Arsenio Iglesias y Lasarte se reencuentran en A Coruña y recuerdan con nostalgia su abrazo en el campo del Betis hace 27 años, cuando el Dépor ganó la promoción que le permitió mantenerse en Primera

Alexandre Centeno
Ana Iglesias

Un año para la historia: 1992. Dos hombres para la historia: Arsenio y Lasarte. Una promoción para la historia: la disputada frente al Betis. Un abrazo para la historia. Un sufrimiento para la historia. Y... 27 años después, un reencuentro para la historia.

Faltan unos minutos para la una de la tarde. Martín Lasarte Arrospide (Montevideo, 1961) pasea por la recepción del Hesperia Coruña. Mira el reloj. Está algo nervioso. Aguarda una visita. Un reencuentro que lleva tiempo resistiéndose. Dos años antes, La Voz lo había puesto en contacto mediante una conversación telefónica con el hombre al que aguarda. Ya aquel día, se habían citado para verse. Aquella intención se convierte en realidad. Está a punto de volver a abrazar a una persona con la que compartió 3 años de su vida. A la que admira y quiere. Por la que siente un profundo respeto y admiración.

La espera no se prolonga mucho. Puntualidad británica. A la hora marcada, se abre la puerta y aparece el maestro. Arsenio Iglesias Pardo (Arteixo, 1930). Comparece en compañía de su hijo Pablo, en quien se apoya. Porta gafas oscuras y un bastón que utiliza con elegancia. Dos de los referentes de la historia del Deportivo, de nuevo, frente a frente. Se miran. Se abrazan. Caminan. Y comparten una hora de conversación en la que los recuerdos y la emoción fluyen.

El uruguayo, que años atrás había afeitado su poblado mostacho, luce ahora una perilla blanca. No todo el mundo lo reconoce a la primera. Por eso, duda si Arsenio lo hará.

—Lasarte (L): Qué moderno, ahí con sus gafas. ¿Sabe quién soy?

—Arsenio (A): Martín.

—L: ¡Bien!

—A: Me alegro mucho de verte.

Unos pocos metros y una planta separan la entrada del hotel de la sala reservada para el encuentro. Muchos son los recuerdos que aparecen. «¿Se acuerda de Sevilla, Martín?». El excentral responde raudo: «Como para olvidarlo, míster. Cómo sufrimos... En especial usted».

Aquella promoción y tres años de convivencia, que se inician con el debut del futbolista en Atocha. «Yo venía de proclamarme campeón de la Intercontinental y seguramente se esperaba algo diferente. Algo mejor. Casi no me hablaba. Muy poco. Yo estaba solitario. Y fuimos a jugar un partido a Atocha. Eliminamos a la Real por penaltis. Fue mi primer partido. El primer balón es largo hacia Goikoetxea, alarga la pelota, yo calculo y con el cuerpo cargo. Él cae contra la grada. Toda la gente empezó a putearme en todos los idiomas. Pero para mi era importante. Marcaba un territorio. Y usted en el entretiempo me dice: ‘¿Está bien? ¿Puede seguir?’ Usted estaba contento». Arsenio ríe: «Martín tiene buen humor...».

El pasado, el presente y el futuro se entremezclan durante la charla. «Y dígame, Martín, ¿cuándo lo van a traer para entrenar al Deportivo?». El uruguayo sonríe: «Ojalá se den las circunstancias algún día». «Tiene que venir», insiste Arsenio.

Maestro y discípulo se miran. Se sonríen. Treinta años y diez mil kilómetros de distancia los separan. El cariño, el respeto y el escudo del Deportivo los une. El discípulo agarra la mano del maestro. La acaricia emocionado y sigue recordando. Cuenta cómo con el paso de los años fue utilizando algunos métodos y expresiones del querido entrenador. «Un día, un compañero salió en la prensa diciendo que no entendía cómo no jugaba más, que esto, que lo otro...Usted fue a hablar con él y le dijo que no había problema, que, si quería, a partir de entonces entrenase él al equipo y que jugaba usted. Le propuso un intercambio de roles (se ríe). Me pareció una respuesta tan buena que con el tiempo la utilicé yo alguna vez cuando alguno me protestó o me puso caritas».

