«Vivo encerrada en mi casa»

R. Domínguez A CORUÑA

SOCIEDAD

ANGEL MANSO

La esclerosis la ata a una silla desde hace 15 años y un quinto con barreras limita sus salidas. Lleva años buscando un piso adaptado de alquiler. Un mugardés le ofrece su casa: «Aquí podría salir y respirar aire puro»

20 may 2019 . Actualizado a las 10:57 h.

El barullo de la cercana plaza de As Conchiñas, en A Coruña, apenas entra por la ventana. El sonido, muy a menudo, es la única señal del mundo exterior para alguien a quien la calle le queda mucho más lejos que el quinto piso en el que vive. Poner un pie en la acera, mejor dicho las ruedas, es todo un ejercicio de voluntad... colectiva. «Vivo encerrada en mi casa», dice Cristina Martínez Barbeito. Tiene 40 años y desde hace 15 la esclerosis múltiple la ata a una silla de ruedas. Su movilidad es eléctrica, y «por suerte tengo una pensión como para poder pagarme una vivienda». Pero no da con una que le permita salir de su jaula particular, el hogar familiar con ascensor de una sola plaza si entra ella, algo que no puede hacer si no tiene quien le abra la puerta, en el quinto y en el bajo. «Si no están mis padres, no puedo bajar a la calle». Así que Cristina apenas conoce los rostros de las voces lejanas que entran por su ventana. El aire, más allá del alféizar, le da en la cara cuando tiene que ir al médico o la familia se arma de voluntad.

Habla esta mujer de «liberar a mis padres, que ya son mayores» y también del futuro condicionado por una enfermedad degenerativa: «Hoy podría vivir sola, dentro de unos años... no sé cómo voy a estar». Y no pide Cristina nada de regalo. Lamenta no haber podido seguir trabajando como hizo hasta que, a los 29, la enfermedad se lo impidió, e insiste en que «tengo la dependencia máxima, la gran invalidez, ¡puedo pagar un alquiler, pero es que no encuentro!», repite sobre las dificultades que desde hace unos años la mantienen pendiente de la oferta inmobiliaria.

Se ha cumplido más de un año desde que figura en la lista de solicitantes de una vivienda adaptada. Desesperada, decidió pedir ayuda a la Xunta para dar con un nuevo hogar, a poder ser en un bajo, con las puertas anchas para que pase su silla, ducha baja y cocina adaptada y, sobre todo, sin escalones. «Encontré uno, pero lejos, en las afueras, lejos de mi zona, de mi entorno, de mi gente». Desde el 8 de marzo del 2018, nada ha sabido de su ruego.

Piensa en Los Rosales, porque «he oído que hay bajos municipales» y, sobre todo, por la proximidad a otra de sus ilusiones. Porque Cristina, que antes de la enfermedad hizo Filología Inglesa, dice tener, como si hablase de una temeridad, «un sueño estúpido, ir a inglés a la Escuela de Idiomas». Aunque llegar hasta allí está complicado, para ella sería algo más que romper las barreras del idioma en la pantalla del ordenador, con el que ahora, en su reclusión forzada, pasa la mayor parte de sus días.

«Compro desde la puerta»

Es en Los Rosales también donde se encuentra el único cine al que puede ir sin tener que salvar obstáculos para que la coloquen comiéndose la pantalla. En contadas ocasiones lo hace, y sale con sus amigos a las mismas terrazas de siempre porque en muchos locales no puede entrar y los baños «o son muy estrechos, o no tienen donde sujetarse». «Yo, en las tiendas, compro desde la puerta», describe gráficamente sobre las barreras que solo se perciben cuando se ha de vivir sentado.

Manuel, su padre, no esconde los mil amores que disculpan cualquier dependencia. Pero entiende sus ansias de salir de la casa en la que nació porque «claro ?apunta? siempre tiene que estar pendiente de nosotros, se necesitan dos personas, ¿sabes?», Una para abrirle la puerta del ascensor en el quinto, y otra en el bajo para lo mismo. Y viceversa. Con la dificultad añadida en el regreso de que escalar la rampa del portal precisa de guardián. «Si no, la silla se pinza», explica el hombre. Cuenta Manuel que ahora, con la jubilación, es más fácil que él y su mujer, Mari Ángeles, estén a un tiempo para el respiro de Cristina, a la que, además, prestan todo el apoyo del que son capaces, desde cocinar a ayudarla en el baño, que también tiene un escalón. «Quiero dejarlos descansar de mí», apostilla la hija.

Apenas se atreve Cristina a mencionar la esclerosis múltiple. «Esto va avanzando», resume sin entrar en detalles. Por eso le sobran razones y no le faltan deseos: «Necesito un poco de aire, tengo que probar a vivir sola», reflexiona con el mañana rondándole. «Solo quiero lo que todo el mundo: una casa de la que poder salir cuando me apetezca y si no me apetece, pues no; pero que sea porque no quiero. ¿Pido tanto?», se pregunta.