Damián Alcolea: «Llegué a lavarme las manos con lejía hasta hacerme sangrar»

Javier Becerra
Javier becerra REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

Mariscal | EFE

El actor, que padece trastorno obsesivo compulsivo, conmovió la semana pasada al Congreso hablando de su dolencia y pidiendo más medios para la salud mental

16 oct 2018 . Actualizado a las 12:51 h.

Lo dijo alto y claro: «Estamos aquí y no vamos a escondernos». Damián Alcolea (Manzanares, 1979) quiso visibilizar así ante la reina Letizia y numerosas autoridades políticas a los enfermos de trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Y logró encogerles el corazón. Incluso, hacer saltar las lágrimas en algunos casos. «Llevaba dos meses preparando esa intervención. Sabía lo que quería decir, pero aún así sentí muchos nervios», explica.

-¿Queda mucho por divulgar del TOC? La gente que lo sufre se siente muy incomprendida.

-Así es. Yo hago este ejercicio de divulgación desde hace tiempo. No sé cuánto tiempo más lo haré, porque emocionalmente lleva peaje. Siempre creí que tenía esa necesidad. Escribí un libro en el que, en forma de novela, contaba mi historia. Quería ponerle cara al trastorno. Yo hablo de esto como de salir del armario, pero es una decisión muy personal. Cuando alguien habla de la condición psíquica con la que se vive es complicado. Pienso que tenemos que hacer una pequeña revolución en los pequeños círculos. Los medios de comunicación y los grandes círculos está muy bien, pero la revolución real es que te atrevas a hablarlo con tu familia, con tus amigos y en tu trabajo. Yo cuando no salía en los medios, era lo que hacía. Conseguía grandes cambios. En mi entorno cambiaba mucho la percepción del malestar psíquico. Cambia todo mucho.

-Existen, por lo general, dos problemas en los que lo padecen: enfermedad en sí y el esfuerzo por ocultarla ¿Es agotador?

-Lo es. Yo hace años que decidí que de ese segundo problema me iba a liberar. Decidí que no me iba a avergonzar de vivir con TOC. Al contrario, para liberarme de esa carga que suponía ocultar a mi entorno que lo sufría, iba hablar de ello. Las consecuencias que pueda tener las acepto con gusto. Es parte de mí.

-¿Cuál era su TOC?

-No quiero hablar en pasado porque lo he superado. El TOC sigue presente en mi vida. Lo dije en el Congreso: lo mío no es un testimonio de superación, sino de aceptación. He pasado por todos los tipos de TOC. He sido chequeador, de comprobar una y otra vez si está cerrada el agua. Eso es algo con lo que vivo aún, aunque con impacto menor. He sido repetidor. Tenía que lavarme los dientes o las manos una y otra vez. Me obsesioné con la higiene. Tenía rituales de limpieza y llegué a lavarme las manos con lejía hasta hacerme sangrar. Tuve épocas sin rituales físicos, pero sí mentales. Repetía ideas una y otra vez. Me quedaba enganchado en conversaciones.

-¿Qué tienen en común?

-Son pensamientos intrusivos. Tienes miedo de que va a ocurrir una tragedia en tu entorno que no vas a poder evitar y que va a ser inminente. Eso te dispara una emoción de pánico y ansiedad que es muy difícil de manejar. Para soportarlas, como un mecanismo de defensa, desarrollamos los rituales.

-Uno está disfrutando de una comida con amigos o paseando feliz con su pareja y, de repente, entra esa idea invasiva que lo perturba. ¿Se hace muy dura la vida así?

-El domingo estuve en el programa Viva la vida, de Tele 5. Era en directo y yo soy actor, por lo que el directo lo llevo bien. Pero eso solo ocurre cuando actúo. Cuando soy yo, hablo de mi vida y de algo emocionalmente tan difícil como esto, que te toca ciertas areas muy profundas, se me hace más complicado. Toñi Moreno me preguntó hasta qué punto el TOC me afecta en mi vida. No supe contestar. Mi familia me dijo que no importaba, que ya lo había dicho todo en el Congreso, pero me hubiera gustado hacerlo.

 -¿Qué respuesta daría sin esa presión?

