Los dulces descomunales de Vigo

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

Manuel Cano y Estrella Gil regentan El Buen Gusto, local vigués que apuesta por la pastelería tradicional y el único donde hacen variedades típicas de América Latina como alfajores, pastafrolas o facturas

23 nov 2019 . Actualizado a las 00:11 h.

Hay expedientes que documentan la existencia de la pastelería El Buen Gusto desde hace más de cien años. «Encontramos papeles de 1911», asegura Estrella Gil Domínguez, que está detrás del mostrador de la pastelería. Desde 1980 su hermano Vicente y luego ella y su marido, Manuel Cano Dragotti, reemplazaron en el negocio a los descendientes de su fundador, Pedro Iturbe.

En su segunda etapa el establecimiento está a punto de cumplir 40 años proporcionando a la clientela una dulce existencia. Es difícil pasar por delante de su escaparate sin clavar la mirada en los ejemplares monumentales que se gasta el señor Cano en el obrador que ahora maneja él solo tras la retirada de Vicente hace cuatro años por motivos de salud.

El pastelero de origen uruguayo y Estrella, porriñesa de la parroquia de Chenlo, se conocieron en Montevideo, adonde ella se marchó con su tío en 1970 tras el fallecimiento de su madre. Manuel recuerda que volvieron ya casados a la aldea de ella, «y aluciné con el verdor». El uruguayo enseguida se integró participando de todo lo que le proponían, «desde vendimiar a acarrear el millo. Y como sabía hacer asados, que en aquel tiempo por aquí no se les daba bien el churrasco, me integré muy bien en la familia», relata.

El pastelero aprendió el oficio de panadero y confitero en la capital uruguaya tras perder su empleo como chapista soldador. «Lo bueno es poder estudiar y trabajar, que es lo que yo hice», reflexiona. La inseguridad que se vivía en el país en aquel momento les hizo decidirse a volver a Galicia. Optaron por tratar de seguir con el negocio pastelero y dieron con El Buen Gusto, que era un establecimiento consolidado en Vigo. «Primero vino mi cuñado abriendo camino y luego nosotros dos. Durante seis años íbamos enviando dinero desde allá para costear el local. Era de los Iturbe y se la compramos a la familia en 1980. Fuimos los segundo dueños», explica.

Hay dos facetas que caracterizan y hacen única e inconfundible a esta pastelería. Una es el tamaño de los pasteles. «Aquí siempre fueron grandes. Grandes y ricos», apostilla. «Se decía que El Buen Gusto le mató el hambre a mucha gente. Hasta bajaban de los barcos para pasarse por la tienda», corrobora el artesano. «Todo es casero y nuestro escaparate es diferente a cualquier otro», afirma. No hay más que verlo. La jornada arranca a las 5.30 horas y de sus hornos salen ejemplares que te suben el azúcar solo con mirarlos.

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La otra característica que les diferencia es que elaboran variedades de América Latina que se trajeron en la maleta. En El Buen Gusto tienen clientes heredados de su época anterior, consumidores nuevos y muchos latinos que encuentran en sus vitrinas sabores que tuvieron que dejar atrás. Los argentinos y uruguayos están de suerte porque tienen asegurada su pasión por el dulce de leche en recetas golosas como las que configura un auténtico alfajor artesano, o unos ricarditos de merengue bañados en chocolate, pan de mantequilla, margaritas, galletas dulces y pastafrolas de membrillo de origen italiano. Pero hay más. Por ejemplo, bizcochos uruguayos (dulces o salados) que parecen cruasanes alargados y reciben en Argentina el nombre de facturas, amén de los múltiples merengues y gigantescos nidos y milhojas, que, según asegura, están por todo el mundo en las cámaras de cientos de cruceristas que a menudo entran a preguntar por «the baker» por si se anima para el posado.

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Para completar la diversidad del género también elaboran empanadas y empanadillas y salados típicos como las pascualinas de espinacas o acelgas y masa de hojaldre, además de disponer de productos como la hierba mate para beber o el ají para cocinar.

La pareja tiene una hija, Cecilia, que es asesora de empresas, por lo que es difícil que haya relevo en la próxima generación. Quizás lo haya en la siguiente, ya que Cano asegura que de sus dos nietos, el mayor apunta maneras al ayudarle a hacer pasteles en el obrador.

Dónde está

Calle Elduayen, 25. A escasos metros de la Porta do Sol. No cierran ningún día.