28 jul 2017 . Actualizado a las 19:22 h.

La elección de Elena Muñoz como presidenta local del PP es el pistoletazo de salida hacia la mayoría absoluta. La de Caballero, obviamente. Porque el pistoletazo se lo han dado en un pie. Durante dos años, a la portavoz popular no la conocía nadie. Queda para la historia aquella foto de campaña en la que fue al Museo del Mar a darle un mitin a una gaviota disecada. Ahora, al menos, ya la conocen los 419 militantes que la votaron, lo que supone menos del 10 por ciento de los cinco mil afiliados que el PP autoproclama que tiene en Vigo. Al comienzo del proceso, solo 500 estaban al corriente de sus cuotas. Y hubo pagos masivos para que el censo con derecho a voto superase escasamente los mil. La desmovilización popular es tan grande que Muñoz ha ganado con cien votos menos que Maite Fernández cuando perdió ante Egerique en 2000.

Por otra parte, el proceso que la lleva a la presidencia ha sido indescriptible. Tengo muchos amigos populares que, simplemente, alucinan. Ha sonado a traca la retirada de Lucía Molares a las 48 horas de presentarse. Por no hablar de las presiones -con telefonemas incluidos- que ha recibido la candidatura de Javier Guerra para que se retirase.

Es difícil de entender tanto empeño con Doña Siete Concejales, cuando en las encuestas sigue sin conocerla nadie. Y lleva dos años. Lo único que evitará el batacazo es ir buscando un buen candidato para el cartel. A menos de tres años vista, avisados quedan. En cuanto a Guerra, tal vez no fuese el mejor candidato. Pero se ha perdido con él una oportunidad electoral: en temporada de verano, el PP de Vigo pudo haber tenido su primer presidente negro.