El tímido de la Quinta del Moro

TORRE DE MARATHÓN

Cristóbal regresa como entrenador al campo en el que debutó como futbolista de Primera

12 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Mediados los ochenta, cinco jóvenes del Real Madrid acaparaban el protagonismo del fútbol español. Butragueño, Sanchis Míchel, Pardeza y Martín Vázquez formaban la Quinta del Buitre. Historia de España. En Barcelona, faltos de éxitos y referentes, el entorno azulgrana buscaba un grupo con el que ilusionarse en contraposición al de los madridistas. Y nació la Quinta del Moro, que tenía a Nayim como líder.

En aquella relación pentagonal, el ceutí estaba considerado como el listo, López López, el atrevido; Vinyals, el inteligente; Carreras, el competitivo; y Cristóbal, el tímido. Una cualidad del actual entrenador del Deportivo que destacan todos los que lo conocieron en La Masía. «Una vez que cruzaba la línea de cal se transformaba y era un tipo súper competitivo y descarado, que se aprovechaba de su gran físico. Un titán», señala Nayim, que lo conoció en su etapa juvenil. Un año después, Cristóbal, que había llegado al Barça tras ser campeón de España de esa categoría con la Damm, abandonaría la residencia para irse a vivir solo a un piso.

Su llegada a La Masía

Fueron años de montaña rusa para el lateral, que en poco tiempo subió desde el juvenil al primer equipo, pasando por el filial en el que le entrenó Joan Martínez Vilaseca, el responsable de su aterrizaje en Can Barça. «El señor Tort [Oriol Tort, el hombre que da nombre a las nuevas instalaciones de La Masía] y yo éramos los responsables de la cantera cuando fichamos a Cristóbal. Tenía 18 años y pertenecía a una familia muy buena. Recuerdo a un chico callado, de un comportamiento exquisito. Muy educado. Siempre dispuesto a trabajar. Nada orgulloso. Fiel a sus amigos... Es que era muy buen chico. Eso sí, un poco tímido, diría yo», recuerda Martínez Vilaseca, que destaca la humildad que todavía mantiene: «Cuando ganó su primer partido con el Dépor, le mandé un mensaje para felicitarlo. En cuestión de minutos me estaba respondiendo. Se ve que no se le ha subido ni una pizca, algo que no es fácil en el mundo del fútbol. Sigue siendo encantador».

Como futbolista, el ex técnico azulgrana destaca su «polivalencia y valentía», porque «sin ser un chico muy grande, no se amedrentaba ni ante nada ni ante nadie». Estas cualidades lo hicieron indiscutible en el juvenil que preparaba Carles Rexach.

En esta vertiginosa carrera que llevó, Cristóbal alcanzó el primer equipo en un año complicado. Muy complicado. Le tocó vivir el motín del Hesperia, en 1988. La totalidad de la plantilla, respaldada por su entonces entrenador Luis Aragonés, convocó una rueda de prensa para atacar a la directiva del club y pedir la dimisión de Núñez, principalmente, por un tema fiscal que no acababa de resolverles. Era joven, novato y tímido fuera del campo. Pero, como si se tratase de un partido, dio un paso al frente como un veterano. Incluso tomó la palabra: «En la última reunión que tuvimos, me echaba en cara [Núñez] que cómo era posible, que cómo me podía quejar si hace un año cobraba un millón y ahora otra cantidad. Lo que quiero explicar es que lo que cobro es porque me lo he ganado y lo merezco. Me decía que a ver qué era capaz de decir yo contra él. Y soy capaz de decir contra él todo lo que han dicho mis compañeros». En medio de su alocución, se escuchó en el salón un «¡Ahí estamos!», pronunciado por uno de sus veteranos compañeros.

En aquel salón del hotel propiedad de Joan Gaspart estaba el Lobo Carrasco, que define al joven Cristóbal como «un chico de carácter afable, nombre y, cuando logró soltarse, simpático», además de «muy observador» y, tras lo visto aquel día del motín, «valiente».

Tras este episodio llegó Cruyff y él se fue cedido al Oviedo y al Logroñés antes de regresar al Camp Nou para levantar la primera Copa de Europa del Barcelona. Aunque no jugó la final, sí participó en la eliminatoria frente al Kaiserslautern, que pasaría a la historia por ser la del gol de Bakero que supuso el primer paso hacia el título.

Veinticinco años después, Cristóbal vuelve a la que fue su casa. Lo hace tras una longeva trayectoria como futbolista (vigésimo tercer jugador con más partidos en la historia de Primera) e iniciándose como técnico en la élite, pero con la misma humildad e ilusión que lo recuerdan los que lo conocieron con 18 años en La Masía.