Las emprendedoras viguesas de 1753

Jorge Lamas Dono
jorge lamas VIGO / LA VOZ

VIGO

cedida

La venta de pescado, los hornos y el comercio acaparaban los negocios en la villa

04 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1753, Vigo respondía a la encuesta general propuesta por el marqués de la Ensenada para conocer la realidad económica y social de España. A través de sus distintos apartados se puede realizar una aproximación al papel de las mujeres en la vida laboral remunerada de entonces. El trabajo doméstico o a las aportaciones en una explotación agrícola o en el hogar es más complicado de cuantificar.

La presencia femenina es minoritaria en el Catastro de la Ensenada y, por ejemplo, no existe ninguna mujer en cargos públicos. No es una singularidad viguesa, sino una norma extendida por toda España. Sí había campos laborales donde su presencia era mayoritaria, como es el caso de las lonjas de pescado. En estos establecimientos, situados en la zona porticada del Berbés, se vendía el pescado, especialmente la abundante sardina. De las 18 lonjas existentes, once pertenecían a mujeres. Incluso, el catastro señala a Francisca Ochoa, anteponiéndole el título de doña. Sin embargo, esta mujer vecina de A Ramallosa no usaba ni aprovechaba su establecimiento. Todo lo contrario que Luisa Mallo, la mujer que obtenía un mayor rendimiento en esta tarea. Poseía dos lonjas, una de ellas en solitario, por la que ganaba al año 1.500 reales, y la otra, compartida con un hombre, a la que le sacaba otros 600 reales. Para hacernos una idea de lo que significaba este capital hay que compararlo con los sueldos de otras profesiones. Por ejemplo, un maestro carpintero ganaba cuatro reales por cada jornada de trabajo; un herrero, en esa misma época, ganaba 500 reales anuales; o el sueldo del médico municipal, que era de 1.100 reales anuales.

Otras grandes vendedoras de pescado fueron Susana de Gandra, posiblemente de Gándara, que también explotaba dos lonjas, obteniendo anualmente 1.700 reales. Ana do Casal ganaba 1.500 reales con una lonja, aunque también poseía un horno dedicado a la extracción de la grasa de la sardina, que le aportaba a su economía otros 500 reales anuales. Filipa Álvarez completaba la parte alta del ránking de las propietarias de lonjas con 150 reales al año. La parte media de este negocio estaba ocupada por Úrsula González, que compartía con un hombre una lonja, llevándose anualmente 600 reales; Florencia Cerqueiro, que también compartía su negocio con otro hombre, ganaba anualmente 450 reales; y María de Leira y Petronila Martínez, que compartían la misma lonja, se embolsaban respectivamente al año 450 reales. La parte baja del negocio estaba ocupada por Josefa Vega (150 reales al año) y Petronila Pérez (75 reales).

Casi como complemento a esta función existía en la villa de Vigo el negocio de extraerle la grasa a las sardinas con el objeto de prolongar el tiempo para su consumo. Estos hornos, como son llamados en el Catastro, también son mayoritariamente propiedad de mujeres. Rosa do Val era quien mayores ganancias obtenía de esta labor con 700 reales anuales. La seguían la ya mencionada Ana do Casal e Isabel Cerqueira, esta con 250 reales anuales de ganancia. Aún hay otra mujer, a la que se le atribuye una ganancia de 550 reales anuales, pero no se la nombre y sí a su marido, Manuel Franco.

En el apartado laboral que el Catastro de la Ensenada denomina de artes mecánicas la presencia femenina está reducida a cuatro especialidades, aunque en el cómputo numérico representa un 37,5 % del total. Las 42 trabajadoras incluidas en este epígrafe facturaban 130 reales anuales en el caso de la única tejedora y de las 30 palilleras; 210 reales respectivamente para las ochos costureras; y 240 reales para cada una de las tres calceteras incluidas en la encuesta laboral.

En el Vigo de mediados del siglo XVIII había dos mujeres propietarias de hornos para cocer pan y una tercera, María Francisca Videiriña, que explotaba el horno de un hombre y tenía unas ganancias anuales de mil reales. Las propietarias ganaban bastante menos. Una era María Antonia Álvarez, que ganaba 300 reales anuales, y la otra, María González, con 500 reales al año.

El comercio al por menor tenía un 23 % en manos de las mujeres de la villa. En este sector, las ganancias eran muy dispares ya que en la parte alta se podía llegar a los mil reales, como era el caso de Andrea González y Catalina Pérez, o quedarse en los 80 reales que admitía ingresar María do Sistro. Por el medio se situaban Clara González, con 600 reales; María Antonia de Arines, con 400; y doña Michaela Estévez, con 200 reales anuales.

Aunque no deja se ser una insignificancia cuantitativa, el ámbito marino ofrece una sorpresa al señalar la presencia de una mujer propietaria de una tartana de 17 quintales en la que trabajaban 7 marineros. Se llamaba María Josefa Rodríguez. El catastro no especifica si solo era propietaria o también patrona de una embarcación dedicada a la pesca.