Las revelaciones de Isabel Preysler en su autobiografía: infidelidades, muchos celos, la dura separación con sus hijos y un beso en el ascensor
SOCIEDAD
La «socialité» abre como nunca su vida íntima, con un repaso por sus relaciones con Julio Iglesias, Carlos Falcó, Miguel Boyer y Mario Vargas Llosa y su momento más duro, con sus hijos mayores: «El capítulo que más me ha costado escribir»
22 oct 2025 . Actualizado a las 17:06 h.Isabel Preysler está harta de que sean otros los que cuenten su vida, y que lo hagan con mentiras o medias verdades, con especulaciones o fabulaciones, rumores o invenciones. Por eso, ahora que la mayor de las socialités de nuestro país ha «llegado a una edad», 74 años, en la que se siente capaz de hacer balance de su «excepcional» camino vital con cierta perspectiva, ha decidido contar sus certezas en su autobiografía Mi verdadera historia, de Espasa, que ha salido a la venta este mismo miércoles. «Se han dicho tantas cosas falsas sobre mí a lo largo de los años, sin que me molestara en desmentirlas, que he decidido hacerlo ahora», ha dicho en una entrevista a ¡Hola!.
Una trayectoria lo suficientemente holgada para llenar sin problema alguno sus 300 páginas en las que revela muchos detalles no conocidos hasta ahora de su vida, de sus relaciones amorosas con algunos de los hombres más influyentes y carismáticos, de infidelidades y de los momentos más duros que ha tenido que pasar en su vida.
Preysler empieza desde el principio, como no podría ser de otro modo. De su nacimiento en Manila, de su época en el colegio, cuando se enteró que era sobrina de uno de los mayores sex symbols de Hollywood, Steve McQueen —un dato desconocido hasta ahora—. Y, poco después, de su primer amor, Máximo Junie Kalaw, cuando era solo una adolescente. Una pasión de la pubertad que llevó a sus disgustados padres a enviarla a España, a casa de sus tíos, para alejarla de él. Ya en Madrid, en una fiesta de la alta sociedad de la capital, conoció al hombre que haría su rostro una imagen del papel cuché tanto nacional como global: el cantante Julio Iglesias. Por él, y por esa pasión que con el tiempo se convirtió en amor profundo, decidió aparcar sus estudios de secretariado internacional. Eran tiempos en los que los deseos de Isabel de querer comerse el mundo, de disfrutar de su juventud, de las diversiones y las aventuras, se vieron truncados por un embarazo inesperado que la llevó a pasar por el altar con 20 años. «A mi padre nunca le dijimos que me había casado embarazada, y nunca llegó a saberlo», reconoce en sus memorias. Su hija Chabeli, la primogénita de la pareja sí lo supo, hace ya muchos años. «No le dio nunca la mínima importancia», asegura.
«Probablemente sea una de las mujeres que más ha llorado en su boda», confiesa Isabel Preysler sobre ese momento que llegó de manera prematura, cuando ni ella ni Julio estaban preparados para ese paso, impuesto por una sociedad que no dejaba más posibilidad que unir sus destinos —supuestamente— para siempre. Un episodio de su vida que, según asegura en el libro, sirvió como inspiración para que el artista global compusiese la canción De niña a mujer. «Cuando empezó a escribirla, me dijo que me la dedicaba a mí, pero la terminó después de separarnos, se la dedicó a mi hija y a mí me pareció perfecto», comenta en su entrevista en la revista.
Cree que lo precipitado de su matrimonio fue, en buena medida, lo que les llevó a cometer muchos errores que condujeron a la ruptura, tras tres hijos en común. Julio ya tenía un defecto que fue común a otros de los hombres de su vida: los celos. «Enfermizos hacia cualquiera que se me acercara», detalla. Lo que no sabía ella —«jamás lo sospeché», lamenta— es que, mientras, él estaba engañándola. Descubrirlo fue lo que hizo saltar todo por los aires. «Le conté que lo sabía, y aunque aún mantenía la esperanza de que él me lo negara todo y que me dijera que no hiciera caso a las habladurías, no fue así. Entre nosotros se instaló un silencio incómodo por unos segundos. Después, me miró, bajó la vista y me reconoció que todo era verdad», confiesa. Esa noche, Julio ya no durmió en casa. El hombre por el que lo había dejado todo, con el que había pasado por el altar, aquel por el que, «por complacerle, me olvidé de mí y me convertí en su ideal de mujer», aquel cuyo mundo se ensanchaba mientras el suyo «se iba reduciendo a las cuatro paredes de nuestro hogar», ya no formaría parte de su vida más allá de sus hijos en común.
