Millene Cabral, delantera del Deportivo: «En la pandemia me sentía perdida, no sabía qué iba a ser de mi vida»

Iván Antelo A CORUÑA

DÉPOR FEMENINO

CESAR QUIAN

Cuando dejó Japón en el 2020, dudó: «En mi cabeza estaba buscar un plan B»

14 nov 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

A Millene Cabral Vieira (Porto Alegre, Brasil, 1997) nunca le han asustado los retos. Se fue a Estados Unidos sin saber inglés, a Japón sin prácticamente comunicarse con nadie y se agarró a todas las oportunidades que la vida puso en su camino con el único fin de lograr ser futbolista profesional. También se enfrentó a todos los problemas que le puso por delante, como cuando meditó dejarlo durante la pandemia, o el pasado año, cuando tuvo que lidiar con asuntos turbios y escabrosos en el Rayo Vallecano. Ahora, en el Dépor, se declara plenamente feliz.

—¿Cómo se le dio por el fútbol?

—Yo tenía 10 años. Hacía capoeira y el maestro que me daba clase también tenía un equipo de fútbol. Un día me invitó a un entrenamiento para ver si me gustaba. Quería participar en un torneo, pero no tenía un número de jugadoras suficiente. Empecé así.

—¿A los diez años? Empezó tarde para lo que suele ser habitual.

—Sí, es verdad, pero el fútbol no llegó a mi vida hasta esa edad. E influyó un poco la suerte también, porque yo solo iba a probar.

—Igual para la sociedad, en la que todavía hay machismo, estaba mejor visto que siguiera con la capoeira y no con el fútbol.

—Sí, la verdad es que lo del fútbol femenino es bastante complicado y le queda aún por evolucionar. Pero yo, cuando empecé, siempre tuve el apoyo de mi familia y nunca he tenido esa dificultad de no ser aceptada. En Brasil, entonces, era muy difícil compaginar el fútbol y los estudios porque llegado un momento tienes que elegir. Y luego también había problemas de falta de niñas para hacer equipos. De hecho, yo empecé en el fútbol sala por eso, porque había más opciones para jugar torneos entre los colegios. Muy pocos conjuntos de fútbol once tenían categoría inferiores, por lo que todo era mucho más limitado.

—Empezó tarde, pero pocos años después le surgió la opción de irse a jugar a Estados Unidos.

—En mi último año de colegio, tenía 17 años, yo estaba jugando al fútbol sala y había empezado con el Gremio, por primera vez once contra once. Un agente, que se dedicaba a llevar a chicos y a chicas a jugar y a estudiar con una beca a Estados Unidos, vino a un partido y habló con mi madre. Ahí fue cuando empecé a pensar que podía haber futuro en el fútbol.

—¿Cómo fue lo de irse sola tan joven y tan lejos de casa?

—Fue un desafío muy grande. Yo vivía con mis padres y lo tenía todo. Y de repente salí de casa, sin hablar inglés... Fue duro, la verdad. Tardé en adaptarme. Fue una buena experiencia, pero me costó mucho al principio, por vivir sola y no conocer a nadie. Yo miraba el fútbol ahí ya como un trabajo, porque tenía una beca y, si no jugaba bien, perdía esa llave que me permitía estar allí.

—¿Sufrió racismo?

—Yo fui a un pueblo muy pequeño de Tennessee, un sitio muy interior. Muy country. Con una manera particular de hablar que tienen, con mucho acento, con unas costumbres muy arraigadas... Es muy diferente a lo que puede ser, por ejemplo, Los Ángeles. La suerte que tuve es que la universidad a la que iba tenía un programa con mucha gente de fuera: de Latinoamérica, de Europa, de Japón... Tuve contacto con muchas culturas y no sentí nunca discriminación. El 70% del pueblo era la universidad y había mucha diversidad.

—Siempre fue de retos. Después se marchó a Japón.

