Gracias por darme tanto

Martín Lasarte

TORRE DE MARATHÓN

XOSE CASTRO

06 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

10 de junio de 1990. Último partido del play-off de ascenso. Habíamos empatado en Tenerife a cero goles y perdimos en A Coruña. Nos despedimos del sueño de Primera. Una nueva frustración que se sumaba a algunas anteriores. Tocaba, pero no se consigue.

El club redobla esfuerzos. Mejora la plantilla. El objetivo, ahora sí, claramente es ascender. Por tanto, aumenta la presión. La temporada, prácticamente, repartida entre tres equipos que podíamos optar al ascenso: Murcia, Albacete y Deportivo.

9 de junio de 1991. Última jornada. Nos toca enfrentarnos al equipo que había comandado el torneo durante todo el año. El Murcia llega a la ciudad con el plan de abrochar el ascenso. Incluso le valía el empate. A nosotros, no. Solo nos servía ganar. La batalla había comenzado mucho antes del pitazo inicial. Mucho nervio. Mucha ansiedad. Muchos fantasmas del pasado...

Cinco de la tarde. Es la hora del encuentro. Riazor está precioso. Todo de blanco y azul. Igual que las calles de la ciudad durante la semana. El árbitro pita y, sorpresa, el techo de la grada de Preferencia empieza a arder. Se genera humo. Mucho humo. El público salta al campo. No entendíamos muy bien qué sucedía. El partido se suspende por un rato. Vamos al vestuario. Y creo que eso nos vino bien. Nos asentó. Sentimos como que no podían suceder más cosas negativas, que algo positivo tenía que llegar.

Tras la reanudación, salimos mejor. Más allá de pasar algún susto, nos mostramos muy seguros. Los pimentoneros eran líderes. Además, el pichichi jugaba para ellos. Comas y Aquino eran de los delanteros más destacados de la categoría.

Los minutos empezaron a jugar a favor. Marcamos y nos lo anularon. Pero estábamos mejor. Pateábamos el balón, pero también esos espíritus negativos y el accionar del rival.

Nos fuimos al descanso con 0-0, pero tranquilos. Estábamos siendo mejores. En la segunda parte sentimos que nos adueñábamos del partido. Marcamos una, dos veces, incluso a punto estuvo de caer un tercer gol. Ellos sentían que se les escapaba todo lo que habían hecho. Lo intentaban, pero no podían. Uno sabía lo que podían estar sintiendo ellos. Más de una vez habíamos pasado por esa experiencia.

Stoja era como un estandarte. Estaba en su día de gloria para fortuna nuestra. Fran, José Ramón, el Flaco Gil, Aspiazu... Se hicieron los dueños del partido. Villa estaba, como toda la temporada, rapidísimo. Sabin Bilbao, Albístegui, Djukic... Verdaderos candados, al igual que Yosu. Incluso los compañeros que ingresaron lo hicieron muy bien. Recuerdo alguna jugada, de hecho, de Kana, para el segundo gol. Peio Uralde, Gustavo, Musti Mujika, Santi Francés, Jorge, Antonio, Toño Molinos, Albis, Manuel... Perdón por algún olvido, porque todos aportaron siempre, tanto en lo externo como en el campo cuando fueron llamados.

Teníamos un gran grupo. Había enorme camaradería. Compañerismo. El objetivo grupal y común estuvo siempre muy por encima de cuestiones individuales. Y, por supuesto, toda la sabiduría y experiencia del viejo, del querido Arsenio. Un sabio. Además, contamos con el aporte gigante de Carlos Ballesta y logramos sentirnos siempre muy fuertes gracias a la tarea de Franganillo. El profe Franga.

El pitazo final fue el inicio de un alivio enorme. Habíamos conseguido aquello que era tan difícil, casi imposible. Algo por lo que se había luchado tantos años. ¡Éramos de Primera! Pero de verdad. No de palabra. No de merecimiento. !De verdad!

El estadio era todo risas, alegría, satisfacción. Las banderas, la gente, los cánticos. Una auténtica fiesta, celebrando incluso con la gente en el campo. El jolgorio se transmitió a la ciudad y alrededores en días posteriores.

Recorrer A Coruña fue una gozada. La gente nos hizo sentir como héroes. Una verdadera fiesta que duró días.

Aquello fue de las cosas más reconfortantes que me han sucedido en la vida. Doy gracias por haber tenido ese privilegio de haber participado en aquella gesta. Quizá los años hagan que parezca menor frente a cosas fantásticas vividas posteriormente. Pero aquello fue, de algún modo, el puntapié inicial.