso que baste con llamar a un ejército de salvación con prestigioso comandante al frente. Mientras, habrá dos bandos socialistas en el Concello, los dos ediles disciplinados que seguirán con las siglas y los cuatro a los que colgaron la etiqueta de díscolos, como no adscritos. Seguro que los seis, ellos sí, serán responsables en el uso de la confianza recibida de los ciudadanos.