 -La respuesta que hubiera dado es: en todo. En las relaciones, en la higiene, en el trabajo, en salir a la calle, en si salgo, en cuando me levanto, en todo. Unas veces más, otras menos, pero siempre está ahí.

-Igual que ocurre con el trastorno bipolar y otras enfermedades mentales, muchas veces se frivoliza con el TOC como algo gracioso o banal. ¿Qué piensa?

-La gente en general lo usa como mecanismo de defensa. Cuando se habla de algo que a la sociedad le aterra, como es el malestar psíquico, ocurre. Hablan de la esquizofrenia y lo convierten en algo aterrador. Así pasa a ser algo externo y el relato del otro. Luego está la burla del TOC, que persigue el mismo efecto. En los dos casos es algo que está fuera de nosotros, que le ocurre a otras personas. Por eso yo digo que esto no es la historia del otro, sino la de tu hermano, la de tu madre, de tu pareja o tu propia historia dentro de unos años. La sociedad tiene que hacer un esfuerzo para mirarse dentro y empezar a hablar de nosotros como si no fuéramos el otro. El otro del que reírse, del que mofarse o del que crear un relato aterrador.   

 -¿Cómo reacciona usted cuando se mira el TOC así?

-Yo lo he visto muchas veces. En los medios de comunicación a veces se habla de TOC desde un punto de vista frívolo y superficial. Está muy bien tener visibilidad pero, y aquí hablo a nivel personal, hay una visibilidad que no quiero. Si en la calle luego se va a asociar lo que yo padezco a una broma o algo que es una tontería, pues no lo quiero. Eso me hace la vida más difícil y más complicada.

-Dijo en un tuit que perdonaba a los que le hicieron la vida imposible en el colegio.

-No me gusta sobredramatizar lo que viví, pero lo viví. Cuando me preguntan por el acoso escolar no puedo evitar sentirme mal por las personas que me trataron mal en el pasado. Ahora son adultos. Quiero creer que han cambiado y que educan a sus hijos en la aceptación del diferente. Yo sufrí acoso escolar en el instituto. Me insultaban. Me llamaban maricón. Se metían conmigo y me acosaban porque era diferente y sensible. El acoso funciona así: cuanto más te afecta, para ellos es más divertido, porque las valida el estatus de ser los gallitos del corral. Tendría que haber un plan estratégico contra ese acoso. Hay adolescentes que se han suicidado por eso. ¿Lo que viví fue difícil? Sí. Nunca he querido cebarme con ese aspecto, ni culpar ni exculpar. Lo que ocurrió, ocurrió. Yo a esas personas las perdoné. Alguna me pidió perdón luego.

-¿Cómo ocurrió eso?

-Cuando yo empecé a hablar de TOC, alguno de esos chicos me escribió. Me dijo que, al escucharme, era consciente de lo difícil que me había hecho la vida. Me pidió que lo perdonara. Mi respuesta siempre fue la misma: «Yo te perdono, pero ya lo hice hace muchos años. No te preocupes». Si yo no hubiera perdonado a los chavales que hace 22 o 23 años me hicieron la vida difícil, yo hubiera vivido una vida con resentimiento. Eso es muy perjudicial para la salud en todos los sentidos. 

-Dijo ante los políticos frases que apelaban al corazón, pero alguna también a la yugular. La más directa fue: «Yo pude pagar el psicólogo ¿y la gente que no qué?».

-Me llegan muchos mensajes del mundo rural, de gente que me dice que no se puede pagar un psicólogo y algo así no puede ser. O que lo puede pagar, pero en su entorno no encuentra a un psicólogo especializado en TOC. Tendría que ir a Madrid y no hay dinero para afrontar eso. Cuando la red de salud mental de la Seguridad Social estuviera dotada como tiene que ser y esas personas tuvieran asistencia psicológica semanal, ahí podría haber psicólogos que se especializaran en un tipo de trastornos. Y otros en otro. Lo que ocurre en la Seguridad Social ahora es como si vas al hospital y le dices que tienes un problema de corazón y te atiende un médico que se dedica a los huesos. Te da sus consejos, pero no está especializado. No hay psicólogos suficientes y sí una falta de especialización muy grande.