—Sí [se ríe]. Fue incluso más locura. Yo estaba jugando la liga de verano de Estados Unidos, buscando la oportunidad de quedarme allí. Pero lo que surgió fue Japón. Fueron cinco meses, demasiado poco tiempo para adaptarme. Yo no entendía nada de lo que me hablaban, no me podía comunicar y además estaba lejos de las grandes ciudades. Me costó mucho. De hecho, creo que no llegué a adaptarme. Sin embargo, luego, el trato en el club era muy bueno: disciplinado y profesional. En ese aspecto sí que me inspiró mucho de forma positiva.

—Y volvió a casa.

—Terminé mi contrato en Japón y me volví a Brasil. No tenía nada. Ni siquiera tenía agente y no sabía muy bien qué iba a hacer de mi vida. Una entrenadora que había conocido en Estados Unidos hizo un proyecto en un equipo de Segunda División en Brasil, Foz Cataratas. Me ofreció ir y fui. Hice la pretemporada y después del primer partido empezó la pandemia y nos fuimos todos a nuestras casas. En esa época yo estaba un poco perdida. No sabía si iba a seguir con el fútbol o dejarlo. Yo seguía entrenando, pero en mi cabeza también estaba ya buscar un plan B.

—Y apareció el Sporting y se vino a España.

—Esa misma entrenadora recibió un correo de una agencia que buscaba futbolistas para ir a España. Les dio mi contacto, hablé con ellos y firmé. A los cuatro días me llevaron al Sporting. Allí ya estaba más en mi salsa. El idioma lo entendía y la adaptación fue más fácil. Era un ambiente muy familiar, con muchas niñas de la cantera, y sus padres nos trataban como hijas a las que éramos de fuera.

—Y al año siguiente, a Primera con el Rayo. Aunque surgieron problemas extradeportivos...

—Yo necesitaba un poco más a nivel futbolístico y me surgió lo del Rayo para seguir evolucionando. Fue una temporada muy dura, como has dicho. Era muy difícil estar enfocada solo en el fútbol, por todos los problemas que había.

—Se filtraron unos audios del entrenador en los que animaba a una violación para hacer equipo. ¿Qué pensó cuando los escuchó?

—Fueron momentos complicados. Nunca había pasado por algo así y no sabía cómo actuar. Estaba un poco perdida. Como equipo estuvimos juntas y seguimos luchando por lo nuestro. Son cosas que nosotras no podemos controlar. Yo estaba ahí para jugar y todas las cosas que pasaron no ayudaban. Yo solo me enfocaba en lo mío.

«Me alegra llevar el 11 de Bebeto»

Millene destaca la apuesta profesional del Deportivo por el fútbol femenino.

—¿Cómo fue su fichaje por el Dépor?

—Yo estaba en el Rayo cuando escuché la oportunidad. Siempre oí buenas palabras del Dépor, por su estructura, y yo estaba encantada. Fue como una luz entre muchos problemas. Un respiro.

—¿Tan buena imagen se tiene del Dépor desde fuera?

—Sí. Es que lo que te dice todo el mundo es que es un proyecto serio, que trata muy bien a las jugadoras. Y eso era lo que buscaba yo, por las referencias que me daban.

—Y ahora que está dentro... ¿Cómo lo ve?

—Me está sorprendiendo en muchos aspectos. Aquí soy capaz de enfocarme solo en el fútbol. El club pone una gran cantidad de cosas a nuestra disposición que en muchos clubes no las hay. Eso te hace disfrutar más en el día a día.

—¿Qué tal la ciudad?

—¡Me encanta! La playa... Es muy bonita y hay muchas cosas que hacer. A mí ya me gustaba Gijón, pero es que A Coruña me atrae aún más.

—Lleva el 11 de Bebeto.

—Los números no me importan mucho, pero llevar el mismo que Bebeto es una referencia que me alegra. Genera expectativas [se ríe].

—¿Qué tal Irene Ferreras?

—Me gusta mucho cómo trabaja. Es muy intensa y exige. Nos hace ver el fútbol de otra manera. Yo aquí estoy aprendiendo muchas cosas con ella que creo que me faltan. Estoy aprovechando para aprender.