«Obligáronnos a exercer de espías»

María cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Ramón Leiro

Un marino de Bueu, oficial en el «Usurbil», recuerda cómo el pesquero fue militarizado por el ejército argentino para controlar el avance de la flota británica

20 sep 2017 . Actualizado a las 19:04 h.

En el puerto de Ingeniero White, en Bahía Blanca (Argentina), conservan los restos de un viejo barco de pesca. Es lo que queda del Usurbil, un buque que perteneció a la desaparecida Pesquera Vasco Gallega, con sede en Vigo, y que ahora es monumento nacional en el país austral. Tras abandonar las aguas de Sudáfrica, donde faenó en los años setenta, la armadora buscó nuevos caladeros. Los encontró en las Malvinas, donde para poder pescar creó una sociedad mixta e izó la bandera argentina en el mástil. A bordo del Usurbil había 22 españoles. Fernando Otero, un marino de Bueu de 28 años era el tercer jefe de máquinas. Corría el año 1982. El ambiente estaba revuelto en Argentina. La inflación se había disparado y la dictadura de Galtieri tenía que dar un golpe de efecto para calmar los ánimos. Lo dio el 2 de abril, cuando la Armada tomó Malvinas. Fernando ni se enteró. «Acababa de volver de vacacións de Bueu, onde estivera para coñecer ao meu fillo. Estabamos na primeira marea da campaña. Ao volver para descargar o peixe xa vimos pasar un portaavións e ao chegar ao peirao notamos o ambiente prebélico que se respiraba, pero os arxentinos non pensaban que o Reino Unido fora mandar ata alí a ninguén», recuerda ahora, 35 años más tarde, desde el muelle de Bueu. Aquellas tierras estaban lejos, pero no tanto. Porque los británicos mandaron sus tropas para batirse en una guerra que duró 74 días.

El 20 de abril el Usurbil volvió a echarse al mar. A las doce de la noche, alguien tocó en la puerta del camarote donde dormía Fernando: «Era o médico do barco, un arxentino que nos dixo ‘‘vannos mandar para o fronte. Hai que ir a Mar de Prata a coller material cirúrxico’’. Collín o pasaporte e metino no peto pensando en cando nos viñeran evacuar porque eramos españois. Aquela guerra non era nosa. Xa non durmín nada». El barco puso rumbo al puerto. Paró a media milla del muelle. Era el 21 de abril. A las seis de la tarde, como relata Otero, el gerente de la armadora en el país austral llegó en una lancha, acompañado de otro hombre de la armada. Este último sería luego el responsable del operativo militar dispuesto en el Usurbil: «Preguntei ‘‘¿cando nos evacúan aos españois?’’, pero advertiron de que ao ser un oficial -aínda que da mercante- tiña que cumprir co código militar. O xerente arxentino deixounos alí. Non puidemos baixar».

Aquel fue el primero de los 28 días en los que el Usurbil y sus tripulantes tuvieron que ejercer de espías a la fuerza con códigos como «abadejo» para advertir de la llegada de un portaviones o «merluza» cuando lo que se acercaba eran unas fragatas. También fue el primer día en el que Fernando tuvo miedo. Navegaron junto a otro pesquero, el Narwall, con toda la tripulación argentina. A los 10 días, ellos fueron enviados para el norte, a patrullar cerca de Isla Ascensión, a la altura de Recife. El Narwall se quedó en el entorno de Malvinas. Los días fueron pasando. Los hombres fueron sustituyendo los carteles de las artistas con los que decoraban los dormitorios por fotos de su familia: «Non podíamos chamar á casa, pero o día 2 de maio deixáronnos falar. Só podíamos dicir que estabamos pescando. Falamos de un en un ata que outro mariñeiro galego lle dixo á muller ‘Pescamos moito filete de balea’. Entón cortaron a comunicación». Aquel día un submarino nuclear de Reino Unido había hundido el General Belgrano, un sobreviviente de Pearl Harbour. «Foi o segundo día que tiven medo. O terceiro foi o 8 de maio, cando de fronte apareceron os británicos. Era unha flota de doce buques. No horizonte tamén apareceu un helicóptero sobrevoando o barco. Estaba paralizado. Pero pasaron de largo. Poida que porque sabían que había tripulación estranxeira». El día 9 llamaron de Buenos Aires con la orden: «Mercado saturado». Regresaban a casa porque los británicos habían hundido el Narwall.

Fernando creyó durante años que no podía contar aquella aventura. Hace unos seis descubrió que no. La hizo pública y peleó hasta ser reconocido como veterano de guerra. En mayo fue condecorado por Argentina. Lo cuenta todo en un libro inédito que guarda para sus nietos.