Los minutos pasan, pero Arsenio no pierde el humor. Aunque los años hacen mella, mantiene la lucidez. En ocasiones, le cuesta sostener el ritmo del discurso. Pero solo verbalmente. La mente está perfecta. Y la memoria. Sentado, con una sonrisa, recuerda que tiene 88 años. Agarra fuerte el bastón y da golpes contra el suelo: «El poder... El poder...», se reafirma.

Lasarte lo mira. Pasan unos segundos y alza la voz: «Una estatua, tenemos una estatua... Bueno, un busto». «Sí, Martín, sí», le responde el entrañable Arsenio, que comienza a contarle una serie de anécdotas de partidos suyos como futbolista: «Yo jugué con el Granada la final de Copa contra el Barcelona. Perdimos 4-1. Marqué el gol nuestro. Pero, al día siguiente, el periódico se equivocó y puso que lo metió otro. Y de cabeza lo había marcado», se lamenta Arsenio. El hombre que hizo al Deportivo campeón de Copa empieza a repasar nombres de futbolistas con los que compartió vestuario o a los que entrenó y que le dejaron huella: «En el Hércules estaba Santoro. Como usted, Martín, otro señor. En una ocasión, Ballesta se fue a Argentina y le dije: 'Carlos, pregunta por Santoro, que es un señor y te va a ayudar'. Y vaya si lo ayudó».

El excentral mete baza. Pregunta por Ballesta, por Franganillo, los dos grandes escuderos de Arsenio. Apenas se separaba de ambos, solo cuando se montaba en su Seat 132 Supermirafiori. Cuando se subía en él, la plantilla descansaba, porque el técnico era estricto y con carácter. Lasarte inicia feliz el relato de otra anécdota: «Tocaba descansar, pero nosotros nos fuimos al Zúrich (cafetería situada enfrente del estadio de Riazor). Estábamos tomando unos refrescos y unas tortillas. Y, en esto, que vemos que usted viene hacia nosotros. No se sube al coche, sigue y entra. No sabíamos qué hacer. Todos escondiendo las tortillas. Toma la palabra y nos dice que está de cumpleaños y que estamos todos invitados a tomar lo que queramos» (Risas).

Historias y nombres y más nombres que empiezan a repasar: «Míster, el otro día estuve con Jon Aspiazu, se acuerda —Arsenio, asiente—. Y con quien estoy mucho en contacto es con Pello Uralde. Y él me contaba un día que usted siempre le decía: 'Pello, menos bailoteo y más trabajar' (risas). También mantengo relación con Raudnei». O Bruxo asiente a todo y sigue recordando él futbolistas: «Martín, usted no coincidió con Huapaya... Me decía que estaba muy exigido», comenta mientras no puede contener la risa: «¡Estaba exigido!», enfatiza.

Huapaya, un peruano, que hace que el continente americano vuelva a colarse en la conversación.

—L: Un día me contó que había viajado a Uruguay y que le había llevado veinti...

—A: Treinta horas —interrumpe Arsenio—. Pero luego volví y ya fueron solo 12. Porque ya había reactores...

Treinta horas que no llegarían para recordar todos los momentos emocionantes que Arsenio y Lasarte, Lasarte y Arsenio brindaron al Deportivo. Dos iconos blanquiazules, cuyo abrazo se convirtió en símbolo para toda una generación. En parte de una historia en la que todavía no había títulos, pero sí un sentimiento que está por encima de cualquier éxito deportivo. Aquel abrazo sirvió para celebrar una permanencia y para unir aún más a dos de las figuras más carismáticas de una historia centenaria.