«Si me dejan vender helados, yo encantado»

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Oscar Vazquez

Este castañero cubano, que rehace su clientela en García Barbón tras 12 años en O Calvario, sufre el otoño más seco

19 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El efecto mariposa puede llegar hasta una caseta de castañero plantada en Vigo. Su aleteo en Hong Kong puede desatar una tempestad en Nueva York. Por eso el deshielo del Ártico y el cambio climático está provocando un cataclismo en el gremio de la castaña. Lo sabe muy bien José Dobaño, que tiene su puesto en García Barbón y lleva un mes tratando de vender el género a pesar de que hemos superado los 20 grados muchos días y rozado los 30 unos cuantos en este extraño y seco otoño. «Si me dejaran vender helados, yo encantado», asegura.

Pero no es el único chasco que se ha llevado esta temporada. El primero se lo llevó cuando fue a renovar el permiso para poner su pequeño local efímero, para lo que se requiere una autorización del Concello. Al ir a solicitarlo se enteró de que no podía estar en el lugar que le habían asignado durante los últimos 12 años, justo al lado del mercado de O Calvario, donde vivía entonces. Esta vez le dijeron que se había retrasado con la solicitud y que ya estaba ocupado ese lugar.

La decepción, al principio, fue mayúscula. Primero porque es un buen sitio, en una de las zonas con más tráfico peatonal de la ciudad, solo superada por la calle del Príncipe. Y segundo, porque ya tenía su clientela hecha. Además cuando llegó al nuevo emplazamiento se encontró con una plaza desangelada, con olor a orines (no de perros), olvidada por los operarios de la limpieza, a pesar de la reciente humanización en ese tramo de la avenida en el que han puesto una fuente que se ha hecho vieja antes de que empiece a echar agua.

Aún así, a Dobaño no le preocupa. Su vida no ha sido un camino de rosas y ahora no se va a arredrar por un puñado de castañas. «Me mandaron de castigo para aquí, pero yo me siento contento», asegura. «Gracias a Dios, a mí me gusta ir haciendo amistades y ya las estoy haciendo», afirma. José, que es un hombre afable, ya ha fidelizado a los vecinos de los alrededores con su buen hacer y el olor a castaña que inunda los alrededores. Y eso que el fruto este año no es bueno. «Han salido pocas, malas y pequeñas», admite. Y eso es así para él y para todos, así que lo único que puede hacer es advertirlo y retirar las que no valen. El cucurucho lo vende a 2 euros y considera más justo llenarlo hasta arriba que despachar por docenas. «Si son pequeñas caben más y si son grandes, menos», justifica. Normalmente la temporada comienza en octubre y sigue en noviembre y parte de diciembre, pero este año no cree que llegue tan lejos. Sus proveedores de Ourense ya le han dicho que no valen la pena, por eso se surte ahora de las que encuentra a la venta por Vigo. José comenzó al lado de la castañera de Príncipe, Elsa Ramos. «Estaba sin trabajo y un día me dijo que por qué no iba a ayudarla, pasé la temporada con ella y al final me embarqué», cuenta. Lo hizo a pesar de las reticencias de uno de sus hijos. «No quería. Sabía que vendían un aparato de asar y él trataba de quitarme la idea. Pero al final fue su hijo el que se la construyó. «Me hizo una parecida a la de Elsa, con un bidón que llamaba la atención. Pero fueron pasando los años y se estropeó», recuerda.

De pronto cambiaron las normativa municipal y a los castañeros les exigieron tener un local bajo techo, que luego pagan según los metros que ocupa. «Pero las casetas costaban más de lo que podías sacar de beneficio y fue otra vez mi hijo el que me hizo la construcción y otro aparato para asar las castañas», presume.

Dobaño llegó de Cuba en 1996, «con 50 y pico años». Su padre era ourensano, de la aldea de Porqueira, y su origen le ayudó a salir de la isla. Aunque no fue tan fácil traerse a su mujer y a sus dos hijos, ya casados, con su parejas y respectivos vástagos. Las peripecias fueron múltiples y las lágrimas más, pero al final todos lograron reunirse. Primero en Xinzo y luego en Vigo. Trabajó de lo que pudo, chapuzas y lo que iba saliendo. «La familia de aquí nos ayudó muchísimo, en todo», reconoce agradecido. Ahora ya tiene bisnietos más gallegos que Breogán. «Diles tú que no», advierte.

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Un plato cubano que se llama moros y cristianos. Y las castañas, que me encantan. Cuando llego a casa muchas veces ya no tengo hambre por andar picando. Mi mujer me recuerda que las tengo que vender, ¡no comérmelas!

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«No hay nada que se pueda comer que no me guste».