«Trabajar casi 30 años en el teatro me hizo reír unos días y llorar otros»

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

ÓSCAR VÁZQUEZ

La exconserje Carmen Alcántara, Mucha, fue la verdadera gestora del centro cultural

17 jun 2017 . Actualizado a las 21:44 h.

No hay artista -nacional, internacional o de otra galaxia- al que Carmen Alcántara, Mucha, no haya puesto en su sitio, y en todos los sentidos de la frase hecha. Ella era la que coordinaba todos los elementos que, al final, confluían en que todo estuviese donde tenía que estar cada vez que se alzaba el telón o se abría la puerta del Teatro García Barbón (hoy Teatro Afundación) y también la que tenía que abroncar a los que se les olvidaba a qué habían venido.

El titular de portada de La Voz de Galicia del 22 de marzo de 1984 recogía la noticia de su inauguración tras la reforma acometida por el arquitecto Desiderio Pernas: «Vigo cuenta ya con uno de los mejores centros culturales de España». «Un banco nacional se interesó por el edificio para destinarlo a sede central en Vigo, pero pudo ser adquirido por la Caja de Ahorros Municipal para convertirlo en centro cultural, con una inversión total, incluido el valor del inmueble y las obras de reforma, de mil millones», contaba el periódico. Fue una de esas noticias que marcaba un cambio en la vida de los vigueses, a los que se les multiplicaban las posibilidades de disfrutar de espectáculos de categoría a precios populares gracias a la obra social de la caja. «El Centro Cultural García Barbón de Vigo quedó inaugurado con una exposición de 29 maestros del arte español», titulaba La Voz al día siguiente de los fastos ante 1.200 invitados.

Aquella intensidad que para los espectadores era un deleite, la vivía de una forma muy diferente Mucha. Casi siempre en forma de estrés. «Eran muchos frentes con los que había que luchar», recuerda la antigua conserje, jubilada desde enero del 2011. La lista de tareas que enumera son increíbles. Ese pequeño cuerpo lleno de genio y energía bregaba con las compañías de teatro, los músicos, los actores, los representantes («los había muy insoportables», recuerda), los técnicos de luces, los transportistas y con el lucero del alba. Convenció al actual alcalde, Abel Caballero, para que retirase de Marqués de Valladares una farola que complicaba de manera absurda la descarga de material. «Se lo pedí a todos los alcaldes y él fue el único que me hizo caso», le reconoce. «Hasta pagaba ella a los actores», recuerda su hijo, Luis, que sabe bien cuántas horas se ausentaba su madre de casa. «Salía a las siete de la mañana y cuando había función tarde, no regresaba hasta las dos de la madrugada», asegura.

A pesar de todo, a ella le encantaba su trabajo. Y lo dio todo. «Tanto me hizo reír unos días como llorar otros, porque eran tantas cosas que no me daba tiempo a parar», cuenta la exbedel que cobraba sueldo de gobernanta y sentía más los colores del equipo que cualquier director general de una empresa. La suya ya era la caja viguesa desde mucho antes. Carmen llegó al teatro para su reapertura, pero venía de la residencia de estudiantes que tenía la entidad en la plaza de Santa Rita, donde entró en 1970 y se ocupaba de la gestión de las cocinas. La trasladaron allí y cayó en aquel teatro como un astronauta en Saturno. Ambos crecieron en competencia a la par. «Buscaba remedios cada día porque los impedimentos surgían por todos lados», manifiesta. Pernas creó el espacio como sala de conciertos, pero había muchos detalles que no se plantearon y había que solventar. «Yo inventé muchas soluciones. Hasta el foso, que era manual y ahora baja con motor», afirma. Tenía a su cargo a once empleados, todos varones, en una época de programación arrolladora.

Recuerda bien que se inauguró con la obra Luces de bohemia a cargo del Centro Dramático Nacional y que por allí pasaron tantas estrellas que solo es posible citar aquí unas pocas: Montserrat Caballé, José Carreras, Raphael, Paco de Lucía, Nuria Espert, Nureyev, Maya Plisetskaya, Antonio Gades... Entre todos guarda especial afecto a Mocho Borrajo, Florinda Chico y Rafaela Aparicio por su cordialidad. Mucha salvó más de una función. Tuvo que ir a buscar a más de un actor al hotel, llamar al médico para tratar la insolación de Amparo Rivelles y Lola Cardona en las Cíes y hasta movilizar a la Comandancia de Marina y convencerles de enviar un barco a las islas para recoger a un actor que había perdido el barco.

Ella sabía más que nadie todo lo que había que hacer, que no era poco. Ejercía el control integral del centro cultural las 24 horas. «Había profesionales que me pedían que me sentara a ver los ensayos, pedían mi opinión, se la daba y a algunos no les gustaba», ríe. Con el álbum de fotos que atesora y los recuerdos que guarda de los artistas que conoció (muchos regresaban) podría escribir un libro. De hecho, no lo descarta.