Sobre sus tres niños con el cantante narra Isabel Preysler el momento más duro de su vida. «El capítulo que más me ha costado escribir», define. Ese episodio en el que tuvo que separarse de sus hijos mayores cuando decidieron que se fueran a vivir a Miami por su seguridad y tranquilidad. «Aunque he tratado de hacerlo, no creo que haya podido explicar bien el dolor tan grande que sentí», indica en su entrevista.
Dos años más tarde de su divorcio, firmado en 1978, volvió a darse el sí quiero con el marqués de Griñón, Carlos Falcó. «Encontré en él una persona abierta, liberal, con mucho mundo», dice sobre su segundo marido, del que asegura que se casó enamorada y con el que fue feliz. «Aprendí de verdad todo lo bella que es la vida: la ópera, el deporte, los viajes, el campo,...»
En esta ocasión, como asegura en sus memorias, fue ella la que tuvo que confesarle a él que le había sido infiel. Es la llegada de la que define como «la historia de amor más importante» de su vida: Miguel Boyer. Se conocieron cuando los sentaron al uno al lado del otro para cenar las famosas lentejas de Mona Jiménez. «¡Un socialista! Mejor no le dirijo la palabra, porque no querrá ni hablar conmigo», pensó en un primer momento. Tiempo después, no pudo evitar caer en la red de un amor muy profundo con el por entonces ministro de Economía del Gobierno de Felipe González.
«Nos habíamos enamorado. Había ocurrido sin que ninguno de los dos lo planeáramos y, desde luego, sin querer provocar ningún sufrimiento, pero, evidentemente, no pude evitar que Carlos se sintiera traicionado y dolido al enterarse de nuestra relación», rememora sobre la conversación que acabó con su segundo matrimonio en 1985. «Me destrozó separarme de Carlos, haciéndole tanto daño, porque me había enamorado de Miguel. Me sentí muy mal también por Hilda, quien siempre me había tratado con tanto cariño y había sido tan generosa conmigo», asegura en el libro.
Meses después, ya no se ocultan. «En París, por primera vez, nos atrevimos a pasear de la mano como cualquier pareja de enamorados, sin miedo a ser descubiertos», narra en el libro. Tardó tres años desde su anterior divorcio en volver a pasar por el altar con el ya exministro. Era un hombre profundamente enamorado de ella —«Para poder estar más tiempo conmigo, Miguel se inventó que le gustaba jugar al pádel, deporte que yo practicaba muchísimo», indica—, pero atormentado también por sus celos. «En una ocasión le rogué que acudiera al psiquiatra para solucionarlo. Él no creía en este tipo de terapias, pero consintió que le pidiera hora. Solo asistió a una sesión», asegura. Reconoce que hubo momentos duros en los que pensó en separarse. «Pero creo que no hubiera podido vivir sin él», expresa.
Preysler enviudó en el 2014. Un año después, llegaría un nuevo amor. «A la salida de la fiesta, me besó en el ascensor», asegura sobre el inicio de su relación con Mario Vargas Llosa. Con él convivió ocho años en los que pudo conocer «su parte más humana, más cotidiana, la del día a día, su verdadera personalidad, muy compleja». También hubo celos por parte del nobel de literatura. «Siempre son malos para el que los padece y para el que los sufre y dañan cualquier relación, por muy sólida que sea», lamenta Isabel.
Precisamente, un ataque de celos infundados hizo que el escritor saliese de la casa de la socialité y se instalase en un piso sin explicación. Nunca volvió. En el libro, Isabel Preysler publica las ocho cartas que le envió Mario Vargas Llosa a lo largo de su relación. También una escrita por ella, la última, aquella que le mandó para romper para siempre, en la que le echaba en cara sus celos, su soberbia, su mala educación, y terminaba con una frase lapidaria que no dejaba la posibilidad de regresar a su hogar compartido. «Por favor, manda a alguien a recoger todas tus cosas». Así acababa la misiva, y así se terminan las 300 páginas de libro.
Poco más de dos años después, Vargas Llosa falleció en su Perú natal. Isabel no se despidió ni fue al funeral. «Ni tuve ocasión de despedirme de él ni su familia me lo hubiese permitido», asegura.