Hablando de ventana a ventana en Juan Flórez

Javier Becerra
Javier Becerra CORONAVIRUS

SOCIEDAD

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Están cambiando muchas cosas. De pronto, en A Coruña hemos abierto las cortinas. Parece que nos hubiéramos convertido en protestantes de la noche a la mañana, dejando a un lado el celo en proteger la intimidad.

03 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Me comenta una amiga que vio a dos mujeres hablando de ventana a ventana en Juan Flórez. Lo decía como un ejemplo extraordinario de los efectos del confinamiento. A los que somos de barrio algo así no nos llama especialmente la atención. Más bien nos genera nostalgia de otra era. Nos hemos criado con madres llamando a comer los niños que jugaban en la calle. También con conversaciones de acera a acera de esas señoras que, en una ventana de guillotina, colocaban una toalla para apoyarse y estar más cómodas. En el centro las cosas resultaban diferentes. A nadie se le ocurriría gritar un «¡Marcooos, para casaaa!» desde un quinto en la plaza de Vigo. Tampoco charlar alegremente con la del piso del al lado sabiendo que los están escuchando. Hasta que llegó el coronavirus.

Están cambiando muchas cosas. De pronto, en A Coruña hemos abierto las cortinas. Parece que nos hubiéramos convertido en protestantes de la noche a la mañana, dejando a un lado el celo en proteger la intimidad. Nos paseamos en pijama sin que nos importe mucho si nos ven o no. Cenamos en familia, al margen de si existe una mirada ajena. Y matamos el tiempo bailando con el Just Dance sin pudor alguno. Cuando miramos más allá y nos damos cuenta de que el vecino nos observa, lejos de incomodarnos le mandamos un saludo. Es la manera muda de decir ¿cómo lo llevas, tío?

Se establecen rutinas. En mi casa hemos descubierto hace días que tenemos cerca un boxeador. Todos los días, a eso de la una, suele entrenar en la terraza. Es el no va más para los niños. Hace flexiones, salta a la cuerda y la emprende a puñetazos con el aire. «¡Hola boxeador!», le sueltan los pequeños a gritos de un edificio a otro. Él les saluda con simpatía. Lo llamamos Rocky y tarareamos Eye Of The Tiger al verlo. A las ocho, en el momento de los aplausos a los sanitarios, tengo uno de mi bloque que pone música a todo volumen. Unos días le da por el Resistiré del Dúo Dinámico. Otros por I Will Survive de Gloria Gaynor. Tiene sentido. Son canciones primas hermanas y con efectos reconstituyentes para la moral. Al caer el día me despido con el noctámbulo ¿escritor? de enfrente. A la una siempre tiene la luz encendida

A diario veo a los viejecitos del edificio granate preparando la comida. Al chico nervioso del blanco que habla por teléfono en la galería. A la pareja que juega a las cartas en la ventana del inmueble nuevo acristalado. Y al que aprovecha un rayo de sol para ponerse bajo sus efectos. Son mis vecinos, en los que no había reparado mucho y los que esta crisis me ha puesto ante los ojos como una comunidad. La sensación tiene mucho de añejo. Me lleva a aquellas madres llamando a los niños a cenar en los Mallos, mientras se escucha el ruido de platos Duralex. Que en Juan Flórez las señoras hablen de ventana a ventana no hace sino perfeccionarlo todo.