Juan Maceira, el director que más tiempo ha llevado las riendas de Peinador, rememora el estreno europeo del aeropuerto vigués y su definitiva modernización

carlos punzón
Periodista de La Voz de Galicia

Los corchos de las botellas de champán apenas se notaban en medio de las gaitas y las muiñeiras que el 28 de noviembre de 1981 hacían el pasillo a los 97 emigrantes llegados de Suiza en el primer vuelo internacional que acogió Peinador. Solo tres días antes Aviación Civil le había otorgado la categoría de aeropuerto internacional.

El inicio de la liberalización del mercado aéreo en 1988 permitió a Air Europa testar un año después la demanda de una posible ruta Vigo-Londres, y más tarde la TAP lo intentó con un vuelo a Oporto. Pero no fue hasta 1993 cuando Peinador se hizo europeo. Por 42.000 pesetas (252 euros) ida y vuelta, el 26 de abril de 1993 el aeropuerto de Vigo ofrecía su primera ruta internacional: Vigo-Valladolid-París Orly. Tal fue la demanda, empujada por la industria de la automoción, que Aviaco se vio obligada a cambiar los DC-9 con los que había abierto la línea por los MD-88 para ofrecer ya 155 asientos en sus vuelos de lunes a viernes.

«La ciudad fue la que creó con su pujanza la necesidad del vuelo a París», mantiene el porriñés Juan Maceira, director de Peinador en el estreno de la ruta internacional y quien, además, ha dirigido durante más tiempo la terminal viguesa. Lo hizo entre 1990 y 1999, pero ya desde 1973 era jefe de mantenimiento de infraestructuras e instalaciones. Alcaldes, concejales, diputados provinciales, empresarios y periodistas tomaron aquel primer vuelo a la capital gala, donde al bajarse del avión alguno de los pasajeros profirió en voz alta, «es un momento histórico para Vigo», como relata la crónica de La Voz de Galicia de aquel día.

«Casi se hunde el ascensor del hotel», dice Maceira rememorando la concentración de pesos pesados presentes en aquella cita. «A mí me interesaba más ver el aeropuerto de Orly, pero hubo visitas al Lido, cena en barco por el Sena y excursión a Disney», relata, como parte de los atractivos que Aviaco mostró durante dos días a sus invitados para que promocionasen las posibilidades de la ruta.

Al cabo de un año 12.000 personas habían utilizado los 248 vuelos que operaron entre las dos ciudades, glosaba La Voz. Ninguna otra ruta internacional ha cosechado tanto éxito en Peinador, aunque esta lo haría realmente con Air France. La compañía gala aterrizó en la pista viguesa en el 2004 atraída, como lo había estado Aviaco, por el gancho de Citroën. Llegó a superar la barrera de 106.000 pasajeros con cuatro frecuencias diarias a los cuatro años de actividad, pero en el 2015 echó el cierre.

«Peinador ahora es un gran aeropuerto», asegura Maceira, que encaminó su vida hacia la aeronáutica tras deleitarse viendo de niño los aviones surcando los cielos de su Mosende natal. Una acampada con los jesuitas cerca del aeropuerto le dio la oportunidad para pensar que ese podía ser su mundo. Tras estudiar la carrera en Madrid le llegó Málaga como primer destino profesional, y Vigo como segundo. «Aquí no había ingeniero y aunque no tenía pensado volver tan pronto, surgió la oportunidad y me vino muy bien para conocer todas las instalaciones».

La pista aún estaba sin cerrar, y una barrera se abría y cerraba en su lateral si había o no alguna operación aérea en marcha. «Un vitrasa perdió una vez una esquina de su techo porque una avioneta le pasó demasiado cerca», comenta Juan Maceira, para quien la niebla fue su mayor quebradero de cabeza. «Estudiamos mucho qué podíamos hacer, condicionados además por los montes cercanos, y encontramos una situación muy similar en el aeropuerto de Limoges». Dichas indagaciones técnicas permitieron a Peinador acoger el sistema antiniebla ILS categoría II/III y eso cambió el curso del aeropuerto. «Siempre tuvo unos técnicos fantásticos que supieron pasar de las válvulas a los transistores y después a los circuitos integrados. Peinador creció gracias al personal del aeropuerto», añade Maceira, siempre pegado a un aparato de radio en su época de director para saber todo lo que ocurría. «Oía hasta a las tripulaciones», reconoce, como también haber salido del despacho para calibrar el ILS, y antes, hasta haberse perdido por los montes que circundan la pista buscando la mejor ubicación para la radiofrecuencia de la pista.