Estudiantes tramposos a examen

Sara Carreira Piñeiro
sara carreira REDACCIÓN / LA VOZ

EDUCACIÓN

OSCAR CELA

La CIUG intenta atajar el uso de pinganillos en el examen de selectividad

22 abr 2018 . Actualizado a las 12:52 h.

El anuncio de que la CIUG, la comisión interuniversitaria gallega que organiza la selectividad, prohibirá a los estudiantes acudir a la prueba con el pelo largo suelto, gorros o cualquier otro elemento que les tape las orejas ha puesto de manifiesto el uso de la tecnología a la hora de copiar.

No hay cifras oficiales, pero las denuncias en la CIUG por copiar durante los exámenes de selectividad son escasas. En parte, porque aprobar la prueba no es excesivamente difícil (lo hacen 9 de cada 10 alumnos) y en parte porque todos saben que si pillan copiando a un estudiante, puede hasta suspender toda la selectividad, no solo el examen en el que se detecte la infracción.

Pero como la tecnología ha creado aparatos de mínimo tamaño que se colocan dentro de la oreja, desde la CIUG hay cierto temor a que su uso sea más habitual. La norma de no llevar melena tiene como objetivo detectarlos sin necesidad de pedir al nervioso estudiante que se separe el pelo, lo que puede generar una tensión innecesaria. Para evitar que se cuelen en las aulas dispositivos más pequeños, en la CIUG valoran utilizar inhibidores de frecuencia (ya que se necesita un móvil para que envíe la comunicación) o vigilar la vestimenta de los jóvenes. En estos pinganillos tecnológicos, el alumno tiene que llevar un aro alrededor del cuello que no puede ocultarse con una simple camiseta. Que un estudiante aparezca en pleno junio en Ourense o Santiago, cuando normalmente se rozan los treinta grados, con camiseta interior y por encima algo más grueso puede resultar sospechoso. También tienen en cuenta en la CIUG los nervios del infractor y la pericia de los profesores, que después de tantos años en la docencia, detectan a los tramposos con facilidad.

«Es útil, pero también algo angustioso»

Jose es usuario de un pinganillo y utilizó uno durante el bachillerato

A Jose no le gusta estudiar. Se define como «vago para clase» aunque muy trabajador fuera de ella. Por eso, porque siempre acababa suspendiendo, decidió un día probar un pinganillo para copiar. Fue hace tres años y estaba estudiando bachillerato en un instituto público.

«Buscando por Internet encontré el pinganillo y lo probé». Le costó unos 200 euros y el resultado fue en general «bueno» aunque tiene «sus cosas». Estas son varias, sobre todo de tipo psicológico por lo que él mismo cuenta: «El pinganillo es del tamaño de una lenteja y te lo colocas dentro del oído. Tienes que sentir como si una gota de agua te golpease el tímpano, y es algo raro. Después, tienes la sensación de estar todo el rato con el oído taponado, pero a mí me resultó angustioso sobre todo porque oyes a alguien perfectamente pero nadie más lo hace, y eso me agobiaba un poco».

Quitarse el pinganillo, a pesar de lo que parece, es lo más sencillo de todo el proceso: «Lleva una especie de bastoncillo con un imán y sale sin problema».

Además del audífono en el tímpano, el tramposo debe llevar un anillo inductor alrededor del cuello para la transmisión de datos. «Ya me ves a mí en junio con una camiseta térmica y una camisa por encima para que no se notase el anillo», recuerda.

Hablar en susurro

En el bolsillo llevaba un segundo móvil, con la llamada activada desde que salió de casa pero en silencio. Su hermana, al otro lado, estaba en la habitación de Jose esperando instrucciones. «No tienes que hablar alto ni nada, se oye de maravilla y creo que en los de ahora es mejor el sonido». La charla con el cómplice tiene truco porque «dependes de alguien y eso no es cómodo». Además, no vale para los exámenes muy prácticos porque «tienes que ir recitando todos los ejercicios». Pero, si se ensaya el ritmo, para las materias de letras es cómodo porque uno solo tiene que ir escribiendo al dictado.

¿Qué conclusión sacó Jose de la experiencia? «Bueno, es un sistema útil pero también algo angustioso. Yo lo usé solo dos veces», reconoce. Si tuviese que elegir, prefiere «el reloj chuleta, pero ahora ya no los dejan. Eran muy cómodos porque solo tenías que descargar el pdf y con un movimiento aparecía la hora otra vez si venía el profesor».

Ahora, que está terminando sus estudios profesionales, este santiagués no necesita los artilugios para copiar, y de hecho no conoce a nadie que los lleve. Cree que en la universidad hay inhibidores de vez en cuando y eso puede acabar siendo un problema, y además están prohibidos en los exámenes los relojes inteligentes. Como en su caso gran parte de las asignaturas se solucionan con trabajos, Jose parece haber superado su fase de tramposo, aunque no lo descarta en un futuro: «Esto es como la guerra -bromea- hay que sobrevivir». Lo que no se plantea, ni siquiera ahora, es pasar horas y horas